Era un día de esos desdichados, de los cuales no guardas ni el aire que respiraste, en la noche había una junta en la casa de una de mis pocas almas gemelas, ni con muchas ni pocas ganas hice lo posible para salir de la biosfera. Confiado en que era una noche cualquiera, en la que nos juntaríamos a jugar póker, iba recordando al caminar las melodías que marcaban mi corta vida, llenándome de tristeza y de imaginación, la que siempre he tenido a la hora de tener a esa chica que fue mi primer amor y que no he podido olvidar en cuatro años, y que de solo tocar su mano sentía que podía morir feliz.
Las estrellas trataban de ocultarse, como diciéndome algo que no fui capaz de adivinar, había mucha tensión en mi mente, queriendo rehusar que mi vida ha girado en torno de las demás personas, mientras iba caminando por un suburbio, que no llamaba más la atención al ser una noche oscura, recordaba el último beso que le di, el beso que fue nuestra despedida por dos larguísimas semanas, ese beso que me confundía pero a la vez me hacía pensar que sí me quería. Iba rechazando toda noción del camino, hasta que llegué a mi destino, llame a la puerta con un cigarrillo en mi mano, mirando nada más que a una luna que me dejaba perplejo, en unos pocos minutos abrieron la puerta, y me di cuenta que los días que amargura siempre pueden terminar de forma dulce, al ver a mis amigos con globos en el techo y un par de tragos diciéndome solo con sus sonrisas, feliz cumpleaños.