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Inicio / Cuenteros Locales / gringopresa / 1. De las Traducciones

[C:480735]

y todos los comen, aunque dicen que son de difícil digestión. Observé en
estos animales una cosa muy notable y es que mientras las [44] hembras
están echadas sobre los huevos, tienen un instinto que les hace prever por
la mantención de los polluelos: así, cinco o seis días antes de que salgan
del cascarón, colocan un huevo en cada uno de los ángulos del lugar donde
están y luego los rompen, de modo que cuando se pudren se crían gusanos y
moscas en número prodigioso, los cuales sirven para alimentar a los
pichones de avestruz desde el momento que nacen hasta que son capaces de
ir más lejos en busca de alimento.
Las casas de los habitantes de la clase elevada están adornadas con
colgaduras, cuadros y otros ornamentos y muebles decorosos, y todos
aquellos que tienen un pasar tolerable son servidos en vajilla de plata y
tienen muchos sirvientes, negros, mulatos, mestizos, indios, cafres o
zambos, los cuales son todos esclavos (38). Los negros provienen de la
Guinea; los mulatos son hijos de un español con una negra; los mestizos
son nacidos de un español y una india; los zambos de un indio y una
mestiza: todos se pueden distinguir por su color y sus cabellos. Emplean a
estos esclavos en sus casas o para cultivar sus campos, porque tienen
grandes estancias, abundantemente sembradas con granos, como ser trigo,
cebada y mijo o para cuidar sus caballos y mulas, que no se alimentan sino
de pasto durante todo el año; o para matar toros salvajes; o, en fin, para
hacer cualquier otra clase de trabajo (39). [45]
Toda la riqueza de estos habitantes consiste en ganados, que se
multiplican tan prodigiosamente en esta provincia que las llanuras están
casi totalmente cubiertas de ellos, particularmente toros, vacas, ovejas,
caballos, yeguas, mulas, asnos, cerdos, venados y otros, de tal manera que
si no fuera por el vasto número de perros que devoran los terneros y otros
animales jóvenes, devastarían el país. Sacan tanto provecho de las pieles
y cueros de estos animales, que un solo ejemplo será suficiente para
demostrar hasta que punto podría ser aumentado en buenas manos (40). Los
veintidós buques holandeses que encontramos en Buenos Aires, estaban
cargados cada uno con 13 o 14.000 cueros de toro (41), cuando menos, cuyo
valor asciende a 300.000 livers o sean 33.500 libras esterlinas, comprados
como lo fueron por los holandeses a siete u ocho reales cada uno, esto es,
menos de una corona inglesa, y vueltos a vender en Europa por veinticinco
chelines ingleses al menos (42).
Cuando expresé mi asombro a la vista de tan infinito número de
cabezas de ganado, me contaron la estratagema de que se valen a veces,
cuando temen el desembarco de algún enemigo, y que es cosa de maravillarse
mucho; consiste en lo siguiente: arrean tal rebaño de toros, vacas,
caballos y otros animales hasta la playa, que resulta completamente
imposible a cierto número de hombres, aunque no tengan miedo [46] de la
furia de dichos animales, abrirse paso a través de tan inmensa tropa de
bestias (43). Los primeros habitantes de esta plaza pusieron cada uno su
marca (44) sobre los animales que pudieron atrapar y los metieron dentro
de sus cercados, pero se multiplicaron tan pronto que se vieron obligados
a soltarlos (45), y ahora van y los matan a medida que los necesitan o
tienen ocasión de vender cueros en una cantidad notable (46). En la
actualidad sólo marcan aquellos caballos y mulas que atrapan para domar y
amaestrar, para servirse de ellos. Algunas personas hacen un gran negocio
enviándolos al Perú, donde producen cincuenta patacones o sean 11 libras,
13 chelines y 4 peniques la yunta. La mayor parte de los vendedores de
ganados son muy ricos, pero de todos los comerciantes, los de mayor
importancia son los que comercian con mercaderías europeas, muchos de los
cuales tienen fama de poseer de doscientas a trescientas mil coronas, o
sean 67.000 libras esterlinas. De modo que un comerciante que no tenga
bienes por más de quince o veinte mil coronas es considerado como un mero
vendedor al menudeo. De estos últimos hay cerca de doscientas familias en
el pueblo, lo que hacen quinientos hombres de armas llevar, además de sus
esclavos, que son tres veces en número, aunque no se les cuenta para la
defensa, porque no se les permite llevar armas. [47]
De esta suerte, los españoles, los portugueses y sus hijos (entre los
cuales los nacidos en el país son llamados criollos, para distinguirlos de
los nativos de España) y algunos mestizos, forman la milicia, que, con los
soldados de la guarnición, componen un cuerpo de más de seiscientos
hombres, como los computé en varias revistas, porque tres veces al año, en
días festivos, desfilan a caballo en las inmediaciones de la ciudad (47).
