Escribiré un cuento, en honor a ti.
No mereces honores, -mereces desprecio, te dije-, pese a eso, escribiré un cuento en tu honor, uno de esos cuentos que tú no me contaste, pero no será un cuento de amor ni de ternura, será un cuento de dolor.
Y no tendrá prólogo, quiero que el prólogo forme parte del cuento, ¿lo leerás en voz alta también, como haces con algunos libros?
Será un cuento sobre una mujer que vivía en una burbuja, - ¿por qué hablaste, en nuestra última noche de la burbuja?, lo pregunté y no contestaste -. La mujer no siempre había vivido en la burbuja, pero casi siempre.
Alguien construyó la burbuja para ella, bueno, no exactamente, no para la mujer, sino para la niña que fue antes que mujer, aunque tampoco es exacto, puesto que nunca fue una niña en realidad, solo lo parecía. Él la construyó y le dijo que la burbuja la protegería de todo, que podía aislarse dentro de ella siempre que él no estuviera, y que nadie, nadie, podría hacerle daño si la protegía su esfera perfecta de colores claros y transparente, débil quizá, pero solo aparentemente, puesto que se regeneraba continuamente.
Ella le esperaba en la burbuja y él siempre volvía, y siempre traía lo que ella más ansiaba, las respuestas. Siempre, menos una vez, él no trajo la respuesta, porque ella no encontró las palabras para formular la pregunta, no las conocía.
Una vez, él no volvió. No sé si no encontró la forma de entrar o si olvidó la burbuja, pero nunca volvió.
Pero este cuento no transcurre en el tiempo en que surgió la burbuja, sino mucho después, aunque el tiempo no tiene un antes y un después, eso es solo la forma en la que se simplifica para poder entenderlo. El tiempo ocupa un volumen tridimensional.
Esta semana es la más larga que he conocido.- Dijiste -.
¿Cuándo transcurre este cuento? No importa en realidad, supongamos que ahora, en un ahora que ocupa días o semanas, o meses. ¿Qué más da?
La mujer sufre, algo se ha roto dentro de sus entrañas, y se le clava, así es como ella lo define, y se reprocha sentirse así.
No necesito quitarme la armadura, quizá recubrirme de piel.- Te escribí -.
- No debería sentirme así.- Dice en voz alta – No debo permitir sentirme así, no vale la pena, nada merece que me sienta así, nada consigo sintiéndome así.
No llora, nunca lo hace, tanto retuvo siempre sus lagrimas, tanto resistió, que ya no sabe. Entonces, cree oír una voz:
- ¿Qué te pasa, mujer?
- No hay nadie aquí, nadie puede hablar más que yo, estoy sola. – Dice de nuevo en voz alta -.
- Sí, estás sola, pero yo estoy aquí.
- Si tú estás aquí, seas quién seas, no estoy sola.
- Estás sola y yo estoy contigo.
- ¿Entonces, tú eres yo también?
- No, tú estás sola y yo estoy, estamos las dos.
- ¿Las dos? ¿Eres una mujer?
La voz se ríe, la carcajada retumba, si no fuera porque no puede, la mujer habría tenido miedo.
- ¿Mujer, hombre? ¡Que simple pareces!
- ¿Tienes nombre?
- Tú sabes mi nombre.
- ¿Lo sé? No, no lo sé, no te has presentado.
- ¿Qué sientes?
La mujer duda, pero mira en su interior.
- Siento angustia.
- Ese es mi nombre.
- ¿Te llamas Angustia?
- Soy tu angustia.
- Me cansas, no respondes a mis preguntas.
La Angustia.
La Angustia vuelve a reír.
- Siempre respondo a tus preguntas, pero tú siempre tienes más.
- ¿Eres mi angustia, no la angustia de cualquier otro?
- Estoy contigo, por tanto, soy tu angustia.
- ¿Y por qué no te vas y me dejas sola?
- Siempre estás sola.
- ¿Y por qué no te vas y me liberas de ti?
- Solo tú puedes echarme, no he venido para hacerte compañía.
- ¿Y como puedo echarte?
- Deséalo.
¡Tenía tanta sed de amor!
Tanta agua había en el camino que a veces, tenía que ayudarme con las manos para arrancar mis botas del barro, porque la fuerza de mis piernas no bastaba, agua negra, agua marrón, agua verde, agua de todos los colores.
El agua para beber es transparente.
Bebía, a veces, agua azul, los alimentos rara vez son azul, salvo algún exótico cangrejo, que se transforma en rojo con el calor del fuego.
