Ya basta, basta de zambullirte en el río. Eso me había dicho Lucia la ultima vez porque a ella no le gusta que yo me zambulla y nade.
Es sencillo. Me subo al puente y me dejo caer para atrás sin sacarme la vestimenta ni nada.
El golpe en la espalda provocado por la caída podía ser mas o menos doloroso, dependiendo de la ropa de ese día mas que nada.
Como sea, creo que dije que a Lucia no le gustaba que yo nadase. Pero decir nadar seria casi incorrecto. Abajo del agua yo no nadaba, era flotar bajo el agua, era una caminata espacial, era un pez con piernas. Y estaba ahí abajo del agua por horas y horas antes de volver a salir a la superficie.
Los peces un día me empezaron a hablar, lucia decía que yo estaba loco, pero yo le contaba que los peces me hablan por que me conocen y ya se acostumbraron a mí. Pero ella no hacia caso, y seguía con lo suyo en la cocina.
Un miércoles un pez de color azul me dijo si no lo quería acompañar a hacer las compras, yo obviamente acepte encantado. Lo ayude a cargar las bolsas y como agradecimiento me regalo un collar que era precioso. Nunca pude decir otra cosa sobre ese amuleto, tanto asi que si me encuentran por la calle solo podre decir eso, que era precioso.
Llegue a casa con el objeto precioso para dárselo por supuesto a mi querida Lucia. Pero para mi sorpresa Lucia no se mostró sorprendida sino que incluso se indigno cuando le conteste de donde lo había sacado. Entonces empezó: basta, ya basta de zambullirte en el agua del río.
Al día siguiente muy deprimido como estaba, me levante mas tarde que de costumbre y Lucia no estaba en la casa.
Entre al bosque por el camino del sur para buscarla. Lucia amaba el bosque pero yo nunca la veía por ahí.
Oh! ese bosque era hermoso, era tan hermoso que hasta el día de hoy solo puedo decir eso, que era hermoso.
Después de una hora de caminata encontré a Lucia tendida en el suelo y cubierta por hojas y tierra. Cuando la ayude a incorporarse y le pedí explicaciones ella se puso colorada. Yo amaba que ella se pusiera colorada, amaba tanto que se pusiera colorada que si me ven hoy en día, solo puedo decir que dan muchas ganas de amarla cuando se pone colorada.
Lucia me contó entonces apenada que ella adoraba zambullirse dentro de los árboles. Abrir los árboles con una mirada y nadar por adentro de ellos (aunque ella me contaría luego que ‘‘nadar no es la palabra correcta’’) Sauces, ciruelos, limoneros y cualquier clase de árboles.
Me contó entonces que allí dentro ella hablaba con el alma del árbol, con su esencia y con las moléculas microscópicas de sus hojas también.
Ella seguía sin creerme con respecto a mis caminatas por debajo del agua y ahora yo no podía creer que fuera físicamente posible hacer lo que ella hacia.
Pero desde ese momento, a pesar de las desconfianzas había un acuerdo de mutuo respeto por las zambullidas del otro, y por las tardes cuando volvíamos a la casa, cada uno por su lado, nos juntábamos mojados y llenos de tierra y nos zambullíamos juntos en las sabanas de la cama nadando también allí. Aunque claro, que nosotros dos sabíamos que nadar no es precisamente la palabra correcta. |