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El sabía que sus días terminarían así. Una bala calibre veintidós en quizás qué parte de su pecho. ¿Los pulmones?, ¿alguna arteria vital?, pero no podía saberlo. No es un experto, no es un experimentado asesino, ni su materia es la anatomía. Solo sabe que está sangrando mucho, que el dolor es intenso cuando intenta moverse y que si nadie le ayuda morirá. Perdió su espada, está rota y tirada por allí entre algunos cadáveres y otros casquillos de municiones. Se le ha escapado. Su objetivo, aquél que le tardó meses rastrear. Aquél por el cuál muchos perdieron la cabeza, las manos, la piernas y por su puesto la vida.
Se arrastra un tanto, se levanta con notoria dificultad y con su mano izquierda, temblorosa, se tapa el agujero contaminado por el bronce de una bala que le hace chorrear sangre en el costado izquierdo de su pecho. Aprieta los dientes, frunce el ceño, y camina lentamente entremedio de algunos cadáveres mientras oye las sirenas de la policía que se acerca rápidamente ya estando a unas seis o siete cuadras de distancia. Deberá cruzar a través de los patios de las casas vecinas. Huir saltando muros, escabullirse entremedio de algunos arbustos o algo así, mezclarse con las sombras de una noche a la cual le quedan, a lo más, unas tres o cuatro horas de vida.
No podrá asegurarse de eliminar alguna posible evidencia. No podrá asegurarse de haber eliminado a los cómplices. Ni siquiera puede asegurar su supervivencia. ¿Será hora de entregarse…?. ‘‘No’’, piensa, ‘‘aún no está todo perdido, aún puedo salir de esta… pero… ¿y después qué?’’. Se acerca lentamente al muro que da con otro terreno baldío, y con mucha dificultad se aferra al borde, escalando con el inmenso dolor de su herida reciente. Cae al suelo de golpe. No puede detenerse mucho tiempo allí, al llegar la policía crearán un perímetro, que incluye cercar toda la cuadra, y una vigilancia sobre todos lo terrenos cercanos, mas un operativo policial en la ciudad entera para rastrear a todos los posibles implicados en la bestial batalla ‘‘pandillera’’ según las especulaciones de los detectives respecto a los últimos delitos denunciados por la ciudadanía en el último año.
Se arrastra otro tanto por el césped del terreno hasta llegar a las calles. La policía ya está en la escena, los vecinos rodean el lugar. Una casa grande y ‘‘abandonada’’, descubierta ahora por los detectives que era usada para el tráfico de armas y drogas. Quién la usaba es lo que ha de investigarse ahora. La policía se pasea por el patio que cuenta con, al menos, unos tres cadáveres, casquillos de balas, shurikens, cuchillos, pistolas de bajo calibre, una escopeta Remington 11-87 semiautomática, dañada en el cañón, y una Katana japonesa partida en dos. La casa no es muy diferente, solo que además de los restos de municiones la cantidad de cadáveres superaba por dos a la del patio. La policía se da cuenta de que la casa no estaba tan abandonada como parecía. Había algunos muebles, y hasta la cocina funcionaba. Contaba con electricidad, agua y gas, y por supuesto, depósitos de drogas y armas ocultos. El tema a investigar ahora era respecto a los cabecillas de esto. Los muertos no eran más que unos delincuentes comunes, lo que respecta un par de ladrones, micro-traficantes o asaltantes que cargaban con una o dos vidas por atracos a mano armada. No eran más que ‘‘perraje’’ de un mafioso mayor que al parecer escapó de la masacre.
