Cuando sonó el teléfono, Christopher Brown no tenía ni idea de quien podría ser a esas horas. Descolgó y contestó con voz somnolienta:
-¿Sí?
- Hola Doc. Perdona que te moleste a estas horas.
- ¡Mike! ¡Dios, cuanto tiempo! ¿Qué pasa?
- Mmmm preferiría no hablarlo por teléfono. ¿Crees que podríamos vernos?
- Este fin de semana lo tengo libre. Si quieres voy para allá y comemos juntos.
- Gracias Chris, te lo agradezco de veras. Llámame cuando llegues.
- Ok, buenas noches.
Al doctor Brown, afamado neurólogo, le costó mucho volver a conciliar el sueño. Se le amontonaban las preguntas sobre su amigo. ¿Qué sería lo que quería contarle? Siguió dándole vueltas hasta que se quedó dormido. Al día siguiente pensó incluso que lo había soñado todo hasta que recibió un email de Mike para quedar el sábado, pidiéndole la máxima discreción.
Aquella comida fue la más extraña de su vida. Mike estaba muy nervioso, las ojeras se le marcaban visiblemente y apenas había probado bocado. A punto de llegar al postre y tras cientos de banalidades, Christopher decidió sacar el tema.
-Y bien, ¿me lo vas a contar o no?
-Se trata de Desiree, mi hija. Tiene unas pesadillas espantosas en las que sueña que se ahoga. No sabe exactamente donde, si es el mar o la piscina o lo que sea. Lo único que recuerda es que se hunde en el agua, no puede respirar y todo se vuelve oscuro.
-¿Un sueño recurrente?
-Es más curioso que eso. Solo tiene estos sueños cuando se aproxima su cumpleaños. Al principio no le dábamos importancia, pero según se iba haciendo mayor la cosa fue empeorando. La noche que te llamé estaba con ella, velándola, y te juro que se estaba ahogando. La cara se le puso morada y no podía respirar. Yo la llamaba y la sacudía pero no había forma de despertarla. No sé qué hacer. Los psicólogos y psiquiatras no han servido de nada y he pensado que…
-Que tal vez se trate de otra cosa ¿no?
-Ya sabes que no creo en eso, pero tú sí. Siempre me has hablado de ello, gente con fobias o traumas que provienen de alguna vida pasada y que tratas mediante regresiones.
-Bueno, algunas personas pueden descorrer el velo de Maya y recordar espontáneamente vidas pasadas.
-¿Me ayudarás?
-Tranquilo, esta misma tarde le echaré un vistazo.
El doctor Brown quedó fascinado con la mirada de Desiree. A sus 11 años tenía unos enormes ojos negros que mostraban una curiosidad infinita. No le costó demasiado ponerla bajo hipnosis, retrotraerla en el tiempo hasta el momento de nacer, y luego un poco más allá… Sin embargo no obtuvo resultado alguno. Probó entonces a hacerle revivir uno de los sueños. Inmediatamente la niña se puso a temblar y gritar.
-¡Tengo frío!
-No te preocupes, estás a salvo conmigo. Dime, ¿quién eres?
-Me llamo Lisa Lloyd, tengo 12 años y no debo hablar con extraños.
-Lisa, ¿dónde vives?
-Hay mucha agua. ¡No puedo nadar!
-Lisa, estás en un sueño, no puede pasarte nada. ¿Dónde viven tus papás?
-Vivimos en una casita preciosa en Portland. No… ¡no puedo respirar!
-Bien, ahora contaré hasta tres y despertarás tranquila y descansada. No recordarás nada de esto. Uno, dos, ¡tres!
Los meses siguientes fueron de una actividad frenética. Usó todos los recursos a su alcance para investigar posibles ahogamientos en Portland pero ninguno cuadraba. Buscó entonces correspondencias del apellido Lloyd con una hija llamada Lisa. Una de las veces pensó que lo había conseguido. Viajó a Portland y se entrevistó con un matrimonio. Habían tenido dos hijos, Lisa y Robert. Y sí, Lisa había fallecido años atrás, pero de leucemia. Agotadas todas las posibilidades ya no supo como continuar y lo dejó estar.
Una noche, cuando sonó el teléfono, Christopher Brown no tuvo ninguna duda de quien llamaba a esas horas y por qué…
-¿Mike?
Al otro lado del teléfono se escuchaban sollozos y entre ellos como una letanía repitiéndose:
- Doc… no he podido hacer nada…
El doctor Brown ya no pudo dormir en toda la noche. En cuanto cerraba los ojos veía los de Desiree: grandes, negros, curiosos, y después, sin vida…
Años después la señora Brown estaba limpiando la cocina cuando oyó el estrépito de una taza hacerse añicos contra el suelo. Fue corriendo al comedor y allí vio a su marido mirando fijamente el periódico sobre la mesa.
-¿Chris? Cariño, ¿qué pasa?
Irremediablemente sus ojos se posaron en el periódico, abierto por la sección de sucesos y con un titular destacado:
‘Fallece en desgraciado accidente el actor Robert Lloyd. Al parecer perdió el control del vehículo en el que viajaba y se precipitó al río Columbia. Cabe lamentar también la muerte de su mujer Lorraine y de su hija Lisa de 12 años…’
Participante en el Reto fantástico VII |