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Como si fuera una lluvia de celulosa cayeron los pequeños trozos de papel y una carcajada se escuchó en la habitación, luego vino la explicación de: “Una vez leído un papel, jamás lo guardo”.
Lo miré con curiosidad y pensé: cuán diferentes son los varones de las mujeres, ellos lanzan al papelero lo que ellas atesoran como recuerdos.
Quien le envió la tarjeta era sin lugar a dudas, una mujer que él conocía, tal vez alegre y extrovertida, quizás tímida y de diminuta escritura. Posiblemente fue un flirt, su última conquista o una antigua novia.
Ignoro sí reía por el contenido de la nota o por los recuerdos que ella producía. Diría que no la leyó más de dos veces, creo que la tuvo entre sus manos, sólo el tiempo que duró su carcajada, mientras la veía sentada a su lado, durante la comida de la clásica invitación, en la que se reúnen todo tipo de personas y donde los dueños de casa mezclan y cuotean diferentes especialidades y personalidades.
Él desplegó su encanto durante la conversación y la hizo reír con sus ocurrencias, poniendo en juego su ingenio y sacando a relucir todas sus anécdotas, que ella escuchó encantada.
Una copa, dos. Un baile, dos, diez. Apretada a su cuerpo la tuvo cerca, muy cerca. La sentía temblar entre sus brazos mientras se atraían como el agua a la tierra sedienta. En la práctica se fugaron, en medio de la algarabía de la fiesta, a esa hora en que los relojes marcan la madrugada y ésta se presenta húmeda y con gotas de rocío, que anuncian el otoño.
Desaparecieron sin dejar rastro y sin rumbo fijo, se protegieron con un manto de oscuridad y se envolvieron en otro. En el interior de la casa quedaron los amigos, los anfitriones y los invitados, mientras ellos hablaban de entrega, amor y pasión.
Nadie se dio cuenta de la escapada, otros invitados habían comenzado la retirada formal y ellos, que llegaron separados, se fueron juntos y abrazados, porque estaba escrito que se amarían, aún cuando nunca antes se hubiesen visto ni se volvieran a encontrar, porque él partiría al día siguiente y ella debía regresar de donde había venido.
Tal como el destino tenía dispuesto que coincidieran en la misma mesa, también había previsto que se reencontraran, para ello la tarjeta, que ella eligió con cuidado y que él transformó en una lluvia de celulosa y de recuerdos, depositados en el papelero, mientras las paredes recogían el eco de su alegre carcajada.
“Jamás guardo una tarjeta, menos aún sí es tan comprometedora”, repitió a modo de explicación, que como su secretaria yo no exigía, aún cuando había atendido las llamadas de ella, después de aquélla noche y de otras, mientras duró su ausencia.
No existía misterio para mí, lo sabía todo. Incluso que habría dado la vida por no ser yo...y ser ella.

Texto agregado el 15-06-2011, y leído por 174 visitantes. (0 votos)


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