Sacó un rollo de gasa que guardaba en uno de sus estuches aferrados al cinturón de cuero y levantándose la sudadera azul oscuro comenzó a envolverse la herida. No tenía alcohol ni ninguna clase de desinfectante, así que solo se cubría para disminuir la hemorragia y poder llegar a su casa, en donde no sabría como ocultar su herida. Hospital, ni pensarlo, no podría explicar el cómo recibió un balazo, además de no tener la certeza de que no había testigos. A toda la problemática recordó también la no extraña posibilidad de las represalias de la mafia. ‘‘Eso lo complica todo aún más’’, pensó. Pero al menos su rostro no había sido descubierto. Entonces se quitó la mascarilla y la capucha y tomó el primer micro que le salió al encuentro, disimulando todo dolor para no llamar la atención del chofer y del único pasajero que halló a esa hora, que además estaba ebrio. Entró tambaleándose, por lo que el chofer lo tomó por otro borracho, a lo cuál le entregó una bolsa de plástico y solo le pidió que no vomitara fuera de esta, luego se sentó en el último asiento y comenzó a luchar por no quedarse dormido. El cansancio lo agobiaba y con pesar sus parpados intentaban cubrirle los ojos. Se le repetía constantemente todo el espantoso escenario vivido, la misión fracasada, y las consecuencias de esta. Le retumbaba la cabeza por la cantidad de disparos a los cuales se enfrentó. Sentía la bala dentro de su interior, las astillas de bronce cortando poco a poco su carne, y la sangre chorreando nuevamente a través de la gasa ya empapada. Luego llegó el mareo. El efecto natural de la adrenalina, lo que le había permitido llegar hasta ese punto, ya se apagaba, y todo el peso de la batalla cobraba su deuda. Tomó la bolsa y vomitó. Puro líquido. Dolor de cabeza, mareo, asco, y el sabor amargo de la derrota más el miedo, las lágrimas, y la carga psicológica de tantos meses de sangre a los cuales un niño de trece años no está acostumbrado. Lo increíble era que había soportado ya bastante.
Tras una media hora de recorrido llegó a su destino. Se levantó con dificultad, nuevamente chorreando algo de sangre, e indicó su paradero. Bajó, y caminó a través de las calles inclinadas para llegar a su casa a unas cuatro cuadras del paradero. Rodeó los muros de su hogar hasta su entrada secreta entre los arbustos, luego abrió el candado de la puerta metálica, y entró. Escaló el muro como siempre lo hacía hasta su habitación, por supuesto que con la dificultad de tener una bala ahora dentro de su cuerpo, y una herida que le dolía de forma inimaginable. Abrió la ventana, entró y se echó en el suelo para no ensuciar la cama.
Su padre era detective, llegaba muy tarde y si es que llegaba a la casa. Su madre era fiscal, y también era una mujer muy ocupada. Su hermana era estudiante de secundaria y llegaba a eso de las cinco de la tarde y debía pasar a buscarle a la casa de una tía que lo cuidaba cuando solo tenía siete años.
Sucedió que en una ocasión su tía no podía recibirlo, así que debió cuidarlo su abuelo, padre de su padre, al cual no visitaban muy a menudo. Isaac Reyes, un viejo ingeniero, que en su juventud, e incluso hasta hace un par de años, trabajó en el diseño de ciertas herramientas de tecnología militar avanzada, y maquinaria pesada para vehículos aeronáuticos. Cuando su abuelo fue a buscarlo a la escuela le avisaron que estaba castigado por mal comportamiento en la escuela, y por golpear a un compañero. Su abuelo, algo sorprendido, indicó que el no tenía nada que ver con esas situaciones, así que solo se lo llevó, y el fue de mala gana. Era un niño antipático, mal criado, y su abuelo no era tampoco un ancianito dispuesto a darle en el gusto a un niñito mimado que poco veía, aún fuere su nieto. La estadía en la casa del anciano fue insoportable para el. Que no podía tocar nada, que no le rompiera las plantas, que no esto, que no esto otro. Terminó gritándole a su abuelo un par de palabrotas que había aprendido por ahí de sus compañeros. A la hora después llegó su padre, y el abuelo le recriminó la educación que le estaba dando. Su padre, enojado, se lo llevó y lo regañó para luego castigarlo. Como era viernes, sus padres, y su hermana estaban más desocupados, y decidieron salir a cenar a algún restaurante. En castigo, su padre decidió que el se quedaría en casa, pero su madre intercedió para que su padre levantara el castigo. Ella dijo que tenía una sorpresa especial para toda la familia. Su padre aceptó, pero el pequeño, enojado, dijo que no le interesaba nada con la ‘‘maldita familia’’, con esas exactas palabras. Indignado, su padre volvió a castigarlo, y lo dejó a cargo de su tía, que ya esas horas estaba disponible. Salieron, y el, por orden de sus padres, debía irse a dormir temprano.
