‘Mal fario te caiga, payaso’.
Con estas palabras una bruja coruja me maldijo. Así, sin más. Todo por hacer una simple broma.
Yo estaba en la calle principal de mi pueblo, la conocida “Calle de los Baldosines”, inflando a pulmón descubierto globos, de esos que parecen porras gigantescas y que no duran nada en manos de un niño chico. Últimamente me había dado por la globoflexia y, créanme, lo hacía bastante bien. En medio de un clímax de inspiración, plasmé una figura utilizando tres o cuatro globos (no me acuerdo muy bien). Mi público, asombrado, y tras la pregunta ‘¿quién es?’ (jugábamos a las adivinanzas), señaló impulsivo a una señora casi anciana que pasaba en ese momento por el lugar. La dama en cuestión, se acercó insinuante y curiosa hacia mí (di gracias a Dios por su aparente perdón), y cuando pude ver su no muy agradable rostro con detalle, la supuesta amabilidad y candidez se transformó con una brusquedad infinita en agresividad y cólera (primero falté a Dios por su falta de tacto, y luego le volví a dar gracias por haber salido vivo de la situación) que desbocó en mí hasta la llegada del cuerpo policial, que me socorrió de forma violenta (recuerden que soy un payaso). Fue entonces cuando la mujer berreó: ‘mal fario te caiga, payaso’, y otras cuantas profecías más que callaré para no herir vuestra sensibilidad.
Sucedió que, al poco, resulté miope de un ojo (blasfemé a Dios) y el otro decidió él solito, imitarle (todo mi cuerpo es muy solidario); cosa que me irritó bastante pues a partir de ahí, debería de utilizar gafas siempre. No se crean que el trabajo de un payaso medio ciego (como yo acabé) es fácil; no, que veas con lentes no significa que veas también sin ellas. En cada actuación me enfrentaba a un mundo nuevo, diferente, inexplorado. El sudor ayudaba al maquillaje a empapar los cristales de tal forma, que quedaba completamente indefenso ante cualquier ataque. Pensé, después de muchos experimentos, que la mejor solución era seguir como si mi vista fuera la de antes (qué ingenuidad la mía). Pero el problema era otro: ahora tenía que acercarme tanto a los niños para poder verlos, que los pobres salían huyendo espantados pensando que me los iba a comer o algo parecido (pónganse en la situación, bueno, quizás yo lo haría).
Tras muchos sucesos como éste, mi estado de ánimo bajó muchísimo. Ya no era capaz de arrancar ni el más mínimo gesto de sonrisa de mi público (el poco que me quedaba); los niños me ignoraban; mis jefas [¿les he comentado que estuve trabajando en un parque de bolas barato, en el que se reafirmó mi teoría de los intereses de los adultos? Pues sí; era un lugar bastante desagradable donde, anonadada, observé un desprecio y rechazo hacia la infancia, que me daba vergüenza entrar en aquel lugar (evito cruzarme con las dueñas y nunca paso por esa calle, ¡qué miedo!). Los niños eran soltados en un parque de bolas (no se equivoquen, no es mi primer trabajo, el Indiana Bill, es similar pero a lo pobre y pequeño-pequeño, diminuto) sin vigilancia alguna (el lema de las encargadas: ‘si se matan, que se maten’); en definitiva: bochornoso] se dedicaban a humillarme día tras día y a decir: ‘no vales para nada, di a tu directora de compañía que nos traigan a otro payaso de esos’ [tuve que dimitir, (bueno, dimitimos todos) a las pocas semanas].
