CAMINO AL TRABAJO
Se levantó mucho más temprano esa mañana. Su esposa le había dejado un sándwich y un jugo de fruta preparados para que no demorara en desayunar. Ella saldría más tarde, por lo que aún dormía plácidamente. No debía hacer mucho ruido para no despertarla. Se preparó café y desayunó con el televisor encendido a bajo volumen. El noticiero matinal reiteraba la noticia de la noche anterior con los 4 dígitos de restricción vehicular impedidos de circular ese día por las pésimas condiciones ambientales; y bajo la barbilla del periodista, en caracteres blancos sobre la banda roja del banner, la fecha, 7 de junio. Debía irse a su trabajo en el metro y por eso su madrugada. Serían casi treinta minutos en el subterráneo. Se despidió tiernamente de su durmiente esposa, sin despertarla y salió al frío matinal.
Su flamante deportivo, comprado hacía 6 meses, estacionado en su antejardín, lucía una tupida alfombra de finísimas gotas de rocío que le daban un hermoso aspecto opaco. Cerró con doble vuelta la reja y se encaminó por las cinco cuadras hasta la estación del metro. Ya había dos muchachas repartiendo el diario gratuito. Recibió un ejemplar para acortar el tiempo de viaje, si lograba un asiento a disputar con el enjambre de personas que colmaban los carros a esa hora. Lo logró y comenzó a repasar las hojas del matutino. La Cato había clasificado para disputar las finales y la U a duras penas consiguió su chance de disputar el título de la primera vuelta. Ollanta Humala era el nuevo presidente electo del Perú y el volcán Puyehue tenía la mansa escoba en el sur de Chile y de Argentina. Se rió diciéndose que en todos lados existen idiotas y jefes que no controlan, al percatarse que el matutino estaba fechado 8 de junio. Una buena metida de patas. A más de alguno le costará la pega, se dijo.
De tanto en tanto, miraba por la ventanilla del metro para verificar la estación donde se encontraba. Y repasaba lo que enfrentaría en la jornada de trabajo. Rendición de cuenta al subgerente sobre el acuerdo con un cliente importante; entrevistar a un postulante a vendedor; reservar hora al traumatólogo para su hija adolescente deportista y con un esguince que la tenía sin asistir a clases. Claro que su esposa la llevaría. Reunión con dos clientes por la tarde; un encuentro en un bar discreto con un proyecto de amante que prometía y de nuevo a la casa. Nada tan extraordinario, salvo esa mina de buen cuerpo, de la competencia y a la cual le cedió un negocio menor para pavimentar la oportunidad de comérsela; y esa tarde sería un primer apronte.
Y volvía al matutino, con estadísticas económicas y noticias policiales de costumbre. Se aprestaba a guardar el diario cuando le pareció haber visto una imagen familiar. Volvió un par de páginas y allí estaba la fotografía mostrando, desordenados en el suelo, un vestido igual al que su esposa usó en la fiesta del sábado pasado y una de sus chaquetas de verano; y el ambiente de la pieza donde se encontraban era muy familiar, casi idéntico a su dormitorio. Y la noticia daba cuenta de un violento asalto a un domicilio con resultado de muerte del dueño de casa, que recibió un balazo en el rostro, disparado por un menor de catorce años. Movió la cabeza despotricando contra las promesas incumplidas para el control de la delincuencia. Y casi se cae de su asiento, en el momento que el metro se detenía en la estación El Salvador, al leer que ese asalto con resultado de muerte había sido en su domicilio. Leyó varias veces la dirección y no había duda. Su casa había sido asaltada y a él lo habían matado. Llamaría a la dirección del matutino y hasta entablaría una demanda por la falsedad de la información y las consecuencias para su imagen que tendría. Salió del carro justo cuando anunciaban el cierre de puertas.
Intentando hacerle el quite al gentío que inundaba el andén, vio unos pasos adelante a dos hombres jóvenes que había divisado varias veces en su vecindario. Conversaban en tono preocupado y alcanzó a escuchar que comentaban el asalto de la noche anterior.
Se adelantó para preguntar:
- Disculpen. ¿Saben quién es la víctima de ese asalto?
- Ni idea. Es vecino nuestro, pero no sabemos como se llama. Harto paco y tira eso sí, anoche. Está hedionda la cosa de la delincuencia. Pobre señora. Y con la hija enyesada de un pié.
Quedó paralizado.
¿Cómo que estaba muerto? Estaba vivito y coleando. Tenía buenas perspectivas y planes para sus hijos. Claro que al lolo habría que ponerle la proa pronto; que dejara el carrete y le pusiera más tinca para que tuviese opción de seguir una carrera universitaria. Y las vacaciones del próximo año estaban aseguradas. Ni cagando podía estar muerto. Volvió a mirar el diario y cada vez le pareció más familiar lo que mostraba la foto. Y volvió a leer la fecha y confirmarla con su reloj, esta vez. Su reloj decía 8 de junio.
