- Hola, tanto tiempo...
- ¿ Cómo estás?
Tiempo. Más que tiempo, fueron años los que pasaron sin que volviera a verla, sin que supiera de ella y ahora de improviso, en un lugar distante de donde todo comenzó, volvían a encontrarse.
Ella sonríe como entonces, enseñando sus dientes, mientras le brillan los ojos negros, esos que no han dejado de pasearse por sus sueños. No ha olvidado, nunca la olvidó.
- ¿ De vacaciones?
- Sí, por unos días...
Vacaciones, verano. Era el mes de febrero, está seguro porque se terminaban las vacaciones, los días de playa y los de paseo, cuando todo comenzó y cuando empezó a amarla. Durante todo el verano la había observado desde lejos, a la hora en que jugaba con sus amigas vóleibol en la playa, después feliz y acalorada por el fuerte ejercicio, se dejaba mecer por las olas y él, siempre en la distancia, la soñaba sirena.
Quince o diecisiete años, su cuerpo tostado de sol prometía la figura de una maravillosa mujer. Era entonces sólo un boceto de lo que sería en el futuro.
- Ha pasado el tiempo...
- Si, mucho tiempo.
Tiempo. No era necesario que ella lo dijera. No era preciso que él lo recalcara, ambos lo sabían, muchos años habían pasado desde el escándalo en que se vieron involucrados. Ocurrió la noche de la fogata, en los alrededores del Club de Vela, la pandilla despedía el verano, por lo tanto, aquélla era la última noche de fiesta que tenían y los leños ardieron cerca del mar, las guitarras cantaron al amor del verano y la luna invitó al romance.
Él juró amarla toda la vida y no mintió. Su recuerdo estuvo presente siempre y fue a la vez su castigo, se condenó a perpetuidad. Siempre recordar, siempre pensar en ella y nunca tener la oportunidad de reiterar su amor.
Su amor, el amor de su vida esta frente a él. Hermosa, más bonita que cuando niña, tomada de la mano de una pequeña con ojos tan oscuros como los de ella.
Se pregunta sí sería su hija y no pudo impedir soñar, que también pudo ser de él.
-¿ Trabajas?
- Si, ejerzo mi profesión.
Estudio y trabajo. A partir de esas vacaciones, que no se borraron de su memoria, todos olvidaron los trajes de baño, los días de playa y se vistieron de estudiantes, regresando a colegios y universidades, mientras él y ella, lo hacían marcados por una noche en que descubrieron que se amaban. Desde aquélla noche, que no la veía. Sus preguntas, llamadas y cartas, jamás tuvieron una respuesta. Los amigos silenciaron los comentarios y tras mucho averiguar, se enteró que se la habían llevado lejos. Todo lo lejos que sus padres consideraban, para impedir que un vividor como él, manchara su juventud y su futuro.
No tuvo oportunidad ni nadie se la proporcionó para decirle que amaba sus ojos negros, su boca fresca, su sonrisa dulce, su alegría casi infantil y su cuerpo inocente, que él despertó al amor con el suyo.
- ¿ Qué estudiaste?
- Soy Educadora de Párvulos.
Párvulos, niños para una persona dulce. Una profesión que le calzaba como anillo al dedo. Lo sabía, de alguna manera la había sentido en su piel desde entonces.
- ¿ Tu hija?
- No, mi nieta.
Abuela, si parece una niña...¡ qué torpe!...han pasado veinticinco años. Debe haberse casado jovencita, hoy las abuelas no son como las de antes, parecen mamá de sus nietos. Qué bella se ve con la niña, que tomada de la mano, como él lo habría hecho todos estos años, juega. Debió ser una madre dulce, pudo serlo de sus hijos...
-¿ Y tú, tienes hijos?
- Si, de dos matrimonios.
Dos matrimonios, dos fracasos. Siempre será igual, se ha pasado la vida buscando en otras mujeres, lo que ella tenía y lo que le habría dado.
- ¿ Estarás mucho tiempo por estos lados?
- No, nos vamos el domingo.
Habla en plural, seguramente con ella, además de la nieta, debe estar su familia, todo eso que él no tiene. Mira a la niña que ajena a su conversación continúa jugando con sus pies en la arena, como antes lo hizo ella, mientras él la observaba desde lejos. Es como verla nuevamente, casi niña, casi mujer.
Vuelve desde sus recuerdos al presente y piensa, más bien sueña, que la pequeña pudo ser su nieta también.
Ella sigue la mirada y sus ojos se tornan más oscuros que lo usual, repentina y bruscamente le dice:
- No lo digas.
- No lo pienses.
Él intenta explicarle que siempre esperó saber de ella, que nunca la olvidó, pero ella nerviosa le dice adiós y se aleja sin volver la cabeza.
La vida los reunió por sólo unos minutos, quizás para recompensarle el haberla recordado siempre, tal vez para volverlo a castigar con su lejanía.
Apenado la ve alejarse con la niña asida a su mano; a ratos salta, a ratos camina junto a ella; de pronto se detienen y ella se inclina para escuchar su vocecita. Empinada en sus diminutos pies, acerca su cara a la de su abuela. En la distancia él observa ansioso, pero se confabulan el mar y las olas, para que no escuche lo que dicen.
- Abuela, ese señor es igual a mi mami...
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