A la mañana siguiente, se levantó, y bajó a la cocina, donde encontró a su tía hablando con unos detectives, compañeros de trabajo de su padre. Cuando su tía lo miró, su rostro se descompuso. Ella estaba con los ojos hinchados, pálida. El le preguntó por sus padres, y ella se echó a llorar. El pequeño se dirigió a los detectives, con el corazón acelerado, confundido. Su tía lloraba y el esperaba una respuesta rápida que los detectives tardaron en responder.
Vicente Molina, su padre, había sido uno de los mejores detectives, desenmascarando mafias, traficantes de armas y redes de crimen organizado internacionales. Trabajaba en conjunto con su esposa, Lissette Álvarez, la fiscal de la ciudad, que había logrado llevar a la justicia a sacerdotes pedófilos protegidos por el mismo vaticano, políticos ladrones y jefes de la mafia intocables hasta que ella lograba lo contrario. En ese momento investigaban a un nuevo traficante de armas que se había asentado en la ciudad. Un estadounidense al que nadie conocía directamente. Un caso muy difícil por el miedo que se había apoderado de todas las fuentes ya corruptas. Al final de todo lograron llegar a la conclusión de que se trataba de un joven empresario dueño de algunos hoteles de renombre. Jason Lewis, al cual le apodaban como ‘‘el gringo’’. A pesar de todo, tenía las manos ‘‘limpias’’. El norteamericano sabía hacer su trabajo, y justamente por eso, el no hacía ningún trabajo. Aún sin las pruebas necesarias se inició una investigación oficial, lo que hizo que perdiera una gran cantidad de clientes y que las acciones bajaran. Un pequeño mal estar económico y una imagen sucia que detonaron un escándalo en los medios. La prensa se abalanzó con rumores, y los chismes empezaron a surgir.
Esa noche en que la familia Reyes salía a cenar, Lissette anunció que estaba embarazada. Brindaron. Luego, tras una conversación, decidieron que ella se retiraría de su cargo como fiscal, y que sería mejor que se dedicara a la familia. Por lo mismo, Vicente anunció que reduciría su actividad en las investigaciones. La familia vivía con una buena situación económica, podría reducir el trabajo, además que habían ahorrado lo suficiente para el dinero de la universidad de Amanda, su hija mayor.
Luego de la cena, por ahí como a las doce de la noche, la familia decidió partir. Fueron hasta el estacionamiento y cuando llegaron hasta el auto se hallaron con la espantosa imagen del nombre de ambos escrito en sangre sobre el vehiculo. Rápidamente Vicente le dijo a su esposa y a su hija que se marcharan, pero cuando se voltearon se vieron rodeados de tipos armados. Vicente no tuvo la oportunidad de sacar su pistola por que lo tomaron de inmediato, y acto seguido encañonaron a su hija y a su esposa. A la mañana siguiente encontraron el vehiculo quemado con los tres cadáveres en la maleta del auto botado en un bosque a las afueras de la ciudad.
El funeral fue triste. El pequeño no asistió con su tía, y ni siquiera derramó una lágrima., y el abuelo miró desde lejos el servicio. Los medios no hablaron nunca del principal sospechoso, ‘’el gringo’’, Jason Lewis. La ciudad tuvo miedo. La policía tuvo miedo. Los abogados y jueces tuvieron miedo. No había pruebas. No había nada.
La situación del niño era complicada. La tía iba a tomar la custodia, pero inesperadamente el abuelo decidió hacerlo. El niño se rehusó, pero Isaac habló directamente con la tía, y tras unas explicaciones, ella accedió y decidió marcharse de la ciudad. A los pocos días, el pequeño tenía un nombre nuevo, un apellido nuevo, una escuela nueva, una historia nueva, y un nuevo hogar. El, por supuesto, no entendía nada. Solo sabía que sus padres, su hermana… su familia, estaba muerta.
Su abuelo era un viejo gruñón, pero intentó ser lo más agradable con el pequeño durante los primeros días, pero era complicado. Isaac nunca fue un buen padre para Vicente. De hecho, lo conoció cuando era una adolescente. El los había abandonado cuando Vicente solo tenía dos años, y re apareció cuando tenía catorce años. Aún así, nunca lo pudo ver como un verdadero padre. Pero Vicente nunca le guardó rencor. Siempre pensó que había tenido buenas razones para hacer lo que hizo. Vicente siempre fue optimista.
