Día 1 en la maravillosa vida de Raúl Goldbaum
Como siempre de buen humor, Raúl saltó de su cama ante el primer chirrido del despertador. Con una gran sonrisa dibujada en su joven rostro puso en fila todos los quehaceres mañaneros. Una vez aseado, desayunado y vestido con su corbata verde pistacho, cruzó el umbral de su hogar para arrancar una nueva jornada en su fantástico trabajo.
Raúl se destacaba como el primer vendedor en una afamada empresa internacional de tintura para cabello masculino. Amaba mucho su trabajo y le dedicaba los 7 días de la semana a esa labor.
Con un físico envidiable producto de la negación por el uso del automóvil, fue de un negocio a otro con entusiasmo y efectivismo. Su impecable traje gris roca y sus zapatos lustrosos encuadraban perfectamente con su cabello engominado.
Cerca de las 18 horas, cuando ya había terminado el circuito cuidadosamente planeado para ese día, cruzó por la pintoresca casa de la señora Ibañez. Ella barría la vereda de su casa como siempre a la misma hora, justo cuando Raúl pasó por allí. Con un gesto por demás cortés la saludó recibiendo la misma frase de siempre:
- Buenas tardes señor. Espero que haya tenido un día agradable- replicó la señora Ibañez sin levantar la vista para generar contacto visual alguno.
Con sus acostumbrados buenos modales Raúl agradeció la atención y continuó dos cuadras y 23 metros hasta su casa.
Al entrar a su hogar, acomodó toda su ropa con admirable prolijidad y tomó la carta que su padre le había dejado antes de morir. Con un pequeñísimo dejo de tristeza perdido en algún rincón de sus ojos, leyó la única frase que allí estaba escrita: “A cada mañana deja que nazca un nuevo Raúl”.
Luego de cenar, ponerse el pijama y cepillarse cuidadosamente los dientes, atesoró delicadamente la carta de su padre y se fue a dormir exactamente a las 22.30 horas. Eso si, antes controló que el despertador este correctamente calibrado para la mañana siguiente.
Día 2 en la buena vida de Raúl Goldbaum
Con un humor bastante agradable, Raúl salió de su cama ante el segundo chirrido del despertador. Sonriendo controladamente se dedicó a los quehaceres mañaneros. Ya aseado, desayunado y vestido con su corbata verde pistacho, pasó por la puerta de su casa para arrancar una nueva jornada en su agradable trabajo.
Raúl competía entre los primeros vendedores de una conocida empresa internacional de tintura para cabello masculino. Estaba conforme con su trabajo y le dedicaba 6 o 7 días de la semana a esa labor.
Con un buen estado físico, producto del poco uso del automóvil, pasó de un negocio a otro con energía y aceptables resultados. Su presentable traje gris roca y sus zapatos limpios encuadraban con su cabello peinado.
Cerca de las 17.45 horas, cuando ya había terminado el mismo circuito del viernes pasado, cruzó por la pintoresca casa de la señora Claudia Ibañez. Ella había empezado a barrer la vereda de su casa, justo cuando Raúl estaba pasando por allí. Con un gesto amigable la saludó recibiendo la misma frase de siempre:
- Buenas tardes señor. Espero que haya tenido un día agradable- respondió la señora Ibañez sin levantar la vista ni un centímetro de su vereda
De buenas formas Raúl agradeció el saludo y continuó dos cuadras y 23 metros hasta su hogar.
Al entrar en su casa, acomodó toda su ropa de forma prolija y agarró la carta que su padre le había dejó antes de morir. Con un tinte melancólico en su mirada, pero sin perder la compostura leyó la única frase que allí estaba escrita: “A cada mañana deja que nazca un nuevo Raúl”.
Luego de comer algo ligero, ponerse el pantalón del pijama y cepillarse los dientes, atesoró delicadamente la carta de su padre y se acostó a las 22.55 horas. No sin controlar antes que el despertador este correctamente calibrado para la mañana siguiente.
Día 99 en la vida de Raúl Goldbaum
Luego que el despertador sonara 6 o 7 veces Raúl se sentó en la cama con un gesto casi inexpresivo. Algo resignado se dedicó poco a poco a los quehaceres de cada mañana. Primero se bañó, luego comió algo y por último se vistió. Con su corbata verde pistacho salió de su casa algo retrasado para su trabajo.
Raúl integraba el cuerpo de venta de una conocida empresa internacional de tintura para cabello masculino sin destacarse demasiado. Ese era su trabajo y lo hacia de lunes a viernes.
Casi todos los días hacía el recorrido entre los negocios en su automóvil con resultados mediocres. Su traje gris roca y sus zapatos no desentonaban con su pelo corto.
Casi a las 17 horas, después de haber pasado por 3 o 4 locales, cruzó por la pintoresca casa de Claudia Ibañez. Ella volvía de algún lado justo cuando Raúl estaba pasando por allí. Con un gesto de su brazo la saludó, recibiendo la misma frase de siempre:
- Buenas tardes señor. Espero que haya tenido un día agradable- espetó Claudia Ibañez mirando al frente como si Raúl no existiese.
Alejándose de ahí, Raúl devolvió el saludo y continuó dos cuadras y 23 metros hasta su hogar.
Ya en su casa se sacó todo poniéndolo en una silla y agarró la carta que su padre le habia dejó antes de morir. Con los ojos brillosos y la boca algo temblorosa leyó la única frase que allí estaba escrita: “A cada mañana deja que nazca un nuevo Raúl”.
Después de comer lo que había sobrado de la mañana, solo con sus calzoncillos puestos y luego de enjuagarse un poco la boca, atesoró delicadamente la carta de su padre y se acostó a las 00.00 horas. Antes de dormir controló que el despertador tenga pilas.
Último día en la vida de Raúl Goldbaum
Como Raúl se había olvidado de poner el despertador se despertó cuando el sol del mediodía se filtró por la persiana mal cerrada. Con un gesto casi de repulsión se sentó en la cama y miró la pared un buen rato. Su cabeza parecía un torbellino de ideas y malestar. Se colocó bajo la ducha y dejó que un chorro helado penetre cada poro de su cuerpo. Con la cara demacrada, el cuerpo agotado y arrastrando los pies fue a la cocina para comer una porción de pizza de hace unos días.
En su cuarto notó que una grieta en la pared había filtrado agua arruinando todas sus corbatas verde pistacho. Tenía la mirada vencida. Lentamente buscó sin prestar atención para encontrar algo que ponerse. Detrás de todas las corbatas arruinadas encontró una envuelta en celofán. Una corbata de color amarillo brillante combinada con celeste y rojo furioso. En el frente de la corbata una tarjeta algo avejentada por el tiempo decía: “felíz cumple Raúl, firma papá”.
Algo se encendió en Raúl. Sus ojos retomaron la vida y la alegría de otros tiempos. Raudamente buscó el traje azul que nunca había estrenado, y lo combino con los zapatos italianos que descansaban en la caja desde hace 3 años.
Salió de su casa corriendo y así fue hasta la oficina central de