EL PREMIO 571 palabras

Ven acá Julito, –dijo la madre al niño que triscaba en los entreveros del granero, el niño se acercó atendiendo el llamado.
Entre la distancia de los dos, la madre vio que una serpiente venenosa, estaba armada para morder al niño cuando éste pasara. Ella al ver semejante peligro, se lanzó sobre la serpiente ya que no tenía tiempo de avisare al niño que detuviera su marcha, y en vez del niño, fue la madre quien murió por el letal veneno inyectado por el ofidio.
Julito y su madre vivían solos, su padre había muerto cinco años atrás cuando el niño contaba sólo tres añitos de vida.
Su padre había sembrado cuatro árboles de rosas, al morir él, éstos se cundieron de flores, y los vecinos llegaban hasta la casa de Julito para comprar las rosas; de esta renta vivían él y su madre.
Con la muerte de la medre de Julito, éste quedó desamparado; pero cada uno de los vecinos le pidió al niño que se fuera a vivir con ellos para protegerlo por su corta edad. Pero el niño desdeñó toda benévola oferta alegando que su padre y su madre, estaban encerrados en el rosal.
Los abnegados vecinos y amigos, continuaron adquiriendo las flores; pero esta vez, el niño no aceptaba dinero; entonces optaron por surtir su despensa, y de vez en cuando, una muda de ropa nueva.
Desde el día siguiente de la muerte de su madre, Julito sembró durante los siete días de la semana en ambas riveras del río, trocitos de rosas, lo hizo río arriba, a partir de su casa.
Al cabo de dos años, ambas márgenes emanaban un perfume que la brisa dispersaba sobre los campos llegando hasta los diferentes pueblos y ciudades.
Pasado cuarenta años, (40) Julito tenía sembrados casi la mitad de los ríos del país de perfumados rosales, todo el ambiente era un olor a pura rosa tan agradable, que nadie quería abandonar este hermoso territorio. Los campesinos llenos de felicidad, trabajaban sus tierras obteniendo de ellas abundancia en sus cosechas, y la economía de este país, nunca se vio afectada.
Los campesinos seguían surtiendo la despensa de Julito como lo hicieron al principio de su orfandad.
Cuando Julito cumplió ciento diez años (110), se encontró de pronto muy cansado, cosa que no le había sucedido nunca, ya que siempre tenía fuerzas para sembrar los trocitos de rosa sin fatiga.
Buscó un rosal, y sobre la raíz de uno de sus troncos se sentó; colocó su blanca cabeza encima de sus rodillas, y penetró a las profundidades de la canóniga.
Estaba recorriendo los caminos de Morfeo cuando escuchó la dulce voz de un niño que le dijo:
— ¡Levántate Julito! Hay muchos ríos que están esperando ser perfumados con tus rosas.
El anciano de un salto estaba de pie, tomó su mochila repleta de trocitos de rosas, su sembrador, y cuando levantó la cabeza, vio un ancho y blanco río con sus márgenes sin rosas.
En una de sus orillas, se encontraba una barcaza, subió a ella, y la encontró repleta de trocitos de rosas; miró al árbol, y vio que su cuerpo aún descansaba sentado sobre su cepa.
— ¡Mira! –Le dijo al niño aún estoy allá sentado.
—No te preocupes, –contestó el pequeño tus rosales se encargarán de ti.
El anciano empezó a sembrar las rosas en su nuevo y níveo río.

Reinaldo Barrientos G.

Rebaguz