es despertar sin sentir un poco el peso de lo inconcreto. Con el sabor amargo del tabaco de la noche anterior en tu boca, aunque te hayas lavado los dientes. Con el pelo desordenado y la nariz seca.

Difícil es despertar y no verte ahí, donde creí algún momento verte quizás en un sueño o en un mundo paralelo. Abrazando la fuerza de tu piel, enredando mi boca con tu pelo y disfrutando la inmensidad de tu cuello al acercarme a tu hombro derecho.

Ya se me hace difícil también encontrarte en las sutilezas de la vida cotidiana, recordarte me pesa, esperándote se me hizo tarde y he visto pasar varios trenes y aún la estación está vacía. Las luces se encienden y mis ojos se cierran nuevamente.

Ha pasado un tiempo, suficiente para decirme que la espera ha terminado. Que retome mis andanzas y vuelva a caminar solo. Sin mirar atrás. Sin pensar en lo que no fue. Sin procesar más las asperezas que volcaron las oportunidades y sobre todo, sin rencor ante lo que ya se sabía de antemano.

Difícil es hallar las palabras adecuadas para sacar todo afuera y no atacar a nadie. Difícil se hace no enfadarme conmigo mismo por darme falsas ideas. Difícil se hace volver a retomar la marcha. La marcha de una espera que creí haber terminado, pero que sigue presente por más lejos que me encuentre de la última estación donde dejé mi alma. Alma que espera ahora por mí, a la vuelta de una mente libre de faltas, libre de pena, libre de desgano, pero llena de nuevo de confianza, de entrega por otro ser, de afecto y por sobre todo, de amor.