Se abrazan con fuerza.
Ella al levantar la cabeza en busca de su rostro, deja caer su pelo cobre, como una cascada por la espalda.
Él la toma por los hombros, la acerca lentamente hacia su pecho fuerte y viril, uniendo sus labios hambrientos de amor a los de ella.
El beso parece durar eternamente, borrando todo a su alrededor. Sólo él y ella, sólo ella y él, unidos por labios y lenguas. Jadean abrazados a su pasión. Las manos recorren caminos de cintura, espalda caderas y nalgas.
Chocan y penetran sus lenguas, en ademán posesivo de la cavidad bucal, en una entrega plena, total y ardiente.
El fuego del amor se ha encendido. Se suma a la pasión incontrolable, que hace caer las prendas de ropa, una a una, como una lluvia de pétalos en primavera.
Sobre el lecho, ambos son actores de un concierto de sábanas y cobertores desechados.
Se abrazan desconociendo hora, día, lugar, luz o sonido.
Ella gime bajo su peso y él jura sobre sus labios.
La luz de la habitación es tenue y mágica. La música una sinfonía de notas amorosas, que se entregan al compás del amor, a la caída del sol.
La habitación en tonos rosa, encajes y vuelos, aporta a la escenografía lo necesario para hacer real el encuentro de dos seres que se aman locamente.
Desnudos y jadeantes; luego relajados, permanecen abrazados sobre los revueltos cobertores.
La luz tenue que los ilumina se va esfumando lentamente, mientras en la pantalla del televisor aparecen tres letras: F I N
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