Bebía agua azul, para calmar el calor, pero no la sed, solo azul, queriendo creer que solo la veía azul, como el mar, por efectos ópticos que nunca conseguí entender, pero imaginando que era transparente.
A mi alrededor personas no-cabeza circulaban sin chocar entre ellos, pero sí conmigo. A veces, arrojaban esputos, a veces, vomitaban, todo se mezclaba con el agua.
La humedad era pura, la humedad era agua esterilizada.
La humedad no me alimentaba.
Anduve entre charcos, entre balsas tan llenas de algas nitrófilas que parecían secas pero olían a agua putrefacta, me arrastré por el suelo empapado, sentía sed, ¡tanta sed!
Y los minutos, y los días, y las noches, se desvanecían, y solo existía el ahora, pero quedaban vestigios de que no siempre era así, existían recuerdos.
Recordaba que alguna vez bebí agua clara, agua transparente y fresca, ¡tan fresca!
Recordaba un arroyo, una sarga, una sombra, y la paz. Recordaba el viento, en mi cara, moviendo mi flequillo, haciéndome cosquillas. Un recuerdo, entonces, existió.
Así que guardaba el recuerdo, como otros, en lo más profundo de mí, mis tesoros.
Y caminaba.
Y dejé de buscar agua, y seguí caminando, y dejé de sentir la sed, y bebía agua azul.
Dejé de sentirla, pero existía, y un día….
Un día vi agua clara, ¡hacía tanto calor!, era transparente, la luz del sol me cegaba, pero era transparente y olía….. ¡Olía a agua! Es decir, no olía, solo la humedad alcanzaba mis fosas nasales, penetraba hasta mi cerebro que respondía: ¡Agua, es solo agua!
Y entonces despertó la sed dormida, mi cuerpo se arqueaba en su dirección, pero mis pies, hundidos en el barro, me impedían avanzar, me esforzaba, quería cortar mis piernas, arrancarlas de mi cuerpo para poder avanzar más deprisa, aferrándome con las manos a las hierbas, hierbas verdes, hierbas aromáticas, hierbas que crecen cerca del agua, pero no fue necesario.
El agua venía hacía mi, fluía sobre el barro, me rodeaba. Me tendí, sintiendo. El agua me hablaba con su voz, todos saben como es su voz, cantarina y envolvente, lo llena todo, el agua me decía, “relájate” y yo decía “no puedo” y ella respondía, “soy tuyo, ¿es que no ves que soy tuyo?
Si, “tuyo”, porque el agua era un hombre, y tomó su forma y yo…..
Yo lo creí todo, lo sentí todo, volví.
Volví al mundo real, al mundo donde las personas se cruzan, sin chocar entre ellas, excepto conmigo, aunque ellas no lo notan y yo si, volví, pero volví envuelta con agua, volví envuelta de él, volví con él.
¡Hacía calor, tanto calor!
Bebía, y bebía, y creía ser también agua.
“Eres agua para mi sed”, le dije.
Y lo era.
Pero unas palabras, incomprensibles, sorprendentes, insospechadas, incoherentes, me hicieron abrir los ojos.
Todo era mentira.
Todo era mentira.
Miré mi cuerpo, no estaba mojado de agua clara, estaba manchado, manchado, sucio, sucio del agua más negra que vi jamás.
Mis ojos están tan llenos de esa pez negra que no puedo cerrarlos, el olor me impide encontrar el camino de vuelta, solo miro hacía la luz. Voy hacía donde está la luz, la luz intensa que provocó el espejismo, la luz que me llevará de nuevo al mundo del barro, al mundo del no existir.
La mujer vuelve a mirar en su interior, pero sale rápidamente, como si la persiguiera un diablo.
- No deseo nada.
- Lo sé.
- Ni siquiera deseo liberarme de mi angustia.
- Lo sé.
- ¿Entonces, cómo puedo librarme de ti?
- Ya te he respondido antes.
La mujer se calla, la voz se calla, pero ella nota la angustia.
- ¿Sigues ahí?
- Sabes que sí.
- ¿Cómo eres, qué eres?
- Tú lo sabes, busca las palabras y defínelo.
- Eres una sensación.
- Quizá.
- ¿Un sentimiento?
- Quizá.
- ¡Quizá, quizá! No tienes respuestas a mis preguntas.
De nuevo la risa atronadora resuena, a la mujer se le eriza el vello.
- Tú tienes esas respuestas.