Observé que había entre ellos muchos viejos que no llevaban armas de
fuego, sino una espada pendiente al costado, una lanza en la mano y una
rodela sobre el hombro. También la mayor parte de ellos son casados y
padres de familia y en consecuencia no tienen mucho estómago para los
combates. Les gusta su tranquilidad y el placer y son enteramente devotos
de Venus. Confieso que en cierta medida son disculpables en este punto,
porque la mayor parte de las mujeres son extremadamente hermosas, bien
formadas y blancas, y con todo tan fieles a sus maridos, que ninguna
tentación puede inducirlas a aflojar el nudo sagrado, pero también si los
maridos transgreden, a menudo son castigados con el veneno o el puñal. Las
mujeres son más en número que los hombres. Además de los españoles hay
unos pocos franceses, holandeses y genoveses, pero todos pasan por
españoles (48); de otro modo no podrían residir aquí, especialmente
aquellos que difieren en [48] su religión de la Católica Romana, porque
aquí está establecida la Inquisición.
La renta del Obispado alcanza a tres mil patacones por año o sean 700
libras esterlinas. Su diócesis comprende este pueblo y Santa Fe, con las
estancias pertenecientes a ambos. Ocho o diez sacerdotes ofician en la
Catedral, que está hecha de barro, lo mismo que las casas. Los jesuitas
tienen un colegio; los dominicos, los recoletos y los religiosos de la
Merced, tienen cada uno un convento. También hay un hospital (49), pero
hay tan pocos pobres en estos países, que sirve de poco (50). [49] [50]
Viaje desde Buenos Aires hasta el Perú
[51]
Salí de Buenos Aires y tomé el camino de Córdoba (51), dejando a
Santa Fe a mi derecha, de cuyo lugar recibí esta noticia.
Es una población española dependiente de Buenos Aires: el Comandante
no es más que un Teniente y no hace nada sino por orden del Gobernador de
Buenos Aires. Es un pueblito que comprende veinticinco casas, sin
murallas, fortificaciones ni guarnición, distante ochenta leguas hacia el
norte de Buenos Aires, situado sobre el Río de la Plata: hasta allí
podrían llegar grandes buques si no fuera por un enorme banco que obstruye
el paso un poco más arriba de [52] Buenos Aires. A pesar de todo es una
posta muy ventajosa porque es el único paso desde el Perú, Chile y Tucumán
hacia el Paraguay y en cierta manera el depósito de las mercaderías que se
traen desde allí, particularmente esa yerba de la cual ya hablé, sin la
cual no pueden pasarse en esas provincias. El suelo es aquí tan bueno y
tan fértil como en Buenos Aires, y no teniendo la población nada notable
que difiera de lo que observé en Buenos Aires, la dejo y continúo con mi
viaje.
Se cuentan ciento cuarenta leguas de Buenos Aires hasta Córdoba y
como algunas partes del camino están deshabitadas en largos trechos, me
proveí antes de la partida de todo aquello que me informaron que me sería
necesario. Así partí, llevando por guía a un salvaje, con tres caballos y
tres mulas, unos para llevar el equipaje y el resto para cambiar en el
camino, cuando se cansara el que montaba.
Desde Buenos Aires hasta el río Luján y aun más lejos, hasta el río
Arrecifes, en treinta leguas pasé por varias poblaciones y estancias
cultivadas por españoles, pero más allá del Arrecife, hasta el río
Saladillo, no vi ninguna. Haré observar de paso que estos ríos, como todos
los demás de las provincias de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán que
desembocan en el Río de la Plata, son vadeables a caballo; pero cuando las
lluvias u otro accidente los hace crecen, el viajero [53] las debe
atravesar a nado o bien colocarse sobre un bulto por el estilo de una
balsa, que un salvaje arrastra hasta el otro lado. Yo no sabía nadar, así
que me vi obligado a hacer uso de este expediente dos o tres veces, cuando
no pude hallar un vado. El sistema fue así: mi indio mató un toro salvaje,
le quitó el cuero, lo rellenó de paja y lo ató con tientos del mismo
cuero, formando un gran bulto, sobre el cual me coloqué con mi equipaje;
el indio pasó nadando, arrastrándome tras él por medio de una cuerda atada
al bulto, y luego repasó el río e hizo pasar nadando los caballos y mulas
hasta donde yo estaba (52).
