Hay imágenes por supuesto. Algunas plasmadas en blanco y negro en amarillentos papeles. Las mas, vivas, perfectamente claras en mis recuerdos. El pueblo cálido a las cinco de la mañana y la hermosa neblina sobre el rio Tulijá. Están aun frescos los recuerdos del mercado del pueblo. Los escasos puestos de verduras, quizás alguno perdido de frutas, la miscelánea infaltable, y desde luego la más socorrida de estas: la de chácharas, botones y papelería. Una sola carnicería. Dos o tres fonditas en las que animados, a esas tempranas horas de la mañana esperábamos ansiosos nuestro primer café. Y cómo no tenerte en mi memoria si yo estudiante de secundaria vivía solamente con la ilusión de encontrarte inquieta atendiendo tan contenta a la clientela fiel de tus padres. Y pensar que toda aquella vida mía estuvo en esos ayeres atada a tu sonrisa, a tu voz, a tu mirada. Bella e inocentemente también tú, asida a los más sutiles encantos de mis promesas. Lo sabían mis padres y consentían, la gente del mercado y nos cobijaban, tus padres y les parecía un juego, hasta la vez primera en que bese tus labios y en la que jamás nadie pudo borrar aquella sonrisa de amor de nuestros rostros.
La debacle comenzó con aquel beso. Tus padres reprimieron y molestos te suplieron con el menor de tus hermanos. Mis padres hallaron en mis ojos visos oportunos de enamoramiento y decidieron que lo mío debía ser el estudio. Consideraron entonces mi salida del pueblo. Te escondieron y me alejaron. Ecuación perfecta de sumar las voluntades de nuestros padres. Y por esos retorcidos callejones que Dios vestido de destino fue guiándonos, cercándonos, arrinconándonos hasta perdernos, volvía al pueblo y jamás tuve manera de ver tu rostro de nuevo. Se la llevaron al rancho de los abuelos. Está en Teapa con la hermana del padre. Ahora por Villahermosa, o por Palenque, o por donde a su chingada madre le dé las ganas de hacerlo. Y se fue el tiempo y con el la angustia y la ansiedad de recorrer una vez mas y por N veces Ns los pasillos del mercado de Salto de Agua. Y resulta pues que habiendo hecho mi vida en una carrera que me mantuvo quieto por veintitantos años, y habiendo concluido un matrimonio casi perfecto, tomo un buen día la decisión de hacer el viaje eternamente pospuesto.
De nuevo solo, de nuevo con aquella ilusión de saber cómo ha pasado la vida por ti. Y sin mediar palabra me asomo por la fonda que la tradición marcaba a tus padres. Y son otra vez las cinco de la mañana, y escucho el rumor del rio Tulijá, y de nuevo lo hallo cubierto por una espesa neblina, y te busco mujer de ojos negros y cabellera azabache larga cubriendo tus hombros, tu espalda y tu cintura, y descubro tu sonrisa al descubrirme y extiendes tus brazos hacia mi y la gente del mercado -viejos ya rozando las tumbas- exclamando nerviosos: volvió, por dios que si volvió esta creatura. Y veo la luz encendida de tus ojos y tú en los míos te miras. Y murmuras palabras que se quedaron dormidas en aciagos inviernos y me apartas para verme de nuevo, y de nuevo te acercas y ríes y al hacerlo encuentro lagrimas acariciando tus mejillas y yo solamente suspiro y cierro los ojos y me prendo a tu cuerpo. Y se entonces que el resto de mi día tendré que dar explicaciones a mi mujer y decirle que estaba soñando y que fue todo, y que cómo es posible que después de tantos años siga pensando que no me casé enamorado, y todos los momentos felices y los viajes y los planes, y los hijos qué?. Y todo eso qué... y ya vez todo eso por las pendejadas de tus padres que te escondieron de mi y las pendejadas de los míos que solamente vieron en mi cara visos de enamoramiento.
En todo caso chulita, olvidémonos del beso y sigamos siendo sólo amigos. Y sírveme otra taza de café y deja que siga viendo esa sonrisa que adorna tu cara, enmarcada por esos ojos negros y esa espesa cabellera negra que cae por tu espalda. Mientras sentado aquí en tu fonda, observo el ir y venir de los salteños madrugadores y gritones que sin inmutarse, en vez de los buenos días, acostumbran mentarse la madre.
Junio 2011
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