Con el tiempo el pequeño se volvió hermético. Comenzó a entender todo. Ahora sabía por qué tenía un nombre nuevo. Y también sabía la razón de la muerte de sus padres. Maduró muy temprano y comenzó a experimentar un resentimiento y un odio terrible. Nunca podía terminar de ver los noticiarios cuando lo único que anunciaban eran crímenes y delincuencia.
En una ocasión se hallaba en la escuela cuando un chico dos años mayor que sus compañeros estaba molestando a otro. El chico lo insultaba y se burlaba de el, mientras el otro le pedía que parara, pero no lo hacía. Entonces intentó defenderse, pero el otro lo golpeó. El pequeño Reyes sintió arder algo en su corazón. Apretó sus puños y se abalanzó contra el abusivo con una ira incontenible y comenzó a golpearlo en el rostro, tan fuerte que le voló tres dientes. Tuvieron que sacarlo de tres profesores para calmarlo. El incidente detonó que el niño abusador no quisiera volver a la escuela y terminara con tratamiento psicológico. De la misma manera llamaron a Isaac. Isaac no reveló detalles del pasado del niño, pero indicó que estaría atento y buscaría ayuda en terapeutas para el niño… cosa que nunca hizo.
Se limitó a hablar con el, y decirle que lo que había hecho estaba bien hasta cierto punto. Que no debía ser tan agresivo y que debía realizar las cosas con más calma, y no dejarse llevar por sus emociones. El niño asintió, pero nunca logró controlar sus impulsos vengativos.
De alguna forma las cosas en su nuevo hogar eran tranquilas. Su relación con su abuelo era tranquila, pero distante. Ninguno luchó nunca por alcanzar a conocer más al otro. El solo sabía que su abuelo era un viejo inteligente y con un extenso y misterioso pasado oculto que quizás nunca llegaría a conocer.
Pasado un año, ocurrió que mientras se hallaba solo en su nuevo hogar encontró entre unas herramientas viejas de su abuelo una katana samurai. Le sorprendió y después de pensarlo un poco la tomó. Empezó a buscar más cosas y encontró algunas armas blancas viejas, abandonadas entre los cachureos olvidados por el misterioso ingeniero. También encontró algunas macanas, nunshakus, una vara bo, y un chaleco antibalas más liviano de lo normal. Cayó en la cuenta de que su abuelo tenía más misterios de los que el creía. Pero no preguntó nada, y más bien, se llevó ciertas cosas.
Una noche de verano, cuando tenía nueve años, mientras se hallaba sobre el techo de la casa, vio a lo lejos como asaltaban a un sujeto. Comenzó a sentir una extraña sensación, su respiración se aceleró y su corazón comenzó a latir rápido. Sin pensarlo mucho, tomó la katana vieja de su abuelo y un pasamontañas y corrió hacia el muro que no le presentó mayor dificultad, saltó y se dirigió al lugar, donde los ladrones justamente huían de la escena, con la victima tirada en el suelo herida de en la cabeza con una barra de fierro. Los delincuentes no eran mas que dos muchachos, de a lo mas quince o dieciséis años. El corrió en su persecución. Los delincuentes se dieron cuenta que eran seguidos por un niño con la cara cubierta y una espada. Se detuvieron algo sorprendidos. El se detuvo de frente. Lo miraron mientras el los miraba con una mirada penetrante llena de odio. Se rieron y lo echaron, pero el blandiendo la espada lanzó un golpe que le realizó un corte poco profundo a uno, a lo que el otro respondió con una patada que lo lanzó a unos tres metros de distancia. Pero no pensó mas, se levantó rápidamente para acabar con sus víctimas. Se abalanzó contra el que lo pateó y este sacó el fierro que guardaba con el cuál detuvo la poco afilada hoja del arma. El pequeño lanzó una patada a la rodilla de su oponente que se la dislocó y rápidamente clavó la hoja en su pecho. Al instante recibió un fuerte puñetazo en la cara de parte del otro sujeto que luego se dio a la huida. Casi por instinto, tomó la katana como una lanza y se la tiró al malhechor que se vio ensartado por la espalda con una fuerza descomunal que le destrozó la espina dorsal. El niño de nueve años se acercó lentamente al moribundo delincuente. Lo miró con desprecio, retiró la espada y lo remató enterrando la hoja en la nunca. Luego hizo lo mismo con el primer caído antes de partir corriendo a su hogar.