Todo el país entre el río Arrecifes y el Saladillo, aunque
deshabitado, abunda en ganado y en toda clase de árboles frutales, excepto
nogales y castaños. Hay bosques íntegros de durazneros, de tres o cuatro
leguas de extensión, que producen excelente fruta, que no solamente comen
cruda sino que también cocinan o secan al sol, para conservarla, como
hacemos en Francia con las ciruelas. Raras veces usan otra madera que la
de este árbol para el fuego, en Buenos Aires y sus alrededores. Los
salvajes que viven en estas regiones se dividen en dos clases: los que
voluntariamente se someten a los españoles se llaman Pampistas y el resto
Serranos; ambos se visten con pieles, pero los últimos caen sobre los
Pampistas como sobre sus mortales enemigos, en cualquier lugar donde los
[54] encuentren. Todos pelean a caballo, ya sea con lanzas con punta de
hierro o huesos afilados o también con arcos y flechas. Llevan un cuero de
toro, con la forma de un jubón sin mangas, para protegerse el cuerpo. Los
jefes que mandan sobre ellos en la guerra y en la paz, se llaman Curacas.
Cuando se apoderan de un enemigo, vivo o muerto, se reúnen, y después de
haberle reprochado que él o sus parientes fueron los causantes de la
muerte de sus parientes o amigos, lo cortan y parten en pedazos, que asan
un poco y los comen, haciendo con sus cráneos recipientes para beber. Se
alimentan principalmente de carne, ya cruda ya preparada, y
particularmente de potrillo, que prefieren a la ternera. Además pescan en
abundancia en sus ríos. No tienen lugares fijos de residencia, sino que
vagan de un punto a otro, varias familias juntas, viviendo en toldos (53).
No pude informarme exactamente acerca de la religión que practicaban,
pero me contaron que consideraban al Sol y a la Luna como deidades, y
mientras viajaba vi a un salvaje arrodillado con la cara hacia el sol,
gritando y haciendo gestos extraños con las manos y brazos. Me enteré por
el salvaje que me acompañaba que era uno de esos que llaman Papas, que por
la mañana se arrodillan hacia el Sol y por la noche hacia la Luna, para
suplicar a esas caprichosas divinidades que les fueran propicias, que les
dieran [55] buen tiempo y la victoria sobre sus enemigos. No usan de
grandes ceremonias en sus casamientos; pero cuando muere un pariente,
después de haber frotado el cadáver con una tierra que lo consume todo
menos los huesos, los guardan, y llevan de ellos tantos como
convenientemente pueden, en una especie de cofres; y esto lo hacen en
prueba de su afecto por sus parientes. Realmente no les dejan faltar sus
buenos oficios durante la vida, ni en la enfermedad ni en la muerte (54).
A lo largo del río Saladillo advertí muchísimos loros o papagayos,
como los llaman los españoles, y ciertos pájaros llamados guacamayos, que
son de diversos colores y dos o tres veces más grandes que un loro. El río
mismo está lleno de un pez que llaman dorado, que es muy bueno para comer.
Hay un animal en él cuya carne nadie sabe si es comestible o venenosa;
tiene cuatro patas y una cola larga, como un lagarto.
Desde el Saladillo completamente hasta Córdoba se marcha a lo largo
de un hermoso río, que abunda en pescado; no es ni ancho ni profundo, por
lo que puede ser vadeado. En sus orillas se encuentra uno pequeñas
plantaciones a cada tres o cuatro leguas; son como casas de campo
habitadas por los españoles, los portugueses y los nativos, quienes tienen
todas las comodidades necesarias para vivir y son muy educados y
caritativos con los extranjeros. Su principal riqueza [56] consiste en
caballos y mulas, con los cuales comercian con los habitantes del Perú.
