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DON JECHO NO ES CONTADOR…

Era martes 5 de Enero. Recién se iniciaba la aurora del año.

Hilario Astete, Capellán de la Fundación Casa Del Anciano, un sacerdote jesuita, se levantó del asiento y con un brillo esperanzado en sus ojos tendió su diestra para despedirse con una amplia sonrisa del Presidente de la Sociedad Manufacturera de Plásticos y Resinas, mientras guardaba en el bolsillo de su chaqueta marengo, que hacía relucir notoriamente la cinta blanca de su cuello, el sobre con la invitación recibida de su interlocutor, Israel Eyzaguirre.
- Muchas gracias, Sr. Eyzaguirre, en nombre de nuestros ancianos. Seguro que sus asociados les tenderán la mano.
- No se preocupe, padre Astete. En la reunión anual de este viernes tendrá la oportunidad de conversar personalmente con muchos de nuestros asociados.
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La reunión anual del gremio, realizada en la Sede del Club de Golf, una amplia mansión del sector alto más pudiente de la ciudad, como toda reunión gremial empresarial que se precie de tal, estuvo nutrida de optimistas discursos, estadísticas y gráficas que se empinaban al cielo, mostrando los jugosos resultados del creciente y rentable negocio de la manufactura de plásticos y resinas. Cuentas escuchadas y aplaudidas con entusiasmo por los empresarios del rubro, proveedores, clientes, autoridades gubernamentales y uno que otro dirigente sindical invitado.

Y luego de las cuentas alegres, el nutrido cóctel que clásicamente precede a la generosa cena preparada y servida por los mejores chef citadinos. Cóctel que era la oportunidad de Hilario Astete, el Capellán, para acceder a los exitosos empresarios y convencerlos de aportar una pequeña parte de sus abultadas ganancias para financiar las necesidades básicas de los ancianos de su Fundación, todos provenientes de los sectores marginales cuyos familiares, voluntariamente u obligados por la indigencia, los llevaban a terminar sus días bajo los cuidados del voluntariado y del escaso personal técnico-profesional que los magros recursos de la Fundación podían remunerar.

Con una copa de champagne francés en la mano, Felipe Vicuña, uno de los empresarios distinguidos en la reunión, se le acercó entre sorprendido y curioso, con cierto aire burlón.
- Qué sorpresa tener en este evento a un sacerdote. No sabía que la Iglesia tuviese interés en el rubro.
- No, Sr. Vicuña. No vengo en nombre de la Iglesia. Vengo en nombre de los ancianos de nuestra Fundación. Invitado por el Presidente de la Sociedad, el Sr. Eyzaguirre.
- ¡Pero qué bien! Y dígame, ¿qué Fundación es esa?Y el padre Hilario le hizo una breve pero convincente reseña de la Fundación y de las necesidades urgentes para dar una mínima calidad al resto de vida que los ancianos merecían tener. Y terminó exponiendo la razón de su presencia, esperando la cooperación de los miembros de la Sociedad.
- Pero, padre, ¿el Estado no se hace cargo de esa pobre gente?
- El subsidio apenas alcanza para el mantenimiento del edificio y del mobiliario. Gente de buen corazón aporta de sus salarios una cuota voluntaria, pero las necesidades son muy grandes.

Y el Capellán, para motivar a Don Felipe, le explicó que en el caso de las empresas, el Estado estableció una rebaja al impuesto sobre las utilidades cada vez que hacían aportes sociales a instituciones sin fines de lucro, como la suya. El impacto fue inmediato.
- Mire, no tenía idea, padre. Le ayudo en su obra y me premian. Pediré detalles a mis asesores. Tenga mi tarjeta y lo espero la próxima semana en mi oficina. Será un placer colaborar con sus viejitos, padre.

Una semana después, el sacerdote recibía un cheque por diez millones, a nombre de la Fundación. Le debía por lo menos una carta de agradecimiento al Presidente de la Sociedad. Y unas plegarias por la buena salud de Don Felipe.
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Javier Meza, Gerente General de Resinas Epóxicas S.A, la empresa de cuyo directorio era presidente Felipe Vicuña, por expresas instrucciones de aquel, se reunió con los dirigentes de los dos sindicatos de los 500 trabajadores de la empresa, en un desayuno muy bien nutrido, en el Salón de Eventos de la casa matriz.
- Nuestra empresa – dijo Don Javier con aire solemne – congruente con su misión social y conociendo las necesidades de los ancianos de los sectores más pobres, ha decidido, haciendo un enorme esfuerzo, hacer un aporte a la Fundación Casa del Anciano. Y en nombre del Directorio quiero invitar a todos los trabajadores de nuestra empresa a que nos acompañen en esta labor solidaria. Sabemos del alto sentido solidario de nuestros trabajadores y si entre todos aportan el 50 % de nuestra contribución, podemos ayudar en conjunto a asistir y alimentar a los 150 ancianos de esa Fundación. No olviden que todos vamos para viejos y lo que hagamos ahora, mañana podríamos necesitar que otros lo hagan por nosotros.

Con ese argumento, los dirigentes no tuvieron escapatoria
- ¿Y cómo se concretaría nuestro aporte, Don Javier?
- Muy sencillo, hombre – y su voz adquirió su habitual tono de autoridad – La empresa ha decidido aportar veinte millones. Los 500 trabajadores aportan diez millones. Es decir, 20 mil pesos al año cada uno. Eso equivale a 1.670 pesos mensuales descontados por planilla y autorizado por escrito por cada uno. ¡Menos de una cajetilla de cigarros! ¿Quién se negaría a eso?

Los dirigentes se miraron y respondieron que llamarían a asamblea conjunta para conocer la respuesta de los trabajadores.
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A partir de ese mismo mes de Enero, las liquidaciones de sueldo de los 500 trabajadores contenían un descuento autorizado de 1.670 pesos.

Al año siguiente, Resinas Epóxicas S.A. obtuvo una rebaja de diez millones de pesos de sus impuestos por contribuir a instituciones sociales. Diez millones aportados graciosamente por sus 500 trabajadores.


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Texto agregado el 05-07-2011, y leído por 154 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-07-2011 1* LACANIANO
05-07-2011 ja! esta noticia salio en los diarios? jeje muy bueno drooty
 
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