¡Hola!
No cabe duda que son chingaderas lo que me está pasando, un supuesto amigo que tiene publicados dos libros cortos de cuentos y por eso, se siente muy chingón, me dijo el grandísimo cabrón: “no se raje mi inge, hay que echarle ganas a la escritura, no sea culero”.
Además quiero decirles que él es el encargado de la cultura del municipio de mi pueblo rabón y me prometió publicar mi trabajo, o parte de él, ya que tengo una novela, tres libros de cuentos y uno de ensayos sobre el devenir de las cosas. Y ahí me tienen entregándole todos mis escritos y en un brevísimo lapso (dos días) al preguntarle por teléfono qué había pasado, me respondió: “¿De qué me habla inge?”, eso era lo qué le importaba mi persona. Se quedó un rato en silencio y continuó diciéndome: “¡Ah sí inge, sus escritos! Ya ni chinga, sólo empecé a leer uno y me di cuenta que valen madre. Hay que darle una buena apretada de tuercas a su trabajo, es más, le recomiendo que tire a la basura todo lo que ha escrito y empiece de cero”.
En el fondo de mi alma pensé: “vas a apretar de tuercas a tu pinche madre”. Pero nobleza obliga, con toda educación y comedimiento le di las gracias y le prometí seguir su consejo.
Y aquí me tienen meditando mi problema existencial que lo veo de la chingada.
Les contaré que ya no me cuezo al primer hervor, por el chingo de primaveras acumuladas (71). Mi vida cuando adolescente tenía dos derroteros, la ingeniería o la literatura, después de terminar la prepa y dado que mi señor padre me dijo: “te apoyo en cualquier carrera que escojas menos de abogado”. Dentro de mí pensé “si de abogado no le gusta, si le cuento de filosofía y letras le da un infarto”. Total que me recibí de ingeniero y no me fue mal. Hace once años me jubilaron a lo grande con una buena asignación mensual e inocentemente pensé, “bueno, la ingeniería fue mi esposa, ahora debo darle debido cumplimiento a mi amante, la literatura”.
Siempre he sido desde joven un lector voraz, he leído de todo, pero, de una manera desorganizada, libro que me interesaba lo leía sin descanso hasta acabarlo, mis intereses literarios siempre han sido eclécticos. Me gusta leer y punto.
Ya jubilado sin problemas económicos, me puse a estudiar diplomados de filosofía y de creación literaria, este último diplomado en la flamante “Escuela de Escritores” de mi ciudad, donde la directora de la escuela al inscribirme me dijo que llegaba en el momento ideal para empezar mi carrera literaria, pero me da la impresión de que lo que ella quería era tener seguro el dinero que le pagaría de colegiatura y debe haber pensado mientras me sonreía: “viejo excéntrico a sus años y aún cree en los santos reyes”.
Como me gusta terminar todo lo que empiezo, al cabo de dos años junto con otros ingenuos nos graduamos en la Escuela de Escritores. Debo decirles que he tenido una producción intensa como al principio les conté. Ahora bien, donde está el problema no es en escribir sino en publicar. Uno podría pensar que en una Escuela de Escritores publicarían los mejores trabajos de los alumnos en revistas, periódicos, editoriales etc. Pero pura madre, lo que les interesa son las colegiaturas y que los alumnos no hagan ruido, por lo que al final del curso donde es necesario presentar un trabajo, ya sea de cuentos, poemas, ensayos o una novela, supuestamente para poderse graduar. La mayoría de los alumnos no presentan nada y la directora benévolamente lo deja pasar y les dan sus diplomas con la promesa de que posteriormente entregaran los trabajos. ¿Y saben cuándo sucede eso? Nunca.
Los pocos que entregan algo (entre ellos yo), los maestros de la escuela ponen miles de peros: está mal escrita, tiene demasiados protagonistas, tiene muy pocos, no se entiende y ahí tienen a sus pendejos corrige y corrige hasta que se aburren y dejan de fregar (no entienden que el alumno lo que debe hacer es pagar las colegiaturas y no dar lata). Sin embargo para un verdadero escritor las escuelas no interesan, si se tiene talento escribe y ya, Dostoievski y Sir Arthur Conan Doyle no estudiaron en una escuela de escritores y nunca por lo tanto se quejaron de ella. Lo que pongo en relieve es la dificultad para publicar.
El camino es largo y difícil, empieza uno por mandar los trabajos a las diversas convocatorias que salen, cosa curiosa en estas convocatorias generalmente los triunfadores son amigos de los encargados de la cultura en los diversos municipios. He mandado cantidad de trabajos y como resultado he obtenido sólo el silencio, me imagino que mis trabajos han aumentado el montón de mierda que existen en las editoriales y/o universidades y que periódicamente depuran. El otro camino es la edición de autor, aquí si hay muchas editoriales que están puestísimas para publicar al cabo el autor corre con todos los gastos y ellos únicamente reciben las ganancias, no importa la calidad del trabajo y ahí tiene al escritor con 100, 500, o 1000 copias que no sabe qué hacer con ellas y ni de chiste puede venderlas, pues nadie se las va a comprar, ahí está regalándoselas a todos los amigos hasta que estos empiezan a escondérsele. Los amigos es una cosa curiosa, el escritor en ciernes les envía sus trabajos, y los amigos se hacen pendejos, pues lo que menos quieren es leer las tonterías de otro. Unos dicen que la lectura está pendiente, que están enfermos y todo se les olvida (lo de ellos desde luego bien que lo recuerdan) y así una serie de pretextos. ¡Pobres amigos! Qué culpa tiene ellos de las pendejadas del escritor.
Es ridículo que un viejo de 50 años empiece a estudiar medicina, probablemente se reciba, pero de medicucho de pueblo no saldrá. Igualmente pasa con el espectral arte de la literatura, se debe empezar a escribir de joven y acaso triunfará ya de viejo, ejemplos de esto, hay muchos en los grandes escritores.
Mi caso es que empecé de viejo a escribir, más que nada por estar aburrido después de la jubilación. Esperanza de todo el mundo laboral, jubilarse y empezar a vivir. Pura madre, empezar a aburrirse pero de a madre, pobre mi esposa aguantar al viejo todo la semana no sólo los domingos como cuando trabajaba.
Así que al hacer una reflexión sobre mi vida, encuentro que aunque son unos verdaderos hijos de la chingada todos los que han criticado mi trabajo literario (qué esto quede claro), en el fondo de mi ser, pero muy en el fondo reconozco que a lo mejor tienen razón. Durante un mes deje de escribir y de leer (lo más seguro es porque estuve enfermo), al repasar mis trabajos me siguen gustando, pero…
Ahora como reminiscencia de mi educación religiosa de niño invoque a las diosas de las artes, no al Dios cristiano en el que no creo y menos en el Dios cruel, ventajoso y alevoso del antiguo testamento. Les decía que invoque a las musas, las nueve hermosas diosas, sobre todo a Calíope para que me haga elocuente y mejor poeta, a Polimnia que mejore mi retórica y a Melpómene que me incluya en la tragedia, de las otras seis diosas no me acuerdo, pero ni falta que hace.
¡Saben qué, me contestaron! En sueños que más bien fue una espantosa pesadilla (mi mujer, poco romántica al fin, dice que fueron los chicharrones que me cené), Melpómene me habló con voz dulce y melodiosa, me dijo:
“Viejo cabrón, si no sabes estar de güevón mejor muérete y deja de estar jodiendo”
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