Despertar nº 100
Ya no recuerdo cuando fue que perdí todas las esperanzas, aunque tal vez nunca las tuve. La llanura permanente que se muestra siempre ante mí, burlona, me aleja del horizonte a cada paso que doy. Encontrar otra vida es ya un sueño añejo, un juguete en manos de otro niño. Hoy, me veo rodeado de esta gris maleza y abrumado por el maldito cielo naranja, que, opaco y triste, lo cubre todo, devorándolo todo, el día, la noche, la vida y la muerte. ¿La noche? A pasado tanto tiempo… o quizás no, la verdad no lo se. Desde que el sol ha muerto bajo este velo naranja ya no puedo distinguir el paso de las horas. Aun así el recuerdo es tan lejano que no puedo evitar pensar cuanto he vivido en esta pesadilla. Aquella mañana me levanté y ya nada existía. Solo escombros y esa extraña maraña grisácea, que se ha transformado en mi alimento, adornando el liso e inmutable paisaje. Tardé mucho en darme cuenta que el cielo ya no era el mismo, tal vez unos cuantos días. Incluso, pasó un tiempo antes que volviera a conciliar el sueño. Sin sol ni luna mi cuerpo había entrado en un letargo seco y templado, como el clima que se prolongó en estas tierras desde entonces. No se en que momento decidí finalmente contar como días los momentos en que estaba despierto, separándolos por los atemporales sueños que me atormentaban cuando mi cuerpo ya no podía resistir el caminar. Avanzar, eso es lo único que he hecho desde ese día, entre retazos de lo que alguna vez fue; aunque a veces me pregunto si no habrá sido siempre así, si a lo mejor todo lo otro fue una ilusión de la que me levante hace ya cien sueños. En definitiva en todo este tiempo no he encontrado un solo rastro de algún otro ser viviente, ni humano ni animal. ¿Humano? ¿Qué es un humano? Tan solo tengo unos pequeños recuerdos, unas risas en el bolsillo y unas caricias en el corazón pero… ya he perdido rostros, nombres y palabras… ¿acaso sigo siendo un humano? Soy el último que ha quedado. Ya no me quedan lágrimas para llorarlos a todos, para preguntarme por que soy el único, por que estoy sólo yo; ya mi alma se oscureció, apagándose junto con las luces de la fe que en algún momento me iluminaron. ¿Soy digno de seguir considerándome como tal si ya no ciento nada más que un agridulce sabor a melancolía y cansancio?
Despertar nº 119
Después de mucho caminar he llegado a lo que parece haber sido en algún antiguo momento una ciudad. Algunos escombros se amontonan a mí alrededor, intentando sostener lo que en alguna época fueron calles. Repleto de polvo y teñido con el mismo insoportable naranja, algunas casas se sostienen aún en sus cimientos, aunque arruinadas y sin techo. No recuerdo ya como se supone que debería verse algo en este mundo sin estar cubierto de destrucción y polvo. Solo reconozco una plaza, adornada por columpios. A su alrededor, bajo el sempiterno naranja, unas cuantas paredes, corroídas por lo que parecían miles de años, se muestran, orgullosas, como el jazmín en las heladas, resistiendo el acontecer de los tiempos. Si, recuerdo también el jazmín. Su aroma me visita cada tanto en mis pesadillas. Tal vez en algún momento fue un tesoro preciado que decidí guardar, aunque hoy no sea mas que uno mas de los cristales astillados en mi corazón, tiñéndose de punzó, cubriéndolo todo, incluso los columpios, todo excepto el eterno naranja, que me consume, me ahoga. Mi piel apagada, mis ojos turbios y mis latidos cada vez mas espaciados entre si, mas agotados, abrumados… Cuando era pequeño me gustaba atrapar mariposas, verlas morir hacinadas en un jarro de mermelada… y siempre que miro mis rasgadas manos recuerdo las mariposas, aleteando débilmente contra el vidrio y la nada, simplemente otra moneda en mi bolsillo, otra memoria corroída por el tiempo.
Despertar nº 121
Había una vez un pequeño monstruo. Caminaba solo por el bosque hasta que un día, bajo la lluvia, llegó a un poblado. Tocó todas las puertas, pero siempre le negaban la entrada. “monstruo, monstruo, andate de aca, dejá la lluvia fuera”. Eso le decían, en cada casa. La última era la más pobre de todas. “vení monstruo, no te mojes más, tomá mi abrigo y secate” y los chicos que vivían ahí, lo dejaron pasar. Sin embargo cada adulto, desde cada ventanta, lo había visto y, no pudiendo soportar el miedo en sus corazones, prendieron fuego la casa. El monstruo, que era inmortal, vio morir a los chicos y, sin poder soportar el dolor, lloró hasta que la tierra se quebró bajo el pueblo, y lloró hasta que los vientos elevaron todo hacia el cielo, y lloró hasta que todos murieron.
¿Acaso podrá ser cierto? ¿Así habrá sido? Este pequeño libro… el único objeto con vida que encontré desde aquel día. Más vivo incluso que mi propio cuerpo, cantando un pasado, entonándoselo a un niño, gritándoselo a un adulto. Nada en este desgraciado mundo permanece por que si… Tal vez este monstruo siga vivo, gimiendo y destrozándolo todo a su paso. Quizás no este solo después de todo. Él llorando y yo detrás, haciendo de sus lagrimas las mías, de su pesar el mío.
Despertar nº 132
La sombra jugueteaba entre las paredes. Hacia mucho que no veía algo como eso, una sombra sin luz, una huella sin cuerpo. Al contemplarla por primera vez sentía una extraña sensación, mi cabeza comenzó a latir y mis manos temblaban sudorosas. La seguí a través de las ruinas. A cada esquina se alejaba, dejando un aroma dulce, a galleta recién horneada. Persiguiéndola llegué una casa particularmente conservada, de madera, y con una escalera que descendía hacia un mohoso sótano. Entré confundido, rodeado de una oscuridad que ya había olvidado, y con una fuerte opresión en mi pecho. Allí estaba él, el monstruo, en el espejo que encontré en el fondo de ese cuarto, ahí lo vi. Con los ojos húmedos y las lagrimas rodando por mi mejilla después de tanto tiempo, lo ví, llorando él también, mientras el viento a mi alrededor se elevaba, llevándose todo consigo, mientras el piso debajo mío se quebraba, lo ví, su piel apagada, sus ojos turbios y sus latidos cada vez mas espaciados entre si, mas agotados, abrumados…
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