Al abrir el correo como de costumbre después de comer (muy mal hecho porque luego se me corta la digestión), observé que una de las cartas provenía del Ministerio de Justicia. Yo, lógicamente, me asusté (y mucho). Temblando como me puse, leí despacio intentando recordar a qué podía deberse. El corazón se me paralizó. La famosa Bruja Coruja me había denunciado por agresión y violación de su derecho a la intimidad. Esto era lo que me faltaba por oír; payaso miope y denunciado. No tuve otro remedio de acudir a la citación ante el juez (no me explico que con lo mal que funciona la Justicia en España, venga un mujer y se las arregle para meterme en la cárcel a las primeras de cambio) y una vez allí, pasé la mayor vergüenza de toda mi vida (y miren que no creía que tuviera de eso):
- Buenas tardes a todos. Se abre la sesión.
(...)
- Según la Sra. Mírammeh Yhno Mettoques, usted la agredió física y psicológicamente el pasado mes de mayo en pleno centro de la ciudad, y a raíz de ese incidente sufre lesiones emocionales de diversa consideración. ¿Es esto cierto?
- No, señor.
- ¿Es usted payaso?
- Sí, al menos lo intento.
(Carcajada general)
- Dígame, ¿qué hacía usted en la calle a las 19 43h?
- Trabajando.
(2ª Carcajada general)
- ¿Trabajando? No me tome el pelo, según testigos presenciales usted estaba inflando globos en medio de la calle, con una ridícula indumentaria a la que nadie se le ocurriría ponerse para trabajar.
- Es cierto, yo estaba allí, trabajando.
(3ª Carcajada general) (La situación empezaba a parecerme de los más idiota)
- ¿Y sabía usted que esas actividades en nuestra ciudad son ilegales?
- ¿Cuál? ¿Inflar globos?
(4ª Carcajada general) (¿Dónde está la gracia?)
- No, la venta ambulante.
- Yo no vendía nada.
- Claro que sí, usted vendía globos a los niños.
- Se está equivocando, yo no vendo nada a los niños. Lo único que hacía era regalárselos y jugar con ellos en la calle.
(5ª Carcajada general) (Me estoy empezando a cabrear...)
- ¡Venga por favor! ¿Qué persona normal va a matarse a inflar globos para los niños, y encima a jugar con ellos?
- Un Payaso.
(6ª Carcajada general) (Me importa un pito las risas después de lo que ha dicho)
- Ah, es verdad. Pero en el momento de los hechos usted no llevaba su uniforme, según los testigos presenciales.
- Tengo gustos muy personales acerca de la vestimenta de un payaso.
(...)
- Tras este interrogatorio, ¿tiene usted algo que decir en su defensa?
- (Empiezo a ponerme de los nervios) ¡¡Esa señora me echó mal de ojo!!
(7ª Carcajada general que dura 10minutos exactos)
- ¿Y en qué lo ha notado?
- Desde ese momento perdí repentinamente la visión de ambos ojos y ya no puedo ejercer mi trabajo como quisiera.
(8ª Carcajada general)
- Entiendo. ¿Usted cree en la magia o fenómenos relacionados con este tema?
- No.
(9ª Carcajada general)
- ¿La practica?
- ¡NO!
- Señoría, como está pudiendo comprobar, el acusado da muestras de poca cordura, así como un despotismo inusual y exagerado que explica perfectamente lo sucedido aquella tarde. Por lo que creo que por mi parte he finalizado.
(...)
Fue así cómo transcurrió el peor día de mí vida (superando incluso el día de la paliza en aquel colegio), sin ningún otro tipo de altercado que se le pareciese. La condena estuvo a la altura de las circunstancias como era de esperar (el veredicto final me hizo culpable), y tuve la obligación de añadir a mi currículum esa frase que dice “sujeto peligroso, be carefoul”. Ahora, esa bobada, había transformado toda mi experiencia y la había dado un giro de 180º. Mi carisma se esfumó; la gente me tenía miedo... No tardé en aprobar de mala gana la fama de “Payaso Asesino” que pronto me otorgaron, sin faltar el obligatorio apodo posterior: “Locum Payasus”.
‘En fin, sólo es uno más para la colección... vieja Bruja Coruja’.
Qué rocambolesco el mundo de los payasos...
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