Dieciocho mil seiscientas cinco noches
Esta noche no vendrás a mi cama,
ni mañana, ni pasado, ni al otro.
Tampoco la semana que viene y, mucho menos,
la siguiente.
No vendrás en un mes. Ni en todo un año.
De hecho,
en lo que me queda de vida,
no vendrás ni una sola vez.
¿Sabes las noches que eso significan?
Si ahora tengo treinta y tres años
y pongamos, por ejemplo, alcanzo
los ochenta y cuatro
habré estado
dieciocho mil seiscientas cinco noches
sin ti.
Esperándote. Y sin ti.
Dieciocho mil seiscientas cinco maneras
de perder el tiempo
(leer un libro, cualquier libro,
dieciocho mil seiscientos cinco libros,
un poema de Szymborska
y cuatro mil millones de gente sobre la tierra,
desmaquillarme y untarme
una mascarilla de pepino,
masturbarme dieciocho mil seiscientas cinco veces,
repasar mentalmente
el listado de los Reyes Godos,
Teudis, Viterico, Sisebuto…
los afluentes del Tajo,
los dieciocho mil seiscientos cinco decimales
del número Pi,
cuántos segundos han pasado desde que te conozco,
qué diablos tomé ayer para cenar,
cuántas nubes han pasado hoy
sobre mi cabeza,
los dieciocho mil seiscientas cinco
cigarros que acariciaron mis labios,
contar todas las pecas
que han invadido mi piel,
descifrar el número de pececitos
que nadan en mi sangre,
los hombres que me han besado,
dieciocho mil seiscientos cinco besos
directos al cadalso).
Esta noche no vendrás a mi cama
dieciocho mil seiscientos cinco kilómetros
(un trayecto de ida y vuelta)
me separan de ti.
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