Mi parte ha terminado.
Hoy no me rindo, solo me aparto.
Te concedo esta pieza de silencios y de tiempos.
Te anexo de mi vida, te descarto de mis amores.
Hoy solo tengo rabia.
Es mi único recurso para esconder mi pena. Porque en verdad tengo rabia para aguantarme la pena.
Soy lo que has querido.
Soy un animal, completamente herido.
Y mi pobreza no me alcanza para defenderme de otra forma.
Tengo un espíritu miserable de amor. Famélico de penas.
Que entre hambrunas de tristeza mendigó un querer que nunca llegó.
Por un breve instante ya no fueron migajas bajo la mesa. Fue tu plato de fondo, la estrella del menú, pero aun y más que nunca, bajo la mesa.
Como un pordiosero que, de tan indigno, no merece un minuto de atención en la concurrencia de tu cariño.
Como una sombra trabada en sexos y pasiones que no terminan de demostrar nada.
Así es. Terminante. Brutal. Dramáticamente simple.
Inexorable y falaz.
Engáñate. Confúndete. Porque a mi no me engañarás. A mi no me confundirás. Solo alimentas
mi locura y agonizas mi espera.
Porque con la angustia replegada en mi voluntad,
como si esto fuera una búsqueda de sobrevivientes, yo espero el turno de mi rescate.
Y cuando llegue, espero que salten los relojes al ritmo de los corazones, aletargados de amor y de plazos mal venidos.
Tarde o temprano, -pero más temprano que tarde- volverá esa mirada enrojecida de bestialidad por tu deseo, como sea quieras llamarle.
Mientras, me conformo con la orilla del mundo para seguir aguardando el final de esa mezquindad criminal que te castiga.
Puedes mirar hacia el otro lado y desconocerme. Yo me puedo batir en la oscuridad de tu olvido mientras puedas recogerme.
Apenas pierda toda mi sangre te avisaré que el tiempo de los eternos se ha extinguido. Porque como un limón estrujado hasta el hartazgo, llega aquel momento donde no se le puede exigir una gota más.
Y como sigo haciendo de mi una cáscara de la que va quedando menos, me preparo para esa última gota que puede derramar mi alma, solo por ir a buscarte donde sea.
El Coronel |