- ¿Las tengo? ¿Quizá? Si, es posible, eres una sensación, corporal, que atenaza la garganta, que obstruye mi cuerpo, que irrita mis ojos, que más que apretar, ensancha desde dentro, eres dolor.
- No, no soy dolor, soy angustia, pero es verdad, soy esa sensación, no necesitas comprender tanto, lo sabes.
La mujer cree ver una forma tenue en la oscuridad, allí de donde surge la voz.
- ¿Tienes forma, tienes cuerpo?
- Tú lo estás fabricando.
- ¿Yo?
- Sabes que sí.
- Entonces quiero verte.
- Me verás.
Cerca de ella, solo a unos metros, la mujer ve dibujarse una silueta, no, algo más, es densa, es un busto, flota, no tiene pies. Y es negra.
- ¿Es así como quiero verte?
- Así me quieres ver.
- Me duele, la angustia me duele.
- La angustia te angustia, no te duele.
- Eres negra, y llevas velo, y no veo tu cara y quiero que te vayas.
- Necesitas compañía.
- Pero no tuya. Sintiéndome así, no puedo seguir, no quiero hablar, solo quiero dormir, quiero que el sueño te aparte.
Ahora la risa es cruel.
- ¡Idiota! ¿Cuándo el sueño me ha apartado de ti? Duermes, y no sabes donde estás cuando duermes, pero cuando despiertas, lo haces conmigo.
- Es verdad, ¡llevas tanto tiempo acompañándome! Sin embargo, a veces te siento más.
- Por fin pareces hablar con claridad.
- Déjame, quiero dormir, me siento mal.
- No se irá, -dice otra voz, mucho más grave-.
- ¿Quién eres tú? Eres negro, también, pero más grande.
- ¿Quieres hacerme creer que no sabes quién soy?
- No sé quien eres.
- ¡Lo sabes! ¿Qué sientes?
- Angustia.
- Claro, ella está aquí, ¿y qué más?
- Dolor.
- Ese es mi nombre.
El Dolor.
- Entonces, ¿eres mi dolor?
- Si.
- ¿Y por qué me atenazas siempre?
- Porque tú me quieres contigo.
- No, no es cierto, yo no te quiero conmigo, no quiero sentir dolor.
- ¿Estás segura?
- Si.
- Te engañas.
- No.
- ¿No te gusta recrearte en tu dolor? ¿compadecerte?
- No.
- ¿No te gusta recordar lo que te duele, y repasarlo, y volver a vivir las sensaciones que lo provocaron?
- Creo que no.
- Sabes que sí.
- No es el dolor lo que busco, quiero evitarlo, quiero que de tanto revivirlo, deje de doler, lo que quiero, lo que necesito, son las cosas que perdí, necesito recordarlas, necesito atesorarlas, necesito vivirlas otra vez.
- Buscas el dolor por no que no quieres olvidar.
La voz sonó tan aguda y chirriante que la mujer levantó la cabeza, la figura era negra también, pero más fina, más alta.
- Dolor, has cambiado.
- No soy tu dolor, soy tu pérdida.
La Pérdida.
- ¿Mi pérdida?
- Eso soy.
- Mis pérdidas entonces.
- Cada una de tus pérdidas, eso soy.
- ¡Oh, las pérdidas!, no puedo soportarlas.
- Lo sé.
- Y duelen.
- No, no duelen, eso es otra cosa, las pérdidas son pérdidas, no existen, solo son cosas que existieron y ya no.
- Y no puedo reencontrarlas, y no puedo más que revivirlas, o inventarlas, y necesito recuperarlas.
- Eso es otra cosa, yo soy la pérdida.
Temí haber soñado, temí que algo no fuera verdad, - creía que no volvería a verte -, te dije, y era enorme mi miedo. Como siempre, hay una verdad más horrible que la aparente detrás de la que nos asusta, en este caso, lo más terrible es no haber soñado.
- ¿Y como puedo recuperar lo que no puedo soportar perder?
- No puedes.
- ¿Y como puedo soportar perder?
- No quieres.
- Sí, quiero.
- No, no quieres, si quisieras, lo soportarías.
- Pero no quiero que se desvanezcan las cosas que perdí, no quiero olvidarlas, quiero recordarlas, quiero esperar que alguna vez, en algún sitio, en algún tiempo, pueda estar con ellas, pueda volver a estar con ellas.
- Por eso no puedes soportar perder, porque no quieres soportarlo.
