Hace años, quizás desde que tengo memoria, viví en la misma casa. Una casita grande, blanca, a la cual se accede por una escalera de barro y greda hecha por la misma mano de la lluvia de cada invierno que azota Verona. Esta ubicada aún por allí en ‘‘El barrio de las glorias pasadas’’, donde residen todos aquellos que fueron algo y que ya son solo leyendas. Desde héroes de guerra, viejos almirantes de la flota real, magnates de los mas ricos negocios ya quebrados, e incluso viejas actrices que cayeron en la prostitución para sobrevivir. Por supuesto que habemos los ‘‘don nadie’’, que nacimos en el anonimato y que moriremos en el mismo. Anónimos que nunca hicimos nada por la vida más que ser meros espectadores de las grandes hazañas de los héroes moribundos. Anónimos que se limitaban a comprarle a la prensa sus anuncios de los grandes eventos… o anónimos que le vendíamos a los espectadores los grandes eventos… tantos eventos que tiene que contar una ciudad como esta, la vieja Verona, la nueva Verona.
Fue allí mismo, en ‘‘El barrio de las glorias pasadas’’ en donde nacen tantas historias que contar. Si, ya me siento viejo hablando de estos hechos. Teniendo tantos recuerdos, tantas historias que podrían formular una biblioteca más grande que la de Alejandría… si, si… pero bueno, no es ese el punto.
Cuando aún era joven me gustaba asomarme por la ventana de mi casa, largas horas, sin importar la tranquilidad del barrio. De vez en cuando pasaba algún auto por allí, dejando sentir el sonido de un turbulento motor, ahumando toda la estrecha calle. En otras ocasiones pasaba algún féretro con alguno de mis vecinos, héroes caídos en batalla, pero ¡qué importa la clase de batalla!, pues fueron héroes igual, para bien, o para mal. También se asomaban por allí las vecinas, las jóvenes claro, caminando y escapando de su hogar para salir a disfrutar la jovialidad. Así que allí pasaba horas y horas, mirando a la nada del cielo nubloso con el que Verona siempre me miró.
El punto es que recuerdo que me di cuenta de algo una vez. En la esquina que interceptaba la calle ‘‘Hérbert’’ con ‘’Robespierre’’ se paraba siempre un hombre viejo y desaliñado. Un saco negro y muy anticuado, con un pantalón café, un bastón y un sombrero negro. La primera vez que lo vi no me importó en absoluto, aunque admito que me sorprendió al cabo de las horas que no movía ni un músculo, pero qué le iba a hacer, la gente extraña sobra en esta ciudad.
A pesar de no sorprenderme al primer día, ni al segundo, tercero, cuarto y quinto, incluso al cabo de una semana, ya pasando el tiempo lo que debió volverse costumbre y normal para mí, llegó a sorprenderme. Obviamente la situación me dio para pensar por las noches cuando no conciliaba el sueño y comencé a formular mis propias teorías respecto a las razones de la quietud inhumana del hombre de la esquina. De haber sido mas pequeño hubiera jurado indiscutiblemente que me hallaba frente al temido ‘‘Viejo del Saco’’, solo que éste no tenía un saco (bolsa grande, no la vestimenta formal). Pero como mi imaginación nunca pasó como mi edad, llegué a pensar que podría haber sido un caza recompensas, un viejo mercenario, un psicópata quizás que asechaba a mis pocas lindas vecinas, y bueno, mis ideas rodeaban las más fantásticas suposiciones en torno al misterioso anciano. Me daba cuenta sin embargo, que era al parecer yo el único que lo veía, pues la gente que pasaba a su alrededor no se inmutaba ni en un saludo o en una mirada de extrañeza. El viejo nunca saludó a nadie, parecía un maniquí muy bien hecho establecido desde la fundación del mundo, hecho directamente por la mano de Dios como centinela de la historia.
Otra de las extrañas características del hombre era su repentina aparición. Resultó que con el tiempo yo vigilaba su estancia con frecuencia. Cada una hora, y quizás menos, me asomaba por la ventana a vigilar la indispensable mirada del viejo. Sus ojos ocultos bajo la sombra del sombrero y su disposición a permanecer allí hasta el fin de los días de la humanidad como la conocemos. El formó parte de mi rutina po mucho tiempo. Me levantaba y antes que cualquier cosa me asomaba por la ventana para asegurarme que todo seguía como siempre. Cuando partía a la universidad o debía salir hacia cualquier otro lugar, pasaba junto a el por la vereda de en frente, pero no lo miraba, sino que con temor, casi una reverencia, bajaba el rostro y caminaba hasta desaparecer. Cuando volvía a veces no estaba… pero siempre, todos los días lo veía alguna vez.
