Son las 6 de la mañana, el taxi espera en la puerta, las mochilas están listas y una última llamada se cuelga en el teléfono, 10 minutos más tarde todos esperan en la parada de bus. Mucha gente diferente, sumergida en conversaciones y expectativas acerca de lo que verán o ya vieron…

La mañana se siente fría, una brisa que se filtra por la ventana nos acaricia los rostros, provocando que nuestros labios se arqueen en busca de una sonrisa escondida. Luego de unas cuantas horas es imposible recordar la secuencia exacta en la que el bus va trazando la ruta, como si su pretensión fuese hacer que todos olvidemos el camino y así no poder retornar solos, ese camino que se va abriendo hacia una vegetación diferente, las colinas y cerros comienzan a pintarse como un lienzo que cambia de colores con toques y tonos sutiles, apagados... del verde de los valles a un rojizo que se esparce entre todo el espacio. Relieves alucinantes matizados entre texturas de arena, roca, espinos, árboles frondosos de hojas diminutas, con un cielo completamente claro y azul, casitas de barro, animales de ganado, sin rastro aparente de luz eléctrica por ningún lado, y a lo lejos un cañón enorme como si resguardase los secretos de este lugar lleno de magia.

Mientras el camino sigue serpenteando, subiendo cumbres, cruzando ríos secos, nos sentimos extasiados, ansiosos por llegar. Al cabo de 4 horas: paramos. Apresuramos los registros, desempacamos y luego salimos en busca de un guía, pero el guía termina por encontrarnos a nosotros; su nombre es Ready, tiene 21 años y ojos bonitos y así sin darnos cuenta vamos camino a Umajalanta. Caminamos y caminamos… hasta llegar a una cima en la que la tierra se pone verde y algo gredosa. Ready entonces nos muestra unas huellas que parecen más que huellas formaciones caprichosas de la naturaleza y nos cuenta que antes aquel lugar hace millones de años era efectivamente de greda y barro, que animales gigantescos lo habitaron; dinosaurios.

Continuamos… y nos encontramos un riachuelo de agua cristalina, un pequeño puente colgante, subimos y bajamos… estamos extenuados, casitas pintorescas a lo lejos, más árboles y de repente… una mula descansando.

Ready nos sigue hablando, nos cuenta de su tipo de comida, de sus fiestas, de la forma en la que consigue pareja, mientras nosotros le seguimos preguntando, hasta que al final llegamos a la puerta de una caverna, algo bronceados por el sol pero emocionados de haber llegado, la entrada hacia la caverna es como de 7 metros de alto por 10 de ancho, debajo de un cerro de… bueno muy alto. Antes de ingresar, unas recomendaciones especiales y luego unas canciones improvisadas por Ready, nos reímos, le escuchamos… felices, cansados.

Dejamos las mochilas escondidas, porque no debemos cargar nada, y así nos introducimos en una negrura tan intensa, que no es posible distinguir tu propia mano a 10 cm. de distancia de tu rostro cuando apagas las linternas. Vamos bajando, sorteando obstáculos, acompañados de estalagmitas y estalactitas que se han formado desde hace miles de millones de años, admirando obras de arte de autores tales como el tiempo y la casualidad, por fin… llegamos a un lugar abierto, el suelo es de arena muy fina parecida a la que se encuentra en el mar; apagamos las linternas, escuchamos el silencio… oímos el eco de diminutas gotas cayendo, mientras que en medio de esa negrura surge un sueño, con los músculos cansados, el corazón acelerado, las manos temblorosas, lo siento… dura apenas un segundo pero lo siento…

Vuelve la luz, nadie vió nada, nadie supo nada… nunca pasó, ¿lo habría imaginado? Aunque… el tibio de mis labios me recuerda que…

Quizá… no.