- Entonces, ¿se trata de aceptarlo todo, de olvidar, de dejar pasar?
- Tú sabes la respuesta, no me preguntes, soy el Olvido.
La figura era difusa y cambiaba, el sonido extraño, las sílabas, entrecortadas.
El Olvido.
- ¿Eres el olvido?
- Estoy contigo, soy tu olvido.
- Odio olvidar.
- Eso es otra cosa, yo soy tu olvido.
- Mi olvido, cuanto me hace sufrir, no quiero olvidar.
- Por eso estoy contigo.
- Entonces, Olvido, de todas las criaturas que me han acompañado esta noche, solo a ti te quiero conmigo.
- ¡Que absurdo! Soy tu olvido, no tu recuerdo, yo soy lo que no tienes y nunca tendrás.
- Pero si tú estás conmigo, no he olvidado todo.
- ¡Oh, todo! No, nunca olvidarás todo, sólo lo que no quieres olvidar, en verdad, ya no lo recuerdas.
- ¡Si, poco, pero recuerdo! Recuerdo muchas cosas.
- Cada vez menos.
- Si, pero las recuerdo.
- Cada vez menos intensamente.
- ¡Las recuerdo! -Chilló la mujer-.
- Cada vez son menos recuerdos, cada vez son más tu creación.
La mujer deja caer la cabeza sobre las manos.
- Lo sé, y me duele.
El Dolor otra vez.
- Sigo estando contigo. Suena una voz que la mujer reconoce.
- Lo sé, tú eres mi dolor.
- Lo soy.
- ¿Y siempre vas a dolerme?
- Si, siempre.
- ¿Por qué?
- Por que tú quieres.
- No, yo no quiero. Yo quiero ser feliz, quiero notar la alegría, ¿por qué no me visita ella?
- No está aquí.
- ¿Por qué?
- Tú no quieres que esté.
- No es verdad, no es verdad, ¡no es verdad!
La mujer golpea sus piernas con sus manos, querría llorar, pero no sabe.
¿Entiendes a la mujer?
- Estoy cansada, quiero dormir, vete, vete.
- No quieres dormir.
- Sí quiero dormir.
- No, no es eso lo que quieres.
- ¿Y que quiero?
- Piénsalo.
- Quiero…..- La mujer duda -.
- Si, eso es lo que quieres.
- Quiero que te vayas.
- ¿Y que necesitas para que me vaya?
- No pensar en ti, olvidarte.
- No, el olvido ya te acompaña, pero tú me recuerdas.
- Quiero compañía.
La soledad.
- La compañía no me alejará de ti.
La voz tiene eco y es vieja, la figura es casi una espiral negra.
- ¿Quién eres?
- Ya lo sabes.
- Sí, lo sé. La compañía no te alejará de mí, eres mi soledad.
- Eso soy.
- La soledad.
- Tu soledad.
- ¡Cuánto me ha dolido siempre!
- Eso es otra cosa, también está aquí, pero es otra cosa.
- Eres una vieja conocida.
- Como los demás.
- Quizá sí, pero te conozco más.
- En mí has pensado más, contra mí has luchado más.
- Te he vencido, a veces.
- Nunca.
- Si, algunas batallas gané.
- No, solo creías ganar, pero perdiste.
- Hace muy poco, creí ganar.
¿Lo recuerdas, recuerdas a los dos náufragos que al verse sintieron estar muy cerca, pese al oleaje y al viento de sus tormentas interiores, hechos de deseos inalcanzables, recuerdos olvidados, y de muchas más cosas innombrables, pero sobre todo, de miedo, y que nada podía calmar? No lo recordarás, contigo estará tu olvido.
- ¿Y ganaste?
- Perdí más que nunca.
- No, perdiste como siempre.
- Pero dolió más.
- Eso es otra cosa, ¿Qué sentiste?
- Sentí estar cerca de él.
- ¿Y lo estabas?
- Estaba muy cerca de él.
- ¿De verdad lo estabas?
La mujer se ha levantado, está mirando a un rincón, recuerda.
- Me sentía muy cerca de él. Creía que él estaba cerca de mí.
- ¿Y lo estaba?
- No, en realidad no lo estaba.
- ¿No lo estaba?
- No, aunque yo creí que sí.
- Quizá nunca existió.
- ¡Cállate!
- No quieres que me calle.
- ¡Sí, quiero que te calles! No quiero oírte. ¡Quiero que existiera!
La carcajada es brutal. La mujer mira a su soledad con odio.