Sucedió que un día me levanté, y como siempre me asomé por la ventana a mirar, pero no lo encontré. Al cabo de una hora volví a mirar, pero no estaba. Durante varias horas me asomé, pero ya no había rastro de el. Desapareció por una semana o quizás más. Mis imaginaciones anteriores desaparecieron… y con esto llegaron algunas nuevas. ‘‘Quizás murió’’, pensé, ‘‘seguramente murió. Ya estaba viejo. O quizás lo llevaron a un acilo. ’’. Pensé muchas cosas, porque a pesar de que el viejo ya no estaba, su recuerdo persistía como un fantasma que me incomodaba durante su no estancia. Medité en su desaparición durante varios días hasta que el tema pasó a segundo plano opacado por las labores estudiantiles y otros temas de aquella actualidad.
Los medios anunciaban por aquellos días el nacimiento de un nuevo héroe que estaba arruinándole todo el negocio a las mafias y los criminales. Era algo grande. Usaba capa y un traje azul oscuro por las pocas fotos que habían de el. Al parecer tenía acceso a tecnología militar poco común, pero al fin y al cabo poco importaba como lo hacía, sino lo que hacía. Los diarios decían que las calles eran más seguras ahora, pero la visión de los políticos era crítica. Además se le acusaba de participar en los asesinatos de algunos delincuentes hace unos años atrás y debía ser investigado, pero este héroe, ‘‘Ghost’’, como le llamaban los medios, no hacía declaraciones. Entonces por estas razones en la universidad, para un trabajo, me encomendaron investigar la situación y formular un reportaje para un diario de corte neutral, que enunciara la realidad del hecho, y si fuera posible, lograr una visión del punto de vista del héroe.
Me preparaba entonces una mañana para dirigirme hacia algunos puntos donde entrevistaría a algunos testigos de los hechos. Antes de salir, por esas cosas de la vida, me asomé por la ventana, pero como ya venía siendo costumbre, el viejo no estaba. Salí de mi casa, bajé la escalera, y cuando comenzaba a avanzar por la calle me hallé con la sorpresa de tener al viejo en el mismo lugar, como siempre, vestido tal cual, mirando solo, quieto, hacia el mismo punto. Disimulé mi asombro y caminé como siempre, con la cabeza inclinada como si fuera un árbol más en la calle, pero no pude continuar porque una voz me paralizó.
- Muchachito… - se escuchó la voz seca y ronca en medio de la brisa que corría en la calle del célebre barrio.
Me detuve asombrado ante el llamado del hombre. La brisa continuó fluyendo y un silencio paralizante se estableció entre ambos.
- Muchachito, a ti te hablo, el joven que siempre me observa por la ventana…
Me volteé a mirarlo. El no me miraba, continuaba observando hacia el mismo punto con determinación. No lograba ver sus ojos. No cambiaba su posición.
- Qué, ¿estás sordo?, o quizás estás mudo. Te hablo a ti.
- ¿A mi, señor?
- ¿Estás loco a caso?, eres muy extraño, ¿Ves a alguien más aquí?, ¿o crees que yo estoy hablando solo?
- No, lo siento, es que nunca antes me había hablado usted…
- Ni tú a mí. Mucho tiempo especulando sobre mi, y nunca un segundo para confirmar todo lo que has pensado acerca de mi
El viejo no se movió. A penas movía la boca para hablar. Luego caí en la cuenta de todo lo que decía.
- Yo… lo siento… no…
- no te disculpes, no hace falta.
- ¿qui… quién es usted? – pregunté al fin - ¿qué hace aquí?
- ¿a caso uno no puede pararse por horas todos días a observar un punto fijo?
- bueno… supongo que sí… - respondí, ya un poco asustado, dispuesto a solo irme, pero atrapado por la intriga
- entonces… ¿cuál es el problema?
- Mmm, creo que es un poco extraño… sinceramente, es bastante extraño… usted es extraño.
