Cuando todo huele así, con ese calor espeso y cálido, recuerdo lo amargo que es también tener que escribir cosas color oscuro. Recordando a veces los pocos sueños y acontecimientos que jamás se llevaron a cabo, los ojos de millones que nos miraron, las manos de los que nos tocaron y las palabras que dijimos y los que las escucharon.
Tenerte presente aquí mientras escribo esto es raro, tan raro como saber que quizás, a pesar de ello, nunca llegues a leer esto. A veces creo que debería estar en otro lugar, disfrutando este calor y estas fragancias que me envuelven y me hacen pensar en ti más de lo que debería, más de lo que te he dicho, más de lo que has pensado.
La gente mira y recapacita. Escucha y repite. Piensa y dice. Sonidos, risas, alegrías, sonrisas, caminatas, silencios, estrellas, mar, humo y sabores, bancas, calles, sorpresas, galletas… cafés. Un sin fin de cosas que se hacen presentes. Y todas rellenan espacios gigantes de recuerdos inconclusos.
Creo que a pesar del tiempo, me doy cuenta que no he sanado mi error. No he creído lo suficiente en mí. No he tenido la fuerza de voluntad necesaria para nuevamente estallar las palabras en tu cara, mirarte a los ojos, escuchar tu voz y sentir tu determinación al decirte que hay un más allá de lo dicho. Un más allá de lo escrito. Un más allá de lo entendido, un más allá de lo cálido de este lugar donde pocas veces vengo a disfrutar de lo que haces, disfrutar del brebaje, de la gente que entra y sale, de las miradas disimuladas, las sonrisas distantes tras la barra. Disfrutar de lo que nunca en la vida que llevo creí encontrar.
Ojalá, pase lo que pase, espero un día, leas las cosas que he escrito para ti.