- Quieres oírme, en realidad, querrías seguir oyéndome siempre, te sientes a salvo conmigo, crees conocerme.
- Te conozco.
- No del todo.
El todo.
Ahora si, ahora la mujer ha sentido miedo, la voz no era una voz, la voz era…. ¿Cómo podría encontrar la palabra? No existe, quizá una no-voz.
- ¿Quién eres tú?
- Lo sabes.
- No.
- Lo sabes.
- Me das miedo.
- No, no te doy miedo.
- He sentido miedo.
- No has sentido miedo, dime lo que has sentido.
- He sentido un escalofrío.
- ¿Y qué más?
- Y frío.
- ¿Y que más?
- No lo sé.
- Dilo.
La mujer no lo dice, lo grita, se ha levantado, se ha encarado con él, ¿con quién?
- He sentido alivio.
- Si.
- He sentido paz.
- Si.
- Te quiero.
- Lo sé.
- Te necesito.
- Lo sé muy bien.
- ¿Quién demonios eres?
- Sabes que sé que lo sabes.
- No, no lo sé.
- Claro que sí.
- ¡Estoy harta de tu palabrería!
- Lo sé.
- Dime tu nombre.
- Tú me lo dirás.
- Pero no lo sé.
- ¿Desde cuando me deseas?
- Desde siempre.
- ¿Desde cuando me recuerdas?
- Desde siempre.
- ¿Por qué nunca has querido vivir?
- No lo sé.
- Si lo sabes.
- Por favor, dímelo tú.
- ¿Quieres que me vaya?
- No.
- Sin embargo, me iré.
- No, por favor, no.
- Pero yo sí volveré.
- ¡No te vayas!
- Siempre estaré contigo, lo he estado siempre y estaré al final.
- ¿Al final?
- Si, todos estaremos al final, todos seré yo, yo lo soy todo, yo soy todo tuyo.
Tú también lo decías, tú decías “¿Es que no ves que soy tuyo?
- Hablas como todas las demás criaturas con las que he hablado esta noche, pero tú eres diferente.
- No soy diferente, yo soy todo.
- ¿Eres el todo?
- Tú sabes quién soy, eso soy yo.
- Un todo, al que aún no conozco.
- ¡Que equivocada estás!
- Nunca te he sentido, he sentido la angustia, el dolor, la pérdida, el olvido, la soledad, pero nunca te he sentido a ti.
- ¿Cómo eran las visitas que has tenido esta noche?
- Negras, frías, horribles.
- ¿Todas ellas?
- Todas.
- Todas las criaturas que te hemos visitado somos así, yo también.
- Si, todas sois muy parecidas.
- ¿Y por qué crees que nos parecemos?
- Porque todas sois mi sufrimiento.
- Mucho más que eso. ¿Cómo te sientes?
- Angustiada.
- ¿Qué más?
- Siento dolor.
- ¿Qué más?
- Necesito lo que he perdido.
- ¿Qué más?
- No quiero olvidar nada de lo que amé.
- ¿Qué más?
- Me siento terriblemente sola.
- ¿Y cómo sientes todo eso?
- Lo siento en mi cuerpo.
- ¿Cómo?
- Es una sensación, que surge de dentro, es algo que crece y me oprime, algo que quisiera arrancar de mí.
- Eso es muy parecido a lo que le dijiste a la angustia.
- El dolor lo siento igual, la pérdida, el olvido, todo lo siento igual.
- ¿Cuál es la diferencia?
- Sus matices, lo que me hace llegar hasta su percepción.
- Ahora lo entiendes.
El fin.
La mujer levanta la cabeza y mira la figura.
- ¿Lo entiendo?
- Ahora lo entiendes todo.
- ¡No quiero entender, no quiero!
- Demasiado tarde.
- ¿Es demasiado tarde?
- Si, ahora lo sabes, ahora siempre lo sabrás.
Con el vello erizado y las piernas temblorosas, la mujer camina hacia la figura.
- ¿No siempre lo supe?
- No, no siempre lo supiste.
- Pero lo intuí.
- Sí.
- Siempre me has acompañado.
- Nací contigo.
- Siempre estuviste conmigo.
- También fui tu soledad.
- También fuiste mi dolor, mi angustia y mi olvido.
- Todo lo fui.
- Si todo lo fuiste.
- Si.
- Déjame, muerte.
La figura se rió, muy fuerte, se desvaneció, se oyó su última frase cuando solo era una voluta de humo.
- Deséame.
Fin.
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