Córdoba es un pueblo situado en una amena y fértil llanura, a orillas
de un río, mayor y más ancho que aquellos de los que he hablado hasta
ahora. Está compuesta de alrededor de cuatrocientas casas, construidas
como las de Buenos Aires. No tiene ni fosos, ni fuerte para su defensa; el
comandante de ella es Gobernador de todas las provincias de Tucumán y
aunque es el lugar de su residencia ordinaria, con todo se marcha de
cuando en cuando, en cuanto ve ocasión, para ir a pasar un tiempo en
Santiago del Estero, en San Miguel de Tucumán (que es la ciudad capital de
la provincia), en Salta y en Jujuy. En cada una de estas villas hay un
Teniente, que tiene bajo sus órdenes a un Alcalde y a algunos Oficiales
para la administración de justicia. El Obispo de Tucumán del mismo modo
reside en Córdoba, donde la Catedral es la única iglesia parroquial de
toda la ciudad; pero hay diversos conventos de monjes, a saber de
dominicos, recoletos, y de los de la orden de la Merced, y uno de monjas.
Los jesuitas tienen allí un colegio y su capilla es la más hermosa y más
rica de todas.
Los habitantes tienen riquezas en oro y plata, que adquieren por el
comercio que tienen con las mulas, de las cuales proveen al Perú y otras
regiones, comercio que es tan considerable que venden alrededor de [57] 28
o 30.000 animales por año, los cuales crían en sus estancias. Generalmente
los tienen hasta que llegan más o menos a los dos años y entonces los
ponen en venta y reciben alrededor de seis patacones por cada una de
ellas. Los traficantes que vienen a comprarlas las llevan a Santiago, a
Salta y a Jujuy, donde las dejan durante tres años, hasta que se han
desarrollado bien y hecho fuertes y, después las llevan al Perú, donde
actualmente tienen salida para ellas, porque allí, lo mismo que en el
resto de las regiones occidentales de América, la mayor parte del
transporte se hace a lomo de mula. La gente de Córdoba también se dedica a
comerciar en vacas, que se procuran en la campaña de Buenos Aires y llevan
al Perú, donde, sin este medio de subsistencia, es seguro que tendrían
mucha dificultad para vivir. Esta clase de tráfico hace de este pueblo el
más considerable de la provincia de Tucumán, tanto por sus riquezas y
productos como por el número de sus habitantes, los cuales suman al menos
quinientas o seiscientas familias, además de los esclavos, que son tres
veces más, pero la generalidad de ellos, de todas las clases, no tienen
otras armas que la espada y el puñal y son soldados muy diferentes: el
aire de la región y la abundancia de que gozan los hacen perezosos y
cobardes (55).
Desde Córdoba tomé el camino de Santiago del Estero, que dista
noventa leguas de allí. Durante mi [58] viaje, de cuando en cuando, esto
es cada siete u ocho leguas, me encontré con casas aisladas de españoles y
portugueses, quienes viven muy solitarios. Están todas situadas sobre
arroyuelos, algunas de ellas al amparo de bosques, con los cuales se
encuentra uno frecuentemente en la región, y son en su mayor parte de
algarrobos, cuyo fruto sirve para hacer una bebida que es dulce y
picantita, y que sube a la cabeza como el vino; otras casas están en campo
abierto y no tan dotadas de ganado como las de Buenos Aires; pero, sin
embargo, hay suficiente y en realidad más aun del que se necesita para la
subsistencia de los habitantes, quienes también comercian con mulas,
algodón y cochinilla para teñir, que produce la zona (56).
Santiago del Estero es un pueblo de alrededor de trescientas casas,
sin fosos ni murallas, emplazado en terreno llano y rodeado de bosques de
algarrobos; está situado sobre un río medianamente ancho, navegable por
botes y ricamente dotado de peces. El aire es muy cálido y bochornoso, que
hace de los habitantes unos perezosos y afeminados. Tienen el rostro muy
moreno, son sumamente dados a sus diversiones y les importa muy poco el
comercio. Hay trescientos hombres capaces de llevar armas, contando
también los salvajes y los esclavos; y están todos muy mal armados y no
son sino soldados mezquinos (57). La mayor parte de las mujeres son
bastante guapas, pero tienen generalmente [59] una especie de hinchazón en
el cuello, que llaman coto en el idioma del país, y parece ser casi lo
mismo que nosotros llamamos «wen» (lobanillo). La región está
suficientemente dotada de aves silvestres, venados, trigo, centeno, cebada
y frutas tales como higos, duraznos, manzanas, peras, ciruelas, cerezas,
uvas, etc. Abundan los tigres, que son muy feroces y voraces; leones que
son muy mansos y guanacos grandes como caballos, con el cuello muy largo y
cabeza pequeña y cola muy corta; en el estómago de estos animales se
encuentra la piedra bezoar (58)
. En este pueblo hay cuatro iglesias, a saber: la iglesia parroquial, la
de los jesuitas, la de los frailes recoletos y una más. Aquí tiene su
residencia el Inquisidor de la provincia de Tucumán; es un sacerdote
secular y tiene a sus órdenes comisarios o diputados, a quienes coloca en
todas las otras poblaciones de la provincia.
