En la medida que crecemos y vamos superando etapas, la actitud que tomamos frente a la vida varía también. Cuando somos niños no existen límites, creemos que todo es posible, que basta con crecer para poder lograr todo aquello que anhelamos, no obstante, esta capacidad la vamos perdiendo conforme pasan los años y nos vemos enfrentados a situaciones difíciles que, en ocasiones, truncan nuestras aspiraciones.
Este verano conocí una bella persona que, aparentemente, no tenía nada de especial, sin embargo, poseía un tesoro, su tesoro era vivir en un mundo diferente al mío, un universo lleno de sueños que para cualquiera resultarían difíciles de comprender, hasta para mí lo fue en un principio. Luego de hacer todos los cuestionamientos rutinarios, y que socialmente he aprendido son los correctos, me di cuenta que tan alejada estaba de ese mundo, cómo había descartado de mi vida todos aquellos sueños que me parecían imposibles: cosas de niñez, locuras pasajeras, chifladuras momentáneas o simplemente tonteras.
Sin tomar conciencia de lo que pasaba, me impregné por el espíritu luchador y optimista de aquella persona. Un día cualquiera, me sorprendí pensando en que soñar es no dejar de ser un niño ávido de deseos por conocer el mundo que le rodea y, lo que es más bello aún, no deja de sorprenderse por todo cuanto descubre en él.
De vuelta en mi Patagonia, comencé a extrañar, al querer saludar a mi amigo por medio de un mensaje, no pude más que escribirle "No dejes nunca de soñar, porque soñar es el principio de un sueño hecho realidad". |