Era una de esas noches cerradas, sin estrellas y amenazante de lluvia. Una noche de invierno, quieta pero palpitante en la oscuridad, como presagiando un temporal.
Las calles vacías y brillantes, reflejaban las luces de las vitrinas. Eran aceras huérfanas de transeúntes y con basuras acumuladas en portales, que atraían a las sombras negras para revisar su contenido, antes de la pasada del carro basurero.
Los pasos sonaban fuerte y hacían eco en los altos campanarios cercanos. El viento levantaba a su paso el abrigo y batía la larga bufanda, como una culebra alrededor de su cuello.
Un portal, una esquina, una calzada interior, otro portal. El vehículo pasa dejando escuchar su estridente música y la sobresalta, impulsándola a llegar pronto hasta la parada del autobús. Se lo ha dicho tantas veces: “ deberías esperar a tus compañeras de trabajo y hacer el trayecto con ellas”. Pero siempre se toma más tiempo en su arreglo personal y se eterniza frente al espejo. También se ha repetido, que no debería trabajar en un restorant, menos aún en ese que cierra sus puertas tan tarde. Es casi un cántico mental, igual al del día anterior y a muchos otros en el futuro.
“ No debo, pero lo hago. Cada noche camino sin prisa, sola y rumiando mis pensamientos. Me asusto de las sombras y siento pasos, que no se quién los da. Pasos que me acompañan cada noche y que ayer pensé que darían alcance. Hoy...dónde están? ”
Falta una larga cuadra, la conoce de memoria: dos portales por la izquierda, una galería comercial a mitad de la cuadra, una serie de tiendas y luego los muros de la Iglesia, piedras y más piedras hasta los pilares.
El eco es perfecto, se distrae escuchando el toc-toc de sus altos tacones. Un portal ha quedado atrás ¿ porqué camina siempre por la misma vereda? Se promete para mañana hacerlo por la otra. Esta noche no, tiene prisa y de esa forma acorta el camino.
El viento le revuelve la sedosa melena, juega con el flequillo que casi le cubre los ojos. Levanta una mano para despejar el rostro y frente a ella está un desconocido, que la mira profundamente a los ojos.
El extraño la toma por los hombros y ella alcanza a vislumbrar una sonrisa antes de ser besada largamente. Se queda paralizada, un segundo, una hora ¿ cuánto tiempo pasa?
Se obliga a reaccionar, él ya no está allí, el eco de sus pasos le dice que se aleja.
El corazón le late aceleradamente y su sangre alborotada recorre sus venas a una velocidad increíble. El trayecto que aún falta para el autobús le parece largo, muy largo. Gira la cabeza buscando al desconocido besador nocturno y se culpa por no haber gritado, también por desandar sus pasos en procura del eco nocturno que se pierde calle arriba.
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