Escucho tu voz en la intimidad del teléfono. A mi alrededor un mundo de negocios se mueve a la velocidad de la Bolsa de Valores. Ajena a todo, presto atención a sus palabras: “Te besaría hasta dejarte sin respiración”.
Pienso sin responderte que estás loco para hablarme así. Me pregunto qué diría mi secretaria sí te escuchara, pero tú continuas: “te quitaría la blusa, despacio, botón por botón...”
No me cuesta mucho imaginar tus manos hurgando entre mi piel y mi ropa. La sola idea, que hábilmente me acaricies, agita mi sistema hormonal y no es el momento para que algo así ocurra. En unos minutos más debo estar en una reunión vital para mi agencia.
Tienes tiempo disponible y continúas: “luego buscaría con mi boca tus pezones pequeños y los acariciaría hasta endurecerlos...” No sé qué decir, no escuchas mis protestas ni mis reproches y aún así, prosigues : “ te sacaría la blusa y soltaría tu falda, buscando con mis manos tus nalgas...”
Intento hacerte entender, que no es el momento para una hipotética situación erótica, pero te haces el sordo o el loco y susurras mientras me besas por el teléfono “recorrería con ellas (te refieres a tus manos) todo tu cuerpo, toda tu piel. No dejaría ningún rincón de ti sin acariciar o besar...”
Elena mi secretaria entra y me indica que ya es la hora de la reunión. Trato de pasarle el teléfono, pero ella mal entiende mis señales y se aleja, suponiéndome ocupada en una conferencia importante. Cierra la puerta tras de sí y me aísla de la antesala y pese a todos mis intentos por acallar tu voz pastosa y viril, escucho en mi oído: “Cuando todo tu cuerpo arda abrazado a mí, serás mía como no lo has sido nunca de nadie antes...”
Me digo loca. Me autocensuro por escucharte. Son las diez de la mañana y las transacciones bursátiles no se detienen.
Tú continúas: “estaremos solos, sin que nadie nos moleste. Tú y yo en un hotel sin nombre, amándonos hasta el agotamiento...”
Mudamente me pregunto por qué no logro interrumpir tus palabras. Qué es lo que me obliga a escucharte y cómo sabes mi nombre y mi numero privado de teléfono? Tu voz me es desconocida, sin embargo, algo en su tono alerta mi memoria, me esfuerzo por recordar, pero estoy bloqueada.
Necesito una cabeza fría y clara para la reunión, intentando regresar a la realidad cuelgo el auricular, tomo mi carpeta con los antecedentes necesarios y me dirijo a la sala del Consejo. A medida que recorro el largo pasillo alfombrado, me obligo a olvidar tus palabras y susurros por teléfono. Me concentro en las acciones que están de baja y calculo que en el curso de la mañana deben variar. Me juego el prestigio ganado a pulso y una posible y sustancial ganancia.
Critico mi debilidad al perder el tiempo escuchando una llamada erótica. Mi vida privada siempre ha estado al margen de mis actividades comerciales, nunca he permitido que se mezclen las unas con las otras, quizás esa fue la primera lección que aprendí en este trabajo. No logro explicarme qué es lo que me ha pasado. En otra oportunidad habría colgado al escuchar la primera frase y a continuación habría remecido el edificio desde sus cimientos, para que alguien me diera una explicación de cómo había entrado esa llamada a mi teléfono.
La única respuesta que encuentro, por esta liviandad, es la tensión por la sesión matutina del Consejo, que naturalmente la inicia el secretario, con ese desagradable y característico tono nasal que tiene al hablar. Entre toses y carraspeos aclaratorios, que siempre me han puesto nerviosa, lee el acta de la reunión anterior y termina torpemente cediendo la palabra al Presidente de la Compañía, quien se levanta de su asiento, recorre con su mirada a los presentes como chequeando que estén bien sentados y a la vez evaluándolos con una frialdad absoluta. De pronto fija sus ojos claros en mi y con un rápido susurro, que no perciben los demás me dice: “te besaría hasta dejarte sin respiración...”
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