Cuando esos viejos espectros de la esquina,
se empeñan en despertar un par de abrazos,
y en la tardenoche la añoranza es cómplice
de todos los recuerdos que no dejan vivir,
el extraño reflejo de una bella ilusión,
se teje solitario en la lujuria de la telaraña,
de una manera tan violentamente dulce
que surge la incertidumbre de dejarse llevar,
palpitante y lacerado el lado izquierdo,
cobijándonos en la virtud del calor
que del momento de letargo nos llevamos.
A un siglo desde que ocurrió esa nada
de encontrarnos sentados en el frío parque
donde abandonamos el equipaje de la piel,
estamos solos de nuestra forma de vivir.
La niña buena y el fuego de sus ojos
quedó guardada en la agenda vacía,
el ignoto escritor que adorno tu mirada
con su sentir algo trillado, pero sincero,
se guardó dentro del hombre aun te espera
en esa vieja esquina donde añora abrazos.