Noche de juerga, algarabía y diversión en Oslo. Con la presentación en vivo de Tina Turner y del sobrino nieto de Caetano Veloso, la Pantera Rosa festejaba sus 106 años en compañía de parientes, admiradores y amigos. Así, entre estos últimos podía contarse a José Luis Perales, El Hombre Nuclear, Los Tres Chiflados y, recién llegada de México, María Antonieta de las Nieves (conocida mundialmente como “La Chilindrina”) Pero, de toda esta constelación de estrellas, cráteres, y agujeros negros, una luminaria se destacaba por sobre todas las cabezas: Ester.
Al tiempo que hablaba de política, yoga y métodos para bautizar a un musulmán ciego, la anciana daba cátedra de conocimiento versátil e indiscriminado en tanto que, inquieta, hacía jueguitos y piruetas con un balón de fútbol y, además, degustaba su tradicional vodka con hielo.
Alrededor de las 4 de la mañana, un viejo conocido de Ester se hizo presente en la reunión. Erguido sobre su caballo, molesto por unas hemorroides traicioneras, y quitándose el sombrero para saludar a la cumpleañera, El Zorro se acercó a una de las mesas para servirse una piña colada, comerse una porción de camello hervido y, de paso, pegarle un puntapié al perro Rin Tin Tin, que dormía bajo una de las ya mencionadas mesas.
Pese a que nadie lo suponía (sólo la KGB lo sospechaba) El Zorro y Ester se conocían más de la cuenta: habían sido novios en 1950. Pero, según luego contaría Juan Domingo Perón (amigo de Ester) la anciana habría abandonado al superhéroe enmascarado debido a que éste, necio, no dejaba de poner su famosa “Z” en todos lados con su desafilada espada, incluso en los vestidos nuevos que la anciana robaba a menudo. Pero, según la palabra de algunos cultores del reggae, algo más habría motivado la separación...
“Hola, diosa”, le susurró El Zorro a Ester, en el oído y ni bien la tuvo a su alcance. “Qué hacés, perdido”, contestó la anciana, mientras meneaba la pelvis al ritmo desenfrenado de los Chemical Brothers. El Zorro bebió un trago de piña colada, volvió a patear a Rin Tin Tin, y continuó con su estrategia de seducción: “Cada vez estás más hermosa, bicho canasto”. “Tengo el presentimiento de que voy a besarte”, agregó el enmascarado, para luego sacar de su capa negra un ramo de jazmines que rápidamente entregó a la anciana.
“Rajá, no los quiero”, contestó Ester, apoyándose sobre su bastón modelado en sauce llorón. Parecía distraída; su mirada se perdía en la pista de baile; lugar en donde José Luis Perales, completamente ebrio, improvisaba un streap tease subido al techo de un automóvil. “Vamos, chiquita, alguna vez tenés que perdonarme...”, argumentó El Zorro al tiempo que, con su espada, traspasaba a una cotorra que justo pasaba volando por allí. “Eso nunca”, contestó la anciana. “Vos me engañaste con Hillary Clinton y luego con la Cicciolina: nunca voy a perdonártelo”, agregó Ester. “Era joven, corazoncito de melón, tenés que entender mis impulsos...”, trató de defenderse el héroe americano. “Esa no es excusa”, dijo Ester mientras, aburrida, comenzaba a pinchar con un tenedor la nuca de Moe, el más cerebral de Los Tres Chiflados. “Yo también fui joven y, sin embargo, nunca le presté atención a todas las propuestas amorosas que me hizo John Travolta durante años”, murmuró la anciana, visiblemente ofuscada.
“Vení, cucharada de azúcar, vamos a bailar. Este tema me motiva...”, comentó El Zorro mientras, de fondo, sonaba una versión remixada del hit “Loco Mía”. Imitando a un ejemplar de rapero neoyorquino desquiciado, El Zorro cruzó una pierna por detrás de la otra y, gritando “Guarda”, giró sobre su talón hasta quedar erguido sobre un solo dedo de su pie derecho. Reunidos en círculo junto a él, los presentes aplaudieron a rabiar. Harta de cederle protagonismo a tan infiel superhéroe, Ester decidió no quedarse atrás. “Esto lo saqué de Cocoon I”, murmuró la anciana y, a modo de caminante lunar, deslizó su cuerpo hacia atrás sin despegar los pies del suelo encerado. Luego, abrió sus piernas imitando a Jean Claude Van Damme, se colocó de espaldas al piso y, sin dejar de flexionar las rodillas, comenzó a girar como un trompo hasta transformar su figura en un huracán californiano.
Excitados, Los Tres Chiflados se rompían botellas en la cabeza, y luego se prendían fuego unos a otros para festejar la agilidad de la anciana de 75 años. Al mismo tiempo, Tina Turner escupía a La Chilindrina y, sereno, el sobrino nieto de Caetano Veloso hablaba con el Hombre Nuclear sobre budismo y recetas para cocinar a una chinchilla.
Sorprendido y sintiéndose avergonzado ante la destreza de Ester, El Zorro se hizo a un lado del público presente, tomó a su caballo (Tras) “Tornado”, le dio un último puntapié a Rin Tin Tin (Al que el perro eludió con un:“¡Basta, tarado!”) y partió de la fiesta prácticamente a la carrera, atropellando a su paso a 6 mesas de póquer, una motocicleta portuguesa, 8 integrantes del reality show “Operación Triunfo Argentina”, y un retrato pintado al óleo de Mickey Rourke.
“Bravo, Ester”, dijo José Luis Perales, mientras le acercaba a la anciana un habano y un vaso de vodka. “¿Dónde aprendiste eso?”, la interrogó el cantautor mientras, sin disimulo, contemplaba las piernas apenas arrugadas de Ester. “Pues, me lo enseñó un novio que tuve una vez...”, contestó la anciana, haciéndose la distraída. “Eso sucedió una noche en la que no me sentía bien”, agregó, entre risas, la mujer, mientras saltaba sobre una mesa para luego comenzar a bailar descontroladamente una versión rumana de “Aserejé”; pieza compuesta por las inoxidables Ketchup.
“Contáme ¿Qué tenías?”, insistió Perales, al tiempo que mordía con cuidado una silla de mimbre. “Fiebre de sábado por la noche...”, murmuró, pícara y sonriente, una divertida Ester. Aún así, un brillo extraño; un halo de melancolía pareció nublar su mirada...
La anciana sacudió su cabeza, tomó una botella de Tequila y retornó a la pista de baile. Un rato después, saldría algo mareada de aquella multitud danzante. Finalmente, quienes la llevaron a su casa –un uruguayo y una mujer descalza que, tipo 6 de la mañana, irrumpieron y asaltaron a todos en la fiesta- dicen que Ester mencionó algo respecto a un último brindis antes de dormirse en un baldío repleto de cebras y narcotraficantes. Un trago que, según los delincuentes, la anciana le habría dedicado a un viejo amor de juventud. Un brindis que Ester habría efectuado a nombre de John Travolta...
*Basado en una historia real
Chester Piedrabuena
® Saga "Ester, la abuela guerrera". Derechos Reservados.
|