Aquel día, cuando ya se encontraba en su habitación, al ver el arma en sus manos, la hoja bañada en sangre y su imagen serena ante el espejo, no se explicó como había sido capaz de perpetuar dos asesinatos a su tan corta edad. ¿De donde había saco el coraje, las fuerzas y la ‘‘habilidad’’ para esto? El nunca había blandido un arma. A penas si sabía cortar la carne con un cuchillo de cocina al almorzar. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar luego a sus padres, pero no lloró, no podía hacerlo, debía ser fuerte, y ahora tenía una misión, pero debía hacerlo bien. No podía entregarse a la muerte o la captura así como así. Debía hacer las cosas bien. Aquella noche se dispuso a prepararse para comenzar una cacería de delincuentes. Se dio cuatro años de entrenamiento físico y de combate armado y desarmado con armas blancas y cuerpo a cuerpo. También preparó una investigación sobre las redes criminales. Micro tráfico de drogas, familias de ladrones y asaltantes, hasta llegar de a poco al crimen organizado y asesinar a los jefes de mafias mayores.
Cumplido los trece años, se dispuso a salir a cazar. Había comprado ropa que el mismo fue modificando para la obra. Diseñó una ‘‘plan de cacería’’, los sectores que recorrería cada semana y preparó rutas de escape en caso que las misiones salieran mal. Se aprendió las calles de los barrios, los recorridos de la policía y los delincuentes y su lenguaje. Era un verdadero mini soldado. Preparó las armas. Afiló la katana y diseñó una vaina para colocarla en su espalda escondida entre la sudadera y el chaleco anti balas. Creó bolsillos ocultos donde guardaba los shurikens. Llevaba también un spray de gas pimienta y nudilleras de metal en sus guantes. Cubría su boca y nariz con una mascarilla de género reforzada interiormente con unas placas de kevlar, sacado de uno de los chalecos de su adre que guardaba entre sus recuerdos. Para sus pies usaba canilleras de football ocultas en el pantalón, y unas botas livianas a las cuales había agregado puntas de acero. Estaba listo para la cacería. Listo para hacer su trabajo.
Su primer día fue agotador por la inexperiencia. Tenía miedo, pero lo venció al tercer asesinato. Se dedicó a pasear por las calles en busca de asaltantes y vendedores de droga. Mató unos diez y se le escaparon unos tres. Cada día iba aprendiendo algo nuevo. Era rápido y efectivo en lo que hacía, no les daba muchas oportunidades a sus enemigos. Por lo general se presentaba con shurikens dejando fuera de combate a los que portaran armas de fuego y luego decapitaba al que estuviera mas cerca. Luego se dirigía a los más grandes. Cuando ya no quedaba ninguno en pie remataba a los que estaba en el piso. No se tomaba ningún descanso, no les permitía nada, era rápido y letal. Estuvo alrededor de un año en lo mismo, escalando en niveles de dificultad. Avanzó de atacar delincuentes comunes en las calles, pasando por peligrosas pandillas de neonazis, hasta pequeñas centros de narcotráfico en casas. En todas salía casi invicto. No había recibido mas de un par de puñetazos, patadas y a lo más una apaleada que dejó unos moretones. Entre todos los combates había perdido una muela por un golpe que no esquivó. Se había esquinzado un tobillo por caer mal de un techo y un par de cortes poco profundos en sus huidas alborotadas entre los muros y las casas. Nada grave. Era realmente un comando de elite con solo trece años de edad. El mismo se entrenó para esto. El mismo se preparó para matar, sobrevivir y todo sin vacilar.
El secreto se mantenía de maravilla. Se formuló una entrada secreta en el jardín del patio de su casa que ya estaba algo apartada de otras casas. Entre unos arbustos abrió una puerta que cerraba con un candado. Luego subía por el muro hasta su habitación. Su abuelo en verdad no era muy vigilante en sus actividades, así que no era difícil para el mantener semejante secreto. En la escuela no tenía amigos. Hablaba con el resto siempre y cuando fuere necesario u obligación. Sus notas eran regularmente buenas. No sobresalía, pero era lo suficientemente bueno como para que sus profesores no le molestaran, aunque en ocasiones fue interrogado por su apatía ante el resto de sus compañeros. Sin embargo, a pesar de nunca mostrar interés en compartir con alguien, defendía a aquellos que eran violentados, verbal y físicamente, solo que ahora lograba medirse debido a su entrenamiento, aunque no lograba apagar ese fuego que ardía en el que solo se saciaba con la venganza.
