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Leyó nostálgicamente aquel artículo publicado en los años 40´s. –abluciones acuosas e instilación con nitrato de plata en el tratamiento de la gonorrea- y sonrió. El contaba entonces con 24 años de edad, era ya médico cirujano, y se encontraba de pronto bajo la tutela paternalista del primer Urólogo, no solamente de la ciudad de México, sino de la República Mexicana y probablemente de toda Latino América. El mismo terminó siéndolo muchos años antes de que en México se establecieran las especialidades. Ambos habían escrito aquel artículo, ambos habían practicado las ardientes y temibles colocaciones de las sondas vesicales – en aquellos ayeres, rígidas y limitadas a un par de grosores-, ambos habían realizado las repetidas abluciones de vejiga y uretra diariamente y durante 15 días seguidos, -acorde a lo que su experiencia les había indicado-, en las decenas de jóvenes ansiosos y angustiados, que escurrían a pasto la pus, por el esfínter del pene. Litros y litros de soluciones neutras entrando y saliendo de las vejigas, y al término de cada sesión, el retiro de la sonda, y la aplicación simultanea de la solución espesa de nitrato de plata.
Justo cuando se comunicaba este paso final al paciente y con la memoria fresca del día previo, éste contraía las mandíbulas, entornaba los ojos, suspiraba profundamente y fruncía el sisifris*. Todos estos gestos a los dos médicos, les causaba desde luego risa franca. –La penitencia del pecado- habían dicho acerca de este último momento.

Releyó y descubrió sus propias palabras al escribirlo. Jamás trascendieron ni el nombre, ni el manejo, ni el artículo. Al poco, la aplicación de los antibióticos terminó con el romanticismo de los tratamientos. No podía dejar de pensar sin embargo que, intrigado por los gestos y las respuestas de los pacientes durante las curaciones, una tarde solitaria y fría, tomó una sonda, se descubrió el pene, cuidadosamente la introdujo por su uretra, aplicó nitrato de plata, y obtuvo respuestas por supuesto: contrajo enérgicamente las mandíbulas, entornó los ojos, aspiró profundamente, y justo antes de fruncir el sisifris, emitió el más pavoroso de los gritos de dolor que se hayan oído jamás. Y aunque no llegó a anotarlo en su investigación, consideró que aquello, más que -la penitencia del pecado-, debía consignarse como: la Venganza de los pecadores.

Texto agregado el 26-06-2011, y leído por 275 visitantes. (1 voto)


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