- Muchacho, todos somos extraños. A mi me parece extraño que te levantes todos los días a ver a través de la ventana si es que sigo aquí o no, y que pasen meses y no seas capaz de hablarme.
- Si… pero…
- No hay ‘‘peros’’, muchacho.
Miré la hora y recordé la prisa que llevaba, así que decidí que era hora de irme.
- bueno yo…
- ese héroe del que debes investigar… - lo miré fijamente, asustado – sabías que lo héroes son casi como una costumbre de Verona… la vieja y la nueva.
- Espere… usted… usted… ¿cómo…?
- ¡qué importa muchacho!, ¿importa cómo lo sé?, o ¿lo que sé?
Quedé nuevamente estático mirándolo, mientras el seguía estático, mirando a un punto fijo, casi inerte. No percibía su respiración, cansancio. Su rostro impasible y sus ojos ocultos bajo la sombra del sombrero.
- Verona tiene mucho que contar. Tanto que contar. Verona se forjó sobre cadáveres, se asentó por la sangre de héroes. Sobre héroes caídos, sobre héroes que murieron por ideales… buenos y malos. Sobre mártires anónimos… - decía el viejo sin mover un músculo. – esas cosas no se las enseñan a ustedes los jóvenes… no, ya no.
- ¿Qué tiene que ver esto conmigo? – pregunté mirando el reloj.
- ¡nada!, ¿por qué tendría que ver contigo?, ¡qué egoísta eres muchachito!, ¿a caso las cosas importan solo si tienen que ver contigo?
- Tengo prisa…
- Prisa, apuro, vas retrasado… todo se mueve por velocidad, por inercia, ¿eh? – ya me parecía solo un viejo loco – en Verona muchos perecieron por la prisa. Un hombre ciego atropellado por el orgullo… pobre Verona que ha de beber la sangre del infortunio y la tragedia.
- Sabe… no entiendo nada de lo que dice…
- Claro que no… no lo entiendes… y no tienes que entenderlo. Solo oírlo.
- No tengo tiempo para…
- No tienes que tener tiempo. – lo miré nuevamente, sin comprender nada. – Verona. Verona, nuestra Verona se fundó de la sangre de la vieja Verona. De una familia nacida de primos malditos por el destino, por la venganza y la traición. Trajeron sus inmundas vidas a estas tierras vírgenes y fundaron lo que hoy conocemos. Estas tierras vieron derramarse la sangre de caballeros, de doncellas, de nobles y del vulgo, del burgués y del asalariado, del culpable y del inocente.
- Oiga… conozco la historia de la fundación…
- Eso no importa. – cortó mis palabras, mientras yo veía como la hora se me iba y el no cesaba de hablar sobre la ciudad – hay tanto que no conoces de Verona. La muerte ama Verona, ¿sabes?, siempre baila por estas calles, sobre cada rincón de Verona. Desde las espadas hasta las bombas atómicas… y tu generación no está exenta de las desgracias. Los desamores, las traiciones, los suicidios, su esquizofrenia e individualismo asesino…
El viejo continuó hablando y yo simplemente comencé a caminar dejando atrás sus palabras y todo lo que decía. Simplemente fui e hice mi trabajo que no tuvo muchos frutos.
Cuando volví el viejo ya no estaba. Aunque no quería oír sus historias, seguía intrigándome. Algo extraño había en su locura, en su demencia… en su rareza. Los días siguientes fueron marcados nuevamente por sus palabras que aún recorrían mi psiquis. Volví a vigilar la esquina en espera de volver a verlo, pero nunca volvió.
Con el paso de los años comencé a observar que algunas de sus palabras cobraban vida. ‘‘La muerte ama Verona’’. Verona estaba marcada por la tragedia. Desde los desamores hasta los problemas político/sociales… desde lo ínfimo hasta lo máximo.
Crecí como un ‘‘don nadie’’ y cuando fui viejo, solitario y olvidado, llegué a otra esquina, frente a la casa de alguien. Nunca volví a ver al viejo, pero no importaba, porque ahora ya no lo necesitaba. Y aunque nunca me dio un concejo y sus palabras podían ser acertijos ilógicos, no había nada que entender. No se trataba de mí, no se trataba de nadie… de nada… era solo un viejo parado en una esquina sin nada mas que hacer que hablar lo que sabía y lo que desconocía, marcado por la tragedia, marcado por Verona. |