Cuando no me queda inspiración,
recorro los caminos del olvido,
arranco silencios, idas y venidas.
Lento, sin prisas, vuelo con la mente,
trajino en peligrosos y etéreos viajes,
buscando el ocaso que hay afuera.
En la tarde, altiva y entreabierta,
ahuyento pesados morrales de añoranzas.
Todo lo cambio con la velocidad de un río,
sostengo que el final ha comenzado,
el pesimismo rompo con los llamados
a las aguas con sabor a ausencia.
Absolutamente todo lo intento en vano.
Finalmente, terco amante del silencio
interrumpo la invocación de tu nombre,
entierro el reflejo de la ofensa recibida,
redescubro aquel maduro amor que es todo,
y logro dibujarte con palabras de vacío.
Así, vuelvo como domingo de primavera
a sostener con ánimo, mí esperanza
como en la cima de una atroz tormenta,
y voy edificando la recurrente ilusión,
cercana a la primera vez, de estar contigo. |