Tú dices que es cuestión de piel y yo no entiendo nada, y sé que me besas cuándo y dónde quieres y yo respondo a tus caricias, sintiéndome embrujada con sensaciones, que recorren mi cuerpo experimentando el deseo incontrolable de conocer tu piel sin que nada ni nadie interrumpa ese momento.
Tengo curiosidad de todo lo que se relaciona contigo: deseo sabaer algo más de tí, que la temperatura de tu boca o la fuerza de tus manos en mi cuerpo.
Puede ser cuestión de piel, como tú lo aseguras, aún así me atemoriza que cada poro de mi cuerpo grite tu nombre y que mi retina guarde porfíadamente cada momento pasado junto a tí. No me gusta este galope de emociones y de sensaciones que quiebran mis esquemas y debilitan mis defensas. No quiero a futuro llorar por alguien, aunque ese alguien se pueda llamar amor.
Tengo que borrar el recuerdo de tus besos en un estacionamiento o esos al pasar y con temor al qué dirán. En algún lugar de mis recuerdos, estarás siempre tú.
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La carta tiembla entre sus manos. Una letra pequeña e insegura la desconcierta, es absolutamente desconocida. A medida que la relee siente que su mundo se desmorona vertiginosamente. No tiene fecha y no indica destinatario, le parece una extraña forma de escribir una misiva.
Se pregunta con dolor ¿cómo es que llegó hasta el bolsillo de la chaqueta preferida de su marido? Evita responderse que hace solamente quince días, ella la dobló y colocó en la maleta para ese viaje de negocios del que regresó tan diferente. La confesión descarnada de: “respondo a tus caricias sintiéndome embrujada” le parece una clara acusación para con el infiel. Le parece verlo con aspecto cansado, silencioso y como ausente. La explicación fue parca: cosas de negocios y ella, como en otras oportunidades duplicó sus esfuerzos para hacerle grato el regreso a casa.
Ahora lo entendía todo, ¡se había enamorado de otra mujer!.. Quién sabe desde cuándo. Esa era la despedida que él no esperaba, de ahí entonces su cambio.
Su madre siempre le advertía: hija no seas tan confiada, pero ella creía en él hasta hoy, en que apareció ese maldito papel doblado y en el fondo del bolsillo. Pequeño y hasta insignificante, pero lo suficientemente poderoso como para destruir su mundo en un instante. Un mundo de varones desde el padre hasta el último de sus vástagos: siete en total. Parece increíble haber sobrevivido a tantos juegos violentos. Goyo el infiel, luego Goyo hijo que estudia en la universidad. Después Joaquín siempre montado en una moto e inmediatamente después Maximiliano, el niño-genio que nunca sabe dónde están sus anteojos, pero que es capaz de arreglar todo o de cambiar todo.
Los tres mayores forman un equipo, diferente al de los chicos, que es comandado por los mellizos: José Pedro y Humberto José con sólo ocho años de edad y diez de diferencia con Maximiliano. El más pequeño de todos es el bálsamo de su vida, sólo tiene cinco años y una gran habilidad para manejar a sus hermanos mayores, obteniendo siempre el mejor sitio frente al televisor. El diminuto dictador de la familia se llama Cristóbal y aún usa pañales.
Ahora le parece entender lo que decían sus amigas, con tantos hombres en una casa, cualquier mujer se vuelve loca. No hay tiempo para nada, pero es feliz, más bien lo era hasta ahora en que apareció la carta en el bolsillo de la chaqueta, que siempre ha preferido su marido.
Vuelve a leerla, se pregunta cómo llegó hasta allí ¿cómo será ella? ¿Rubia o morena? Aparte de la carta ¿qué más se han dicho? ¿Qué los une y dónde se encuentran?
Mientras más piensa, más preguntas quedan sin responder y la carta gira entre sus dedos nerviosos. Teme y odia a la desconocida que le acaba de arrebatar la tranquilidad; no se le ocurre pensar que esté dirigida a su hijo mayor, sabe que Patricia su polola le sacaría los ojos. Su hijo Joaquín no tiene tiempo para nada salvo su moto. El niño-genio sólo inventa cosas y Cupido aún no lanza una flecha en su dirección. Tiene que ser Goyo; esos viajes de negocios son el pretexto para verla mientras ella cuida de los niños.
No, todo se terminó. El papel vuelve a girar como una veleta entre sus dedos. Ha tomado una determinación: en cuanto llegue Goyo a casa, sin importar cuán cansado esté, tendrá que escucharla... ¡le va a decir todo!, pero sus pensamientos se confunden y sus preguntas van quedando truncas, como el discurso que ensaya, un sollozo comienza a nacer en el fondo de su pecho y trepa hasta su garganta ahogándola.
No escucha que alguien se acerca, sólo siente repentinamente una mano posada en su hombro y una pregunta que explota en sus oídos:
- Mami... ¿No sabes que es mala educación...leer cartas que no son para ti?
Maximiliano, el niño-genio de la familia, la mira tras su cristales ópticos recriminándola y ella paralizada, casi aliviada, hace esfuerzos por contener un sollozo de felicidad que brota espontáneo desde el fondo de su alma.
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