Después de haber pasado tres días en Santiago, me fui a Salta, que
dista cien leguas; y dejando San Miguel de Tucumán a la mano izquierda,
que es una población bajo la jurisdicción de Santiago, tomé el camino de
Esteco, encontrando en el viaje algunas aldeas de españoles acá y allá y
muy pocos salvajes. La región es llana y consiste principalmente en
fértiles llanura y bosques llenos de algarrobos y palmeras que producen
dátiles algo menores a los de los países orientales, y también muchas
otras clases de [60] árboles y plantas, entre otras la que produce la
brea, la cochinilla y el algodón.
Hay diversos lagos pequeños alrededor de los cuales se forman grandes
cantidades de sal, la cual utilizan los pobladores del país. Me quedé un
día en Esteco, para prepararme algunas provisiones para el viaje. Está
situado sobre un hermoso y ancho río, que con todo puede ser vadeado a
caballo. Este pueblo fue antiguamente tan grande y tan importante como
Córdoba, pero ahora está arruinado, no habiendo quedado en él arriba de
treinta familias, porque las demás lo abandonaron a causa del gran número
de tigres que lo infestaban, devorando a sus niños y algunas veces a los
hombres, cuando podían sorprenderlos; además hay un número increíble de
moscas venenosas que pican agudamente, de las cuales está lleno el país en
una extensión de cuatro o cinco leguas alrededor del pueblo, así que no
hay modo de salir de él sino enmascarado. Esta zona también es muy
productiva de trigo, cebada, viñas y otros árboles frutales; y abundaría
en ganado si los tigres no lo devoraran.
Desde Esteco a Salta hay quince leguas, y esta extensión sería igual
a la que he descrito hasta ahora, pero es pedregosa en algunos lugares. Se
puede distinguir fácilmente a Salta a unas dos leguas antes de llegar a
ella, porque se encuentra en medio de una hermosa llanura, fértil en maíz,
uvas y otras clases [61] de frutas, ganado y otras cosas necesarias para
la vida; está rodeada por algunas partes de cerros y algunas montañas
bastante altas. El pueblo está a la orilla de un pequeño río, sobre el
cual hay un puente; contendrá unas cuatrocientas casas y cinco o seis
iglesias y conventos, cuya construcción es semejante a la de los que he
descrito antes. No está rodeada con murallas, ni fortificaciones, ni
fosos, pero las guerras que los habitantes han tenido con sus vecinos los
han adiestrado en la disciplina militar, haciéndolos más cuidadosos que
anteriormente en la atención de sus armas. Son alrededor de quinientos
hombres, todos los cuales portan armas, además de los esclavos, mulatos y
negros, que suman tres veces más. Es un lugar muy concurrido en razón del
considerable comercio que tiene en maíz, carne, ganado, vino, carne
salada, sebo y otras mercaderías, con las cuales trafican con los
habitantes del Perú.
A doce leguas más allá se encuentra Jujuy, que es la última población
de Tucumán por el lado del Perú. En los altibajos del camino hay
muchísimas casas de campo o estancias y muchas más que en cualquier otra
parte, aunque la región no es tan agradable ni tan fértil, no siendo casi
otra cosa que cerros y montañas. Este pueblo de Jujuy comprende alrededor
de trescientas casas: no está muy poblado a causa de las continuas guerras
que sus habitantes, lo mismo que los [62] de Salta, sostienen con los
salvajes del Valle Calchaquí, quienes están continuamente acosándolos. La
causa que provocó estas guerras es la que sigue: el Gobernador de Tucumán,
Don Alonso de Mercado y de Villa Corta, habiendo recibido informes de que
la casa de los últimos Incas, o Reyes del Perú, que se llamaba Casa
Blanca, estaba en ese valle y que había allí una gran cantidad de tesoros
que los nativos conservaban como prenda de su antigua grandeza, dio aviso
de ella a su Majestad Católica y le suplicó le permitiera hacer la
conquista del mismo y someterlo a su gobierno, como lo había hecho con
tantos otros lugares, cosa que obtuvo.
