Miro hacia adelante. Miro hacia las montañas. Poderosas, gigantescas, imponentes. Descanso la mirada y me ubico presente en el prado de la memoria. Busco las imágenes perfectas, las imágenes precisas para hacerme sonreír y seguir mi rumbo. El camino es peligroso. Piedras, grietas y barro aturden mi avance, pero no freno mi andar.
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Traigo conmigo recuerdos. Eventos. Historias. Cuentos. Y ahora, estás en todos ellos.
Me das ánimos, fuerza y cordura. Debo seguir. El tramo es largo aún desde acá. Giro y miro hacia abajo, veo casas, árboles, campos inmensos y nubarrones asechando con una pronta tormenta. Será mejor buscar refugio.
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Mis heridas están congeladas a este paso. Sanas, pero molestan bajo el frío del próximo invierno. Me gustaría que estuvieras acá, más cerca, como cuando te sueño y escucho tus cálidas palabras y veo tus escondidas sonrisas. Ya falta poco y el aire me falta, pero no hay excusa alguna para no poder llegar a la cima. La veo como veo mis propios dedos y tu nombre es lo que me anima a caminar después de meses de no saber de ti.
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Al llegar estoy deshecho, moribundo, débil. Me cuesta abrir los ojos bajo la nieve seca. Mi barba pesa. Mis brazos están amoratados y las nubes tapan la luz del sol grandioso y el cielo azul protector. Sigo lúcido pero me cuesta encontrarte en mi mente. Hago mi mejor esfuerzo y lanzo esas palabras al aire. La tormenta se apacigua. Las nubes se comienzan a mover. Haces de luz golpean mi nariz. Caigo al piso y duermo.
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Han pasado casi 2 años. Mi viaje ha terminado. Mi misión me ha transformado. Vuelvo. Vuelvo a ti. La gente me recibe alegre. Han pasado casi 2 años. Nuestra casa está intacta. La gente grita, clama por el hombre que conoció el miedo y venció. La puerta se abre, un joven me dice PADRE y lloro abrazándolo, después de casi 2 años. Estás cambiada. No tanto como yo, caes al suelo y logro afirmarte con mis restantes fuerzas tras la odisea. Lloras tanto como yo. Estoy a tu lado. Tú estás a mi lado. Vuelvo a sentir calor. Te beso las manos y doy las gracias mirando las montañas. Apunto hacia la más alta y lejana de las que se pueden ver en el atardecer. Te abrazo, fuerte. Estoy en casa. Estoy de vuelta. Estamos juntos. Después de casi 2 años.
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Me he recuperado lo suficiente y es hora de narrar el viaje. La gente está impaciente
y me atienden como cuando partí. Un café me acompaña sobre una mesita de madera y yo sentado en una silla. El fuego central del pueblo ilumina las caras y calienta a los niños y animales que se reúnen cerca. Estoy feliz. Estás ahí. Y la primer palabra que digo es tu nombre. La gente se calla. Repito tu nombre. Miro hacia las montañas y te nombro una vez más. El viaje y esta historia te pertenecen, digo. Nunca conocí a alguien como tú y esa montaña, esa gran, poderosa e imponente montaña, ha sido mi mejor viaje. Un viaje que después de 2 años tiene sus frutos en base al sacrificio. Un sacrificio que todos deberíamos hacer, si de verdad creemos en el amor. Así comienza esta historia... |