VOLVIENDO A CASA
La vida tiene esas cosas: hoy hago lo que se me canta, el tiempo es mío… pero al rato se va todo a la mierda y no decido ni el color del calzón que uso.
Andaba medio alejada. Fue entonces cuando me dije: “podría volver a esa esquina nuestra”. Respetuosamente, sin invadir ni ser invadida. Con timidez, con vergüenza por el retorno miserable e indigno. Regresé.
Los de abajo me miraron raro. Era natural, apenas me conocían. Ellos estaban bastante lejos… no lo digo en cuanto a lo físico. Me dieron ganas de pedirles un poquito, pero desistí, seguí escaleras arriba.
¡Qué bueno encontrarse en casa!
Allí estaban las plantas de dólar que hacen tan cálido el ambiente y el espejo que trajo Marfunebrero que da cierta idea de amplitud a la sala.
Lo que me dolió fue la actitud de Galileo. No es que no me haya reconocido… por el contrario. Las plumas de su cola tendieron a erizarse al verme, a la vez que sus ojos penetrantes me hicieron saber su rencor. Por más que le juré que no había sido mi culpa y que yo lo quería… no pronunció el clásico “neeeeff, neeeeff” al que me tenía acostumbrada. ¡¡¡¡Me cache, que son jodidos los loros!!!!
Llegó la Agu, se mostró muy contenta con mi vuelta y se probó los anteojos que me había dejado Abulorio. Apareció Nanajua trayendo unos almohadones divinos y con ella Shosha y Mcrist portando masitas, mate y vinilos. Estábamos felices por el reencuentro.
De a poco fueron llegando. Me di cuenta de que no era la única que andaba desaparecida. Casi todos se asombraban del crecimiento de las “maruchitas”. Las conversaciones iban y venían entre temas variados. Pasaban de Gik y las innovaciones en la página a las cenizas volcánicas.
Así, paulatinamente el lugar se fue llenando. Le pregunté a Galileo, en un intento por ganarme nuevamente su confianza y cariño:
- ¡Qué bien, estamos todos! ¿no?
- No sé, no hablo con abandónicas.
- ¡Dale, no seas así!
- Alguien falta, pero no me doy cuenta quién.
- Sí, es verdad, entre ingresos y deserciones nunca se está seguro de quién forma parte o no de una comunidad.
- Tomaría lista pero tratándose de una simple y desechada mascota… no me corresponde.
- No te hagas la víctima, bien que no despreciaste ni uno de los bizcochitos que trajeron las chicas, Galileo.
- Sí, pero hoy quisiera probar algo con sabor… mmmm… ibérico, digamos.
- ¡Eso es, falta Walas!
No terminé de decir “alas”, cuando un ensordecedor clamor, inesperado y repentino ascendió por el hueco de la escalera. Se volvió más audible y claro al entrar el grupo a la sala.
Walas y un corro de manifestantes “indignados” se instalaron en la habitación. Vociferaban a voz en cuello: “¡Que no, que no, que no nos representan!”. Enarbolaban una pancarta que les había proporcionado Cesarjacobo con una caricatura del Príncipe y Letizia dibujada por Luiso.
Se sentaron en el suelo, algunos utilizaban los almohadones aportados por Nanajua y bramaban:
“¡Democracia real! ¡Eso, eso, eso, nos vamos al Congreso!”
Galileo enloqueció, entró en pánico y no me explico cómo escapó de la jaula. Voló en verde huída y yo corrí tras él escaleras abajo.
Más bien rodé. Aquí estoy… con fracturas y escoriaciones, inmovilizada en la sala del hospital.
La crisis de Europa no se resolvió pero al menos recuperé el cariño de Galileo. No se mueve de la ventana y repite continuamente: “neeeefff, neeeefff”, ignorando la imagen de la enfermera que pide silencio con el índice frente a sus labios.
nefftali |