Para cumplir su designio pensó emplear a Don Pedro Bohoriers, moro,
nativo de Extremadura, ya que siendo una persona acostumbrada a tratar con
salvajes y capaz de llevar adelante entre ellos una intriga, era por lo
tanto más a propósito que otro para hacer triunfar su plan (59). Pero el
negocio tuvo un desenlace completamente contrario: porque este Bohoriers,
cuando llegó entre los salvajes del valle y se ganó el afecto de los
mismos, en lugar de cumplir con su comisión, trató de establecerse él
mismo en el poder entre ellos, en lo cual tuvo tanto éxito que por su
astucia y buenas medidas hizo que lo eligieran y reconocieran por su Rey.
Después de lo cual se declaró contra este Gobernador español y comenzó
[63] con él una guerra hacia fines de 1638, y varias veces lo derrotó a él
y a sus fuerzas, lo que dio ocasión a que algunos de los indios nativos,
que estaban bajo el dominio de los españoles, arrojaran su yugo y se
unieran al pueblo de ese valle, que por medio de esas adiciones se
convirtió en algo formidable. Allí también huían los esclavos del Perú,
particularmente aquellos que sirven en las minas, cuando se les presentaba
oportunidad de fugarse; y el escondrijo seguro que encuentran allí lleva a
gran número de ellos a ese lugar, hasta tal punto que los españoles no
tendrían ni la mitad de los hombres necesarios para trabajar las minas si
no consiguieran negros del Congo, Angola y otros puntos de la costa de
Guinea por medio de varios genoveses que van hasta allá a buscarlos y se
los venden a un precio convenido entre ellos.
Desde Jujuy a Potosí se cuentan cien leguas; el viaje es muy molesto
y no hay sino este camino para ir desde Tucumán al Perú. A dos leguas de
Jujuy comencé a internarme en las montañas, entre las cuales hay un
pequeño y estrecho valle, que llega hasta Humahuaca, que está veinte
leguas más lejos, y a lo largo de él corre un riacho, que uno se ve
obligado a pasar y repasar con frecuencia. Antes de haber avanzado cuatro
leguas por este camino, se encuentran volcanes o montañas ardientes,
llenas de substancias sulfurosas, que estallan en llamaradas de cuando en
cuando y a [64] veces revientan y arrojan cantidades de tierra al valle,
lo cual hace el camino tan barroso cuando cae una lluvia poco después,
como sucede casi siempre, que a veces uno se siente forzado a quedarse
cinco o seis meses o hasta que llegue el verano a secarlo, para hacerlo
transitable. Estos volcanes continúan durante dos leguas a lo largo del
camino y en toda la extensión no hay casas ni de españoles ni de salvajes,
pero más allá, a todo lo largo hasta Humahuaca, hay muchísimas casitas de
campo, habitadas solo por indios y dependientes de algunas ciudades de
ellos, las cuales están gobernadas por sus jefes, a los que llaman
Curacas, quienes a su vez tienen un Cacique sobre ellos, cuyas órdenes
obedecen y cuya residencia está en Humahuaca, la cual es una población de
doscientas casas, construidas de tierra y diseminadas sin orden. La tierra
de los contornos no es de las mejores; sin embargo allí siembran trigo y
gran cantidad de mijo, el cual utilizan ordinariamente los indios. En
cuanto a ganado, tienen muy poco, y generalmente comen carne secada al
sol, que les traen aquellos que comercian con ellos; tienen también cabras
y ovejas de su propia producción.
La mayor parte de estos salvajes son católicos y viven de acuerdo con
los mandamientos de la religión Católica Romana. Tienen una iglesia en
Humahuaca, dotada de sacerdotes, quienes van de cuando [65] en cuando a
celebrar misa allí. Estos sacerdotes residen en Socchoa, que es la
hacienda de Don Pablo de Obando, que es español, pero nacido en este país,
y es dueño y señor de él, el cual comprende no sólo todo el Valle
Humahuaca, sino también una gran extensión de tierras más allá, y es una
zona de alrededor de sesenta u ochenta leguas de superficie, donde hay
muchísima vicuña, de cuya lana este propietario saca considerable
provecho. Se apodera de estos animales con muchísima facilidad, por medio
de sus súbditos los indios, quienes no tienen más trabajo que hacer un
gran cercado con redes de poco más o menos un pie y medio de alto, a las
cuales atan gran número de plumas, que son agitadas a un lado y a otro por
el viento; después de lo cual los salvajes persiguen a esos animales y los
arrean dentro de las redes, como lo hacen con los jabalíes en Europa, en
los lazos. Una vez hecho esto, algunos van a caballo dentro de la
extensión de tierra en que están encerrados, y mientras los pobres
animales no se atreven a acercarse a las redes por temor de las plumas que
se mueven sobre ellas, aquellos con ciertas bolas atadas a cuerdas, los
derriban y matan, tantos como quieren.