Con el tiempo, el rumor se difundió por las calles. Las noches se volvieron el infierno de los criminales y ahora estos andaban mas alerta. Algunos desertaron, pero en las grandes mafias los cobardes sufrían la pena de muerte. Los peones del crimen organizados se hallaban entre la espada y la pared. Los que no morían a manos del joven vengador, morían a manos de su jefe. Por allí entre algunos asaltantes nació un apodo que venía de la lengua anglosajona. ‘‘Dark Ghost’’, lo llamaron. Era silencioso y se ocultaba en las penumbras de la noche. Por supuesto las leyendas no dejaban de surgir. Se creyó que era un verdadero demonio, o un ángel, un espíritu que venía a llevarse las malvadas almas de los delincuentes, pero estas leyendas eran rápidamente reprimidas por los jefes de las mafias que enviaban a sus hombres a proteger los cargamentos de drogas, armas o niñas prostituidas.
Fue entonces una noche en que Dark Ghost logró dar con el paradero del famoso ‘‘Gringo’’. No tenía idea de qué papel había jugado el respecto a sus padres, el solo iba en plan de acabar con un mafioso mas. Llegó a la dirección correspondiente. Casi a las afueras de la ciudad le esperaba una casa supuestamente abandonada. En el patio habían solo dos guardias, pero entró sigilosamente sin siquiera atacarlos. Optó por el segundo piso. Escaló por el muro hasta una ventana que daba al baño. Entró. Había un guardia que apuñaló por detrás con un cuchillo. Avanzó por el pasillo que daba a tres puertas, todas cerradas. Decidió que primero debía inspeccionar lo lugares abiertos de la casa. Bajó cuidadosamente y se encontró con un traficante que quedó frío con solo verlo. Sin pensarlo lo rebanó en dos con su katana sin darle oportunidad de reaccionar. Se movió rápidamente. En la cocina había dos mas jugando cartas, que cayeron inmediatamente con shurikens en sus gargantas. Luego de inspeccionar el resto, solo se dirigió hasta las habitaciones. Abrió la primera puerta para encontrarse con una prostituta encaramada en un tipo grande y robusto que la lanzó fuera de la cama para sacar rápidamente una pistola y comenzar a disparar. El esquivó los disparos y retrocedió. De una de las habitaciones salió otro sujeto armado con una escopeta semiautomática que comenzó a disparar. Dark Ghost retrocedió rápidamente escapando a través del pasillo mientras las balas y los perdigones volaban sobre su cabeza. Saltó la escalera y lanzó un shuriken que quedó estacado en el hombro del sujeto robusto, pero este como si nada, saltó por la escalera y lo golpeó en el rostro lanzándolo unos dos metros hacía atrás hasta golpear el muro de la casa. El hombre tomó una silla de la mesa y se la lanzó, pero el la esquivó, y desenvainó la espada para luego atacar, pero no pudo, pues el sujeto lo pateó tan fuerte que salió disparado hasta atravesar la puerta y caer en el patio, donde estaban los otros dos guardias con las pistolas en mano. El se quedó sin aire tras la fuerte patada, rápidamente intentó levantarse, pero recibió un golpe en la cabeza con el mango de la pistola. El sujeto grande se asomó por el marco de la puerta y comenzó a hablar con los otros dos. Su espada había caído a unos metros de distancia de el, no podía alcanzarla. El grandote estaba armado, pero no le había disparado, no lo querían muerto, pero si no tenían otra opción lo harían, y no podía darles la oportunidad. Pensó rápidamente cuando vio al grande acercarse. Sacó el cuchillo oculto en su manga izquierda y un shuriken en su mano derecha y se levantó rápidamente, encajando el cuchillo en el cuello, luego, con el shuriken giró y alcanzó el rostro del guardia que estaba a su izquierda, quedando este ciego. El otro le disparó, pero Ghost lo esquivó y le dio una patada que lo hizo retroceder. Tomó su espada y se abalanzó contra el guardia caído, dándole tres estocadas rápidas en el pecho y luego rematándolo en la garganta. Luego fue hacia el otro guardia que pedía ayuda por sus ojos rebanados, y sin pensarlo lo decapitó.
