Con movimientos lentos y pausados,
lentamente camina por la calle frente a mi ventana,
de esbeltez alta, algo encorvada,
con mirada al vacío
como resolviendo acertijos.
Siempre refugiada en sencillos vestidos
Que dejan entrever encajes de refajo antiguo.
Una sombrilla de espacios comidos y colores diluidos,
lleva abierta para cubrirse del sol,
de la lluvia o de lo que simplemente,
a su paso encuentre intolerable e inclemente.
Rutina diaria plenamente forzada,
que se despliega en minutos,
sólo con el compás del viento escoltada,
agradeciendo enmudecida toda ayuda no ofrecida
de la gente que pasa sin siquiera notarla.
De pronto, se congela el minuto en que la marcha continuaba,
se detiene el mundo para reflejar las canas,
el tiempo implacable hace su aparición macabra
de exterminios latentes con furor amenazante,
que van poco a poco desvaneciendo las ganas.
Y las fuerzas no la sostienen,
busca refugio e incorporando su cuerpo,
muy lentamente se va sentando en la acera del frente,
sus piernas débiles piden a gritos el descanso continuo,
facciones dolorosas remedan el disimulo,
para parecer que la vida aun necesita esos frágiles minutos,
la brisa ligera se convierte en sutil vida,
sus manos rugosas maltratadas por el tiempo,
acarician fugazmente sus piernas arrugadas,
que alientan a seguir porque es hora de la partida,
y en lucha rebosante desafiando el tormento,
se incorpora lentamente con la cruz a cuestas
y al compás de los minutos, enfrenta su lucha interna;
entonces, la marcha sigue porque el destino espera,
sólo con los fieles acompañantes de la edad tercera,
la soledad errante y un lecho que espera.
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