HELICARDIO
El sol nace sobre el conocimiento vacío de las cosas, y muere bajo mi corazón, en este lugar de deudas impagas: a este viento pertenezco. Mi espalda se enfría de recuerdos y llantos sobre las losas teñidas de los colores que las flores perdieron sobre ellas.
Me siento sobre esta flor de acero que agitó mares, flotando cadencialmente sobre rocas que un día serán arena, realidad cambiante e inamovible, milenaria, de colores sinuosos.
De lejos alcanzan a envidiarme las estructuras y esa gente que se afana en sus papeles y cristales, seres que tontamente malgastan sus noches tratando de olvidar sus días, sin vivir ninguno. Y vivirlos es llenarlas de fluidos intersticiales.
Y por supuesto, una vez más, aquí me enfrento a ese amor esquivo, esa mujer que llega y toma de la mano seres indefensos o a otros llenos de tener-que, y quereres. Yo que la mimo, que le sonrío y le grito no tengo miedo, te amo, debo quedarme aquí sobre mi hélice, mirando profundidades destellantes.
Son los caminos de dios, me dicen, nos consuelan. Pero son los que marca un dios que ofrece y enamora, sin tener con que pagar luego. Un dios adolescente, sin crédito, en una época hija de tantas otras en que le reemplazaron de placeres y realidades, anatemas y ciencias.
Ese es el que nos deja ciegos, mancos. Locos. Y a otros nos conserva completos y cuerdos, solo para admirar y dar fe de toda la destrucción que heredan los que nacen.
Doy fe solo de esto: una flor de acero y su mar de espejos, mi viento de gaviotas, y una puesta de sol. Por que nada soy mas que un trozo de carne granítica que ya estaba aquí, que se volverá arena en la eternidad, solo para seguir existiendo de dolor.
Un corazón que late inútil, y una sangre espesa que en él se estancó. |