CÍRCULO CLAVE
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Corría la segunda década del siglo XIX en Córdoba del Tucumán, ciudad que hoy pertenece a Argentina. En su casa solariega el estanciero don Josep Orencio Correas de Larrea estaba colocado sin él saberlo, dentro de un círculo clave, donde pudo ver concluir una historia y comenzar otra diferente, completamente distinta... Nueva.
El ignoraba todavía —y quizás lo ignoró siempre— que se hallaba situado sin haberlo buscado, en un punto clave de la escena política. Que un presente arrollador venía en su busca, llamaba a la puerta de su casa reclamando su apoyo, e iba a convertirlo en testigo ocular y partícipe involuntario, de los acontecimientos que trastornarían al siglo. Ignoraba que aquellos personajes que cobijaba por hospitalidad en su casa, que alojaba en su estancia, que comían en su mesa, trascenderían al tiempo hacia fronteras inimaginables. Nadie en Córdoba --como tampoco él-- advirtió en ese primer momento que esos jóvenes ansiosos se proyectarían hacia destinos aún desconocidos e inéditos, como grandes paladines de la historia.
Córdoba, como ciudad mediterránea y universitaria, solitaria en la frontera sur del “Tucumanao” habíase acostumbrado a ser una comunidad “lejos del mundanal ruido”. Pero luego de tres siglos de aislamiento continental y de forjarse siempre una identidad receptora, iba a cambiar de pronto la posición de su eje. Iba a tomar conciencia de sí misma. Desde sus pétreos muros universitarios construidos por los Jesuitas expulsados, saldría un nuevo devenir hacia afuera. Desde esta misma ciudad docta, estudiosa, pensativa, alejada de países y continentes, amenazada de continuos malones (hordas destructoras), solitaria junto al río Suquía... Desde esta aislada ciudad, desde ella misma, se proyectaría un devenir totalmente distinto para toda Sudamérica.
Pues el mundo cuando se pone en marcha elige espacios, sortea dificultades, pero llega siempre a su meta. Eligió a Córdoba precisamente porque estaba aislada y oculta. Lo que permitía la reunión de gentes que en ese momento necesitaban reunirse en secreto.
El mundo, cuando busca cambiar, se toma de la mano de ciertos ejecutores históricos muy elegidos, y de otros agentes del destino que halla en su camino --algunos de ellos inesperados-- pero concluye por dar forma a su propósito. Tal fue el lugar que le tocó interpretar a Don Josep Orencio, sin que él lo hubiese proyectado, ni mucho menos aguardado. Este estanciero y bodeguero creía tener toda su vida prevista y calculada, pero tuvo que vivir lo imprevisto y ser convulsionado a fondo por las circunstancias históricas.
PILOTOS DE LA HISTORIA
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El fue quizás el último que vio a aquellos hombres aún muy jóvenes, nucleados en su casa de Córdoba y tomando mate con peperina, tal y cómo eran en el instante anterior. En el segmento último, antes de convertirse en estampas de bronce. En pilotos de la historia.
Cuando aún se parecían al resto de los habitantes, con sus dudas y sus incertidumbres. Con sus proyectos e ideales. Con sus inquietudes y visiones. Cuando todos esos propósitos no eran todavía realidades concretas. Cuando ellos intentaban compartir con él y convencerlo con largas explicaciones, para lograr su adhesión hacia una meta aún muy lejana, pero que daría resultados heroicos. Y todo ello con argumentaciones válidas pero de difícil logro. Buscando su adhesión, solicitando su interés y colaboración... Su apoyo.
Cuando el dueño de Jesús María les daba techo y comida, les abría la sala carmesí de su casa ciudadana o la casona solariega en los predios de su estancia. Cuando les ofrecía una cama, un mate, un locro, un churrasco, una humita y una copa llena de Vino del Rey. Cuando ponía a su disposición para aquella gesta heroica todos sus caballos de raza, su hacienda, su vino, sus armas blancas fabricadas allí, todo aquel conjunto indispensable para abastecer un ejército libertador.
En ese momento en que eran todos iguales, porque nadie era aún nadie, cuando no tenían todavía definido su sitial elegido en la Historia, pues no habían presionado aún entre sus manos su lugar predestinado. Cuando no se los conocía. Cuando no se habían identificado consigo mismos, porque el personaje histórico que llevaban por dentro en sus venas, conservaba aún su piel oculta... Entonces dialogaron largamente con él, en su sala color granate.
