Debido a mi trabajo, estaba acostumbrado a viajar permanentemente, por eso conducir durante muchos kilómetros no me afectaba en absoluto. Ese día, sin embargo, sentí cansancio luego de manejar gran parte de la noche. Me detuve para descansar en un pequeño pueblito al costado de la ruta. Llamó mi atención su aspecto solitario, y me pareció raro no haber notado su existencia en mis anteriores itinerarios.
Avancé por la calle de tierra que ascendía por una suave pendiente y llegué a la plaza pueblerina. Enfrente divisé el hotel antiguo, con sus paredes descascaradas. Me alojé allí con un poco de resquemor.
Ya en la habitación, observé los muebles de caoba, los retratos en las paredes pertenecientes a épocas pasadas y la enorme cama con dintel. Me dormí enseguida y tuve un sueño extraño. Participaba en una lucha, blandía con destreza una espada frente a mis enemigos. No recuerdo los detalles, pero sí la angustia creciente que sentía. Las armas me provocan aversión.
Desperté agitado y enseguida comprendí que sólo era una pesadilla, pero noté que algo no estaba bien. Al mirar a mi alrededor vi que estaba en casa, en mi cama. Instintivamente miré por el ventanal hacia el camino de entrada: mi auto no estaba. Lo primero que pensé fue que tal vez se hallaba estacionado en la calle, ya que muchas veces lo dejaba allí, sobre todo si tenía que salir temprano por la mañana. Traté de recordar en qué momento había decidido posponer mi viaje. Por lo general, prefería viajar por la noche. Mientras pensaba en todo esto, fui a la cocina para preparar el desayuno. Entonces la vi. Sobre la mesa, manchada de sangre, estaba la espada de mi sueño. |