El anciano caminaba lento hacia la ventana, de pasos pesados, pausados, con un bastón amigo de años en su recorrido.
Compañero de historias.
La nieve caia en diferents velocidades, los cristales empañados, con los dedos temblorosos hizo un espacio para ver.
El almanaque, deshojado, desparramado alrededor del sillon.
Volvió junto al fuego, se frotó las manos, asustado dirigió una mano hacia los ojos, tenía lágrimas, perlitas que sin permiso se dejaban ver.
Se las secó.
Lvantó la vista sobre la chimenea, un retrato suyo vestido de militar, a su lado, las condecoraciones.
Tragó saliva, lentamente ayudado por su bastón se fue poniendo herguido.
En un rincón, un arbol de navidad a medio armar; lo miró.
La sala iluminada tan solo por un velador, y, el fuego de los leños, refugio de sus pensamientos.
Un Cristo en lo alto de la puerta que lo observaba iba donde iba.
Se sentó en un sillón, como enojado consigo mismo, tiro lejos su bastón; en su mano derecha la hoja del almanaque que decía diciembre.
Se acomodó, cerro sus ojos, su pecho parecia sin respiración.
Ya la noche había avanzado, cuando se escucha el llanto de unos niños, el anciano abrió los ojos, pensó por un instante, se levanto rápidamente, y corrió a la puerta.
Habían dos niños solos llorando, temblando de frío.
-¡Entren!, ¡entren niños!, entren por favor!.
Rapidamente los pequeños se sentaron en la alfombra junto al fuego.
Observaron la sala, el almanaque deshojado, y, luego el bastón.
El mayor de ellos, se levantó, junto las hojas esparcidas, el bastón, mientras el anciano preparaba algo de comer.
Cuando la iba a acomodar sobre la mesa, lee, HOY VOY A MORIR, ESTOY SOLO, MIS DOLORES SON CADA VEZ PEORES...................................
El pequeño se dirige a la cocina y le dice al anciano, -abuelo, ¿que le duele?
-¡nada!, respondió el anciano.
Y, ¿porque escribió esa carta?, dijo el pequeño.
Porque hace muchos años que estoy solo en la vida, lo hago todos los treinta y uno de diciembre, dijo el anciano.
-Y, nosotros tambien estamos solos en la vida, ¿también debemos escribir esa carta?, dijo uno de los pequeños.
El anciano los miró a los dos, luego miró su retrato y dijo, -¡no!, ¡ya no!, ni yo, ni ustedes, ¡nunca mas tendremos que escribir esa carta! y les guiño el ojo.
MARIA1 |