Don Josep Orencio Correas de Larrea, un cabildante más, fue el testigo vital de toda una época y tuvo en ella un lugar propio en su papel de agente del destino, como factor de enlace. Reuniendo las partes sueltas que llegaban hasta su casa, por distintos caminos, desde diferentes ciudades y distantes países, incluso desde otro continente. Motivando reuniones y acercamientos entre visitantes y fuerzas vivas cordobesas. Coordinando destinos y vidas, aparentemente distanciadas. Cada cual en su espacio y de acuerdo a su consigna previa. Recibiendo a los emisarios y buscando a sus destinatarios. Compartiendo con ellos todas sus vicisitudes y propuestas.
El actuó con esa conciencia ciudadana nueva, de amplio espectro, que difundíase por doquier en aquel Siglo de las Luces, donde toda propuesta nueva era atendida, analizada, ampliada. Y lo hacía con la presencia y prestancia del empresario, del productor agropecuario. Del hombre de trabajo que espera obtener un orden nacional claro y directo, bajo el auspicio de una Constitución (pues ya esta provincia universitaria había dictado la propia). Lo cual aquí, en las soledades del Cono Sur Sudamericano y al pie de los Malones, hacíase cada día más imprescindible. Y además ineludible, para forjar una vida civilizada acorde con el devenir.
JÓVENES IDEALISTAS
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Josep Orencio los recibió y atendió en su casa, viéndolos con un sentimiento paternal, como a idealistas muy jóvenes, tal como entonces todos ellos eran. Mientras que él, ciudadano ya maduro forjado en sus deberes comunales del Cabildo y en su tarea de productor de campo, sentíase atraído por esa juventud que presentábase frente suyo, con todo el vigor incipiente que manifestaban a viva fuerza.
Fue dándoles a cada uno su espacio, en la medida que le era posible, pero sin llegar a apartarse a su vez de su sitio, ni ocupando por su lado un lugar equivocado. Acordando con ellos su propio papel, sin interferirlos. Siguiendo con empeño las consignas de la Pachamama, madre ancestral, madre de los tiempos, dueña única del destino sudamericano y que en aquel siglo XIX recibía el nombre de “Patria”.
En esos días donde una nacionalidad nueva cobraba cuerpo, él convivió con ellos. Platicó y les brindó apoyo. Los escuchó largamente, actuando con la fe ciudadana del siglo del progreso, donde toda idea nueva generaba expectativas. El devenir auguraba cambios inéditos y había que preparase para ellos. Pero también Josep Orencio actuaba con su mente de empresario, pues esperaba lograr un organigrama coherente para su nación.
Todos los antiguos súbditos hispanocoloniales estaban ya —sin excepción– dispuestos a vivir bajo el auspicio de una Constitución (luego de ser ésta abolida por Fernando VII en 1813). Las soledades infinitas del Cono Sur Sudamericano hacíanla, más que necesaria.
Y los cordobeses siempre universitarios y constitucionalistas, adscriptos a esta idea desde el tiempo “bonapártico” con la Constitución de 1808 –lo que les trajo grandes tragedias–– luchaban con empeño por lograrla. Continuaban viéndola como algo indispensable que no podía obviarse hacia el futuro, ya que era una necesidad real, acuciante, para forjar una vida protegida y civilizada.
Situados ellos como estaban al pie de los malones, invadidos en el sur provincial por estas hordas bárbaras que quemaban hasta la peperina, con ciudades destruidas como Río Cuarto y Pilar. Aparte de ello: la nación invadida por Brasil en las provincias cisplatinas...
¡Se demandaba imperiosamente un orden! Se necesitaba pronto en forma acuciante una Constitución que garantizase la vida de todos los ciudadanos acorde al Siglo de la Luces que entrelazaba naciones.
DESPEDIDA Y PARTIDA
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En esos días cuando una nacionalidad nacía y se identificaba como propia, él convivió con ellos y compartióles su pan. Los reunió en los momentos claves, abriéndoles su casa y les hizo brindar con su Vino del Rey, acompañándolos como figura testimonial y de enlace, sin pedir nada para sí. Nunca sintió Don Josep Orencio que alguien le debiera nada, ni nadie se sintió deudor con él. Cada uno ocupando su lugar y sin llegar a apartarse de sí mismo. Ni tomando un puesto equivocado.
Los acompañó y los hospedó, los alentó y presentó entre sí para que se conociesen unos con otros, en ese preámbulo de sus empresas con la coherencia de la ciudadanía . Y los saludó al partir hacia sus destinos históricos ...
Fuesen éstos trágicos, heroicos o gloriosos: a José de San Martín, Estanislao Soler, Juan Martín de Pueyrredón, Juan Bautista Bustos, José María Paz, Juan de Lavalle.
Don Josep Orencio Correas con su aporte generoso decidió parte de la historia sudamericana y no lo supo nunca.
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Alejandra Correas Vázquez
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