En alguna parte se le borró un día del calendario. Miró el televisor aéreo del andén y en éste, en el noticiero que terminaba, la fecha seguía siendo 7 de junio. O estaba enloqueciendo o algo estaba fuera de su lugar. Se estaba enterando de su asesinato que ocurriría esa misma noche. Si la noticia era cierta, entonces tenía la oportunidad de evitar ser asesinado. Repitiendo la confirmación de fechas varias veces, corrió escaleras arriba, atropellando a quien se le pusiese por delante. Tenía que hacer algo. No podía ser realidad. Lo aclararía de inmediato. La pega, a la cresta.
Sudando frío alcanzó la superficie. Tomó un taxi y se dirigió a San Miguel, 15 kilómetros al sur poniente de la ciudad. Pondría las cosas en su lugar. Y exigiría explicaciones.
Llegó atropelladamente a mi casa, sin golpear ni anunciarse. De pié y caminando agitado, me espetó
- ¿Por qué crestas me estás matando?
- A ver. Calma. Primero, ¿qué haces aquí? No es tu lugar. Y no tienes derecho.
- ¡Claro que sí! Tengo una familia envidiable, una esposa extraordinaria, unos hijos que prometen. ¿Y tú quieres matarme?
- ¿Y quién te dijo que podías cuestionarme? Soy yo el de la historia. Hago lo que quiero con mi cuento.
- El cuento será tuyo, pero mi vida es mía.
- Ahí te equivocas, tu vida la inventé yo y no hay más que hablar. Vuelve a tu lugar y muérete tranquilo.
- ¿Crees que puedes inventar historias y matar gente como si nada? ¿Y no se te ocurre otro desenlace? ¿Uno mejor para mí? ¡Pitiado por un pendejo de catorce años, es lo último!
- No. La historia ya la tengo afinadita. Tienes que morir. Recuerda que tienes un suculento seguro de vida con tu esposa como beneficiaria. No quedará en la calle.
- ¿No hay alternativa? Por último, mi esposa…podría ser. A lo mejor la historia termina mejor.
- Difícilmente. Si te cuento el final, ya no podré darle el mismo cause. Todo lo que te rodea y tanto quieres, es de una falsedad que no quisieras saberla. Es mejor así, muerto.
Se quedó mudo y como sopesando su destino. Encorvado, tembloroso, absolutamente abatido. Daba mucha pena.
- Mira, vuelve al cuento y veré si puedo hacer algo. No prometo nada, solo que lo pensaré antes de terminarlo.
- Gracias...no sabría cómo pagarte eso.
- No me agradezcas todavía. Ahhh…y ese amigo de ustedes…¿Cómo se llama? Da lo mismo. Está endeudado hasta las patas. Necesita mucha plata en forma desesperada. Le embargarán el Ford Galaxy. Ponle atención.
Hizo un gesto de resignación y abandonó mi casa con el optimismo de un condenado que solicita indulto. Ni siquiera cerró la puerta.
Tomó otro taxi y se dirigió al trabajo. Estuvo distraído toda la jornada. Nada le salió bien. Su cuenta al subgerente no convenció. Su reunión con los clientes debería repetirse pues le faltó convicción. Y al postulante lo despachó para entrevistarlo otro día. La cita con la mina de buen cuerpo algo lo animó, pero luego de dos tragos casi silenciosos, se despidieron quedando en llamarse.
Alrededor de las veinte horas, anocheciendo, iba por Vespucio a su casa. Hacía esfuerzos por concentrarse en la conducción. El vehículo de su izquierda pretendía adelantarlo, pero parecía no decidirse. Al llegar al paso sobre nivel de Pajaritos, el auto que parecía que lo adelantaba hizo un brusco movimiento contra él. Quiso esquivarlo girando el volante a su derecha. Sobrepasó la barrera y cayó estrellándose en la Avenida Pajaritos. Murió instantáneamente. El Ford Galaxy causante del mortal accidente se dio a la fuga a gran velocidad.
A las 21 horas, iniciando el noticiero, la esposa escucha que un auto se detiene apresuradamente frente a su casa. El hombre dejó abierta la puerta del Ford Galaxy e ingresó casi corriendo.
- Te debo decir algo terrible. Tu esposo tuvo un accidente. Volcó en Vespucio. Está muerto.
Ella se dejó caer en el sillón y con la cabeza tomada entre ambas manos, dijo casi llorando
- ¡Qué horror! Tenía tantos planes. Los niños no lo soportarán.
- Si, querida. Es terrible. Quizá no sea el momento, pero ya no tendremos que escondernos más.
- Dejemos pasar un tiempo. Con el seguro puedo aliviar tu deuda, por mientras. Seamos discretos. Esta muerte nos ofrece una nueva vida.
|