LOS CUARTOS
Era de madrugada, la voz de César sonó convincente en mi teléfono.
-Venite ya a la casa.
No pregunté motivos, busqué una campera y salí. Hacía frío, me dije:
-Ojalá tengas un buen motivo para hacerme salir, César.
Toqué el portero.
-Empujá la puerta, está abierta.
Subí las escaleras, César estaba derrumbado en el sillón de mimbre, el loro Galileo reclamaba comida, del techo se descolgaban tres arañas, el espejo tartamudo estaba en el rincón junto a la biblioteca de fórmica. La bola espejada giratoria parecía serena.
-¿Qué te pasa? – lancé.
-Es la casa, mejor dicho, cada cuarto de ella.
-¿Qué tienen?
-En cada habitación que entro todo se repite, pero distinto – dijo César.
Busqué la planta de marucha, estaba algo diezmada, él advirtió mi gesto.
-Escuchá, no prejuzgues – se enojó – Aquí las cosas están como las ves, pero allá - señaló la puerta más lejana – El loro se descuelga del techo, la biblioteca es espejada, las tres arañas se hacen llamar Galileo, el espejo es giratorio y la bola tartamuda.
Lo miré incrédulo.
-Pero en ésa – señaló la puerta más cercana y un gesto de terror se le acomodó en el rostro – Son tres loros giratorios, la biblioteca tartamuda, las arañas son bolas, el espejo es de fórmica y cuelga del techo.
Reí nervioso.
-En aquella otra el techo es giratorio, las arañas son espejadas, el loro tartamudo, la biblioteca reclama por Galileo y el espejo es de fórmica.
-Quiero verlo – dije desafiante.
-¿Estás seguro? – preguntó César al tiempo que se levantaba y me acompañaba al primer cuarto.
Entreabrió la puerta y vi la bola de fórmica balanceándose del techo.
-Me parece que deberíamos avisar al resto – dijo.
- No – dije – el resto ya lo sabe.
-¿Cómo?
-Cada cuarto que fuiste viendo es la consecuencia del pensamiento de cada uno de los que conocen esta casa.
-¿Y vos?
-No, César, el mío es toda esta historia - dije. Pero al girar, él ya no estaba.
(Marfunebrero)
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