No recordaba mucho. Por no decir que nada. Caminaba en dirección a una plaza cercana y al encontrarse cerca no obtuvo la idea de dónde provenía su paso.
Se ofuscó demasiado. Su edad ya no daba a vasto.Sabía quién era y cómo se llamaba. Creía que caminaba sola, pero su hijo la seguía detrás, cuidándola a la vista.
Poco tiempo duraban estos paseos repetitivos. Su hijo siempre interfería antes que oscureciera para recordarle la misma información: tenía familia aún y debía volver a su casa.
Ella recordaba cómo vestirse, cocinar y comer. Algunas otras acciones eran reemplazadas como el uso de pañales para ir al baño y unas flechas pegadas en las murallas que indicaban algunos sectores de la casa. El patio maltrecho hace varios años atrás tenía un limón y unas pocas plantas que ella regaba constantemente. Ahora era un tierral más lleno de porquerías, malezas y mierda de pájaros.
De vez en cuando lloraba. Lloraba clamando nombres que sólo ella conocía. Otras veces sonreía a su hijo, llena de esperanza, creyendo que era el siguiente día después del que cuando perdió la memoria. Lo acariciaba y preguntaba por sus nietos, a los cuales él ya no tenía derecho a ver por ley.
Él dejó todo por su madre. Su vida, su trabajo. Su buen y posicionado trabajo. Su familia, esposa e hijos. Nunca se perdonó el día que salió por esa puerta bajo amenaza de divorcio. Creyó en una exageración que terminó en realidad. Una cruel y triste realidad que aún le pesa. Le pesa tanto que a veces, al igual que su amnésica madre, llora noches enteras, días enteros, tardes, cuando camina tras ella, fumando o leyendo en tiempos libres. La verdad es que llora más que su madre.
Vive sus últimos días y ella lo sabe. Cree a ratos que es lo único de lo cual su mente desmemoriada está consciente. Mira el cielo buscando recuerdos y se frustra siempre que encuentra con sus ojos a aquel muchacho cada día que sale. Un muchacho que tiene fe y comprensión.
Llora por última vez sentada en su cama, o lo que cree es su cama. La palpa, determina los colores y frota sus manos con la sensación de las frazadas aún en ellas, se mira al espejo y se observa las arrugas, las canas, las venas marcadas tras el recogimiento de su piel y ve correr lágrimas por las líneas del tiempo. Vuelve a la cama y tapa su cuerpo tras acostarse.
Al día siguiente no hay más llantos. Su cuerpo yace frío en donde quedó la noche anterior. Su hijo llama al hospital y luego a lo que en un momento fue su esposa. Nota felicidad. Nota tranquilidad. Nota nueva esperanza ahora centrada en su real familia. Real familia se dice, porque la verdad es él quien recuperó la memoria. |