Una de esas noches
La vida normal de un joven guanacasteco fue la vivida por mi abuelo. Nacido el día de Juan Santamaría, un 11 de abril, razón por la cual fue nombrado como Juan José. Hermano de muchos, todos muy independientes, incluído él. Ya siendo un adulto joven, trabajaba de día como muchos hacían en esa época, para la solidaria causa de ayudar a su familia. Aún así no se retiro de los estudios, lo hacía de noche.
Iba y venía de la casa al colegio diariamente, llegando cuando moría la tarde y volviendo en el clímax de la noche, cuando la Luna se posa arriba en el cielo, observándonos a todos. Cuando descansa el ruido del día, dejando al tranquilo, melancólico y a la vez misterioso y un tanto horroroso y torturante silencio.
Tanto el silencio como la infinita y atrapante oscuridad, hacía del volver del estudio esas noches algo que a muchos asusta. Así como la superstición, muy presente en la gente de esos tiempos y en esos lugares.
Era una noche en que octubre esperaba con ansias para despedirse y dejarle el espacio al, preparado y hasta ahora virgen noviembre. Sí, un 31 de octubre, día que adoptamos de los norteamericanos, el llamado "Haloween". Seguía la rutina de volver a su hogar, pasando por zonas en donde no se encuentra un alma, en donde reina el silencio y la oscuridad. Convirtiéndose, lo que son alegres bosques siendo de día, al escenario de una película de terror. Sonidos extraños que, de una forma escalofriante, rompen el silencio; como cuando cae una gota en un vaso lleno de agua. Movimientos sospechoso al este y al oeste, al norte y al sur. Engañosas siluetas que juegan con la imaginación, presionando, llevando a tener sentimientos que no son de rutina.
Caminando por entre dos colinas, el lugar más oscuro del sendero, las ramas de los árboles esconden el cielo formando una clase de techo. Pero más que sentirse protegido por él, deseaba poder arrancarlo con su propias manos para, de esta de forma, aminorar los nervios. Volvió la vista hacia adelante y -frente a sus ojos, arriba de su cabeza- flotaba una figura. Se movía de izquierda a derecha como si tuviera vida propia.
Se trataba de una brillante calavera. Situada en medio de los levantamientos de tierra y sobre el sendero. Seguro estaba de que no era un juego de la imaginación. Y como una persona realista, pero no conformista ni limitado, caviló.
Después de un tiempo tomó una decisión, agarró un manojo de piedras; procedería a probar su puntería. Arrojó unas cuantas hacia las colinas sin éxito alguno. Luego, acertó. Se oyeron gritos y unas hojas secas evidenciando que alguien, maltrecho por la piedra, corría pisándolas.
La calavera cayó, planeando como una pluma recién desprendida de su portador, el ave. Así comprobó que su conclusión no fue errónea: dos hombres acechaban desde los extremos del pequeño valle, sosteniendo la silueta y controlándola como se controla una marioneta. Esperando a que alguien transitara por allí para hacerles pasar un mal rato en ese "día de brujas".
Siguió su camino, como todos días. A diferencia del sentimiento de orgullo, una sonrisa marcada en su rostro y una particular experiencia que le otorgó un crecimiento de valor.
Sebastián Monge
San José, C.R., 2011 |