En el interior de la casa el grandote, con el cuchillo encajado en el cuello corría hacia el baño para intentar salvarse de su inminente muerte. La prostituta había huido y un silencio reinaba en todo el sector. Dark Ghost echó un vistazo por la ventana. Aún le faltaba uno de los delincuentes, y no sabía si ya había acabado con el gringo, sin embargo, por las apariencias, aún no se topaba con ninguno que diera señales de ser el típico norteamericano de Estados Unidos. Así que entró cuidadosamente, vigilando cada rincón. El otro guardia estaba armado con una escopeta semiautomática, tendría que ser extremadamente rápido y hábil para vencerlo sin que lo partieran en dos. Llegó hasta las habitaciones, aún había una sin revisar, pero no sabía con qué se encontraría allí. Si hubiera mas criminales allí habrían salido a matarlo… o quizás no. Se acercó con el arma en la mano, listo para abrir, cuando unos pasos se oyen atrás de el, se voltea y logra ver al guardia de la escopeta corriendo escaleras abajo. Lo sigue, y este sale por la puerta. El salta en su persecución, cae con una voltereta y sale hasta el patio, donde el otro a unos metros de distancia le apunta y dispara. Por poco y nada el chico se lanza al suelo dejando caer su espada, se levanta y se abalanza contra el sujeto que lo golpea con la culata en el pecho, pero sin la suficiente fuerza como para botarlo o hacerle un gran daño. Forcejean, y Dark Ghost le da un cabezazo que le rompe la nariz, luego con un movimiento rápido lo lleva al suelo, quitándole el arma y disparándole en todo el rostro.
Levantó el rostro solo para encontrarse con un sujeto rubio, con el cabello escalonado, vestido de terno negro que traía su katana en la mano y se acercaba lentamente. De inmediato reconoció a su principal objetivo, levantó la escopeta, pero ‘‘el Gringo’’ cortó el cañón, y al instante intentó apuñalarlo, pero el reaccionó y esquivó la hoja, tomó sus manos con su izquierda y le dio un derechazo en la boca, a lo que este soltó la espada. Dark Ghost tomó su arma y se dispuso a acabarlo sin mas demora, pero en casi tan velozmente como un parpadeo el gangster sacó de su manga un revólver snub nose .38 y disparó dos veces. En cuestión de segundos el joven asesino cruzó la hoja que desvió una bala, quebrándose así el acero en dos partes, pero la otra golpeó una costilla que inmediatamente lo llevó inconsciente a tierra.
Luego de unos minutos despertó allí mismo, tirado, sangrando, solo entre los otros cadáveres. Se dio cuenta de su situación, pero no sabía por qué no lo habían matado, siendo un blanco fácil moribundo por la herida. Tampoco entendía por qué el chaleco no le había protegido de la bala. Estaba confundido y hasta asustado. Luego sucedió lo relatado en un principio.
En su casa, echado en el suelo la sangre no dejaba de correr, sentía frío, pero ya no tenía fuerzas para nada mas, ya se había resignado a morir. Morir como un guerrero, morir como un ¿héroe? No, no era un héroe… el sabía eso. Aunque se había encargado de ‘‘limpiar’’ las calles de algunos criminales, nunca lo hizo por un sentido de justicia, nunca lo hizo por un beneficio a la sociedad, a los inocentes… fue simple venganza… odio acumulado, ira desencadenada contra otros que quizás lo merecían… pero nunca fue por razones justas… el se había convertido en un criminal… moriría como un criminal… y ya no podía hacer mas por arreglarlo. Fue entre toda la meditación de su agonía cuando recuerda haber oído los pasos de su abuelo aproximándose a su habitación. Luego recuerda ver la puerta abrirse y a su abuelo acercándose murmurando algo de que las pruebas habían terminado, y luego el lo tomó en sus brazos, sin señales de alteración, hasta que durmió.

Texto agregado el 26-06-2011, y leído por 207 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-06-2011 Demasiada violencia siendo niño el personaje,escrito con algunos errores pero aun asi no pude dejar de leerlo,me intrigo bastante en fin me entretuvo a pesar de que no es mi tipo de lectura. Rocxy
26-06-2011 Tiene que darle en el esternón, en la parte baja carelo
 
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