De Humahuaca hasta Mayo cuentan treinta leguas y no se encuentra uno
con nada a lo largo de este camino, sino unas pocas haciendas de salvajes,
porque [66] hace aquí tanto frío en invierno que es duro tener que
soportarlo.
El camino desde Mayo hasta Toropalca es a través de muy agradables
llanuras; hay doscientas casas en el pueblo, habitadas por salvajes
católicos; sólo un portugués vive allí con su familia.
Más allá de Toropalca está la región de los Chichas, que es muy
montañosa y está dotada de algunas minas de oro y plata y establecimientos
para preparar el metal. Hay veinticinco leguas de distancia hasta Potosí,
adonde llegué después de un viaje de sesenta y tres días. [67] [68]
Descripción de la ciudad de Potosí y sus minas
[69]
Tan pronto como descendí de mi caballo en la casa del comerciante a
quien había sido recomendado, cuando fui conducido por él al Presidente de
las provincias de Los Charcas, al que iba dirigido el mandamiento del Rey
que yo llevaba, como principal director de los negocios de Su Majestad en
esta provincia, en la cual está situada Potosí, que es el lugar ordinario
de su residencia, aunque la Ciudad de La Plata es la capital. Después de
haberle entregado el mandamiento, fui llevado al Corregidor, para
entregarle el que le pertenecía, y después a aquellos otros oficiales para
quienes traía órdenes. Todos ellos [70] me recibieron muy bien,
particularmente el Presidente, quien me obsequió con una cadena de oro por
las buenas noticias que le había llevado.
Pero antes de seguir más adelante, es conveniente que haga alguna
descripción de la ciudad de Potosí, como lo hice con las otras. Los
españoles la llaman Ciudad Imperial, pero nadie supo decirme por qué razón
(60). Está situada al pie de una montaña llamada Arazassou (61) y dividida
en medio por un río que viene de un lago encerrado con murallas, que se
halla a un cuarto de legua hacia arriba de la ciudad y es una especie de
recipiente para conservar el agua que se necesita para las casas de labor
de esta parte de la ciudad, que está de este lado de acá del río, contra
la montaña, y se levanta sobre un cerro, siendo la parte mayor y más
habitada; porque en aquellas que está sobre la ladera de la montaña apenas
hay otra cosa que máquinas y las casas de los que trabajan en ellas. La
ciudad no tiene ni murallas ni fosos, ni fuertes para su defensa. Se
calcula que hay cuatro mil casas bien construidas de buena piedra, con
varios pisos, a la manera de las de España. Las iglesias están bien hechas
y todas ellas ricamente adornadas con platería, tapices y otros
ornamentos, sobre todo las de los monjes y monjas, de los cuales hay
varios conventos de diferentes órdenes, los que están muy bien equipados.
No es esta la menos populosa [71] ciudad del Perú, con españoles,
mestizos, extranjeros y nativos (a estos últimos los españoles llaman
indios), con mulatos y negros. Cuentan que hay entre tres y cuatrocientos
españoles naturales capaces de llevar armas, quienes tienen fama de ser
hombres muy fornidos y buenos soldados. El número de mestizos no es mucho
menor, ni son menos expertos en el manejo de las armas; pero la mayor
parte de ellos son perezosos, inclinados a la riña y traicioneros; por
ello generalmente visten tres o cuatro justillos de cuero de ante, uno
sobre otro, que no permiten el paso de la punta de la espada, para
asegurarse contra estocadas. Los extranjeros no son sino pocos: hay
algunos holandeses, irlandeses y genoveses, y algunos franceses, la
mayoría de los cuales son de St. Malo, Provenza o Bayona y pasan por gente
de Navarra y Vizcaya.
En cuanto a los indios, se calcula que suman cerca de diez mil,
además de los mulatos y los negros: pero no se les permite usar ni espada
ni armas de fuego, ni siquiera a sus Curacas o Caciques, aunque todos
ellos pueden aspirar a cualquier grado de las hermandades y a los
beneficios, a los cuales son elevados con frecuencia por sus acciones
laudables o buenos servicios. También les está prohibido usar el traje
español, siendo obligados a vestirse de manera diferente, con una túnica
ceñida, sin mangas, que llevan [72] sobre la camisa, a la cual van sujetos
el cuello y los puños de encaje. Sus pantalones son anchos abajo, a la
moda francesa; van desnudos de pie y pierna. Los negros y mulatos, estando
al servicio de los españoles, se visten según la moda española y pueden
llevar armas; y todos los indios esclavos, después de diez años de
servicio son puestos en libertad y tienen los mismos privilegios que los
otros.
