He sembrado las manos,
en la tierra de su espalda
y aderezado la venda,
con la sal de sus ojos
he apuntado mi régimen,
a un corazón entregado
y postergado mis noches
a los concilios de la conciencia,
acaso no viajaban en aquel tranvía de plomo
renegados obispos y "bienaventurados cardenales"
estaba seguro que el dolor era Dios bostezando en su carne.
y las venas se purificaban de la nefasta ideología,
hasta quedar albinas,
cundiendo de inanición
vacías, fútiles y obsoletas
yermas a Marx, baldías a un sueño
el cuarto inhalaba los espacios y caducaba las palabras,
una inquieta sonrisa demenciaba mi boca
eran relinches imberbes,
cada hoja y su vientre
-se sucedían madres, hijos, jazmines, mi casa-
los ficticios dioses, esos que roncaban
hacían que entendiese valentía entre mis cuajadas acciones
sabía oler,
a los ruiseñores y sus turbinas,
los elefantes y sus cañones,
las sorpresas y las emboscadas,
pero me emboscaste el alma
realidad,
me embocaste lágrimas
libertad...
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