El gobierno de esta ciudad es muy prolijo, por el cuidado que se
toman veinticuatro magistrados, quienes están constantemente observando
que se cumplan las buenas ordenanzas, además del Corregidor y Presidente
de Los Charcas, quien manda a los oficiales a la manera de España. Es de
observar que, a excepción de esos dos oficiales principales, tanto en
Potosí como en cualquier otra parte de las Indias, todas las personas, ya
sean señores, caballeros, oficiales u otros, se dedican al comercio, con
el cual algunos hacen tan gran provecho que en la ciudad de Potosí se
calcula que hay algunos que tienen dos, algunos tres y algunos cuatro
millones de coronas; y muchísimos tienen fortunas por valor de dos, tres o
cuatrocientas mil coronas (62). El pueblo bajo vive muy a sus anchas, pero
son todos orgullosos y altivos y van siempre muy elegantes, ya sea en tisú
de oro y plata, o de escarlata, o de seda con abundantes encajes de oro y
plata. El menaje de sus casas es muy rico, porque [73] generalmente son
servidos en vajilla de plata. Las esposas tanto de los caballeros como de
los ciudadanos están muy encerradas, hasta un grado mucho mayor que en
España: jamás salen, salvo para ir a misa, o para hacer alguna visita o a
algún festejo Público, y esto sólo raras veces. Las mujeres son
excesivamente aficionadas a tomar coca: ésta es una planta que viene del
lado del Cuzco, la cual, enrollada y seca, mastican como hacen algunos con
el tabaco. Están tan excitadas, y a veces tan absolutamente embriagadas
con ella, que carecen de todo dominio sobre ellas mismas. Asimismo es
usada con frecuencia por los hombres y tiene sobre ellos los mismos
efectos (63). De otro modo son muy sobrios en la comida y en la bebida,
aunque están bien provistos con toda clase de vituallas, tales como carne
vacuna y de carnero, aves, carne de venado, frutas frescas y desecadas,
maíz y vino, las cuales les llevan allí desde otras partes, y algunas
desde gran distancia, lo que hace que estas mercaderías sean caras, así
que la clase más humilde de los habitantes, especialmente aquellos que
tienen muy pocos recursos, encontraría muy difícil la vida allí, sino
fuera tan abundante el dinero y fácil de ganar por aquellos que tienen
buena voluntad para trabajar.
La mejor y más fina plata de todas las Indias es la de las minas del
Perú, la principal de las cuales se [74] encuentra en la montaña de
Aranzasse, donde además de las prodigiosas cantidades de plata que se han
extraído de las venas, en las cuales el metal aparecía a la vista, y que
ahora están agotadas, se encuentran cantidades casi tan grandes del mismo
en lugares que no habían excavado antes, es más, de parte de la tierra que
antes habían desechado cuando abrieron las minas e hicieron pozos y atajos
en las montañas, han extraído plata, habiendo comprobado con esto que la
plata se ha formado allí desde entonces, lo que demuestra lo apropiada que
es la calidad de este terreno para la producción del metal. Pero a la
verdad esta tierra no produce tanto como las minas que se encuentran en
venas entre las rocas. Hay, además de estas, otra clase de venas en la
tierra, que llaman Paillaco, que son duras como una piedra, del color de
la arcilla, que eran despreciadas hasta ahora, y como lo ha enseñado la
experiencia desde entonces, no eran tan despreciables como se suponía,
desde que a poco costo se puede extraer plata de ellas, de modo que no es
inconsiderable el provecho que rinde el trabajo. Además de las minas de
esta montaña, hay muchas otras en la región, a gran distancia, que son muy
buenas: entre otras las de Lippes, de Carangas y de Porco; pero las de
Oruro, que han sido descubiertas últimamente, son las mejores.
El Rey de España no obliga a que alguna de estas [75] minas sea
trabajada por su propia cuenta, sino que las deja a las personas que hagan
el descubrimiento, las que quedan como dueñas de ellas después que el
Corregidor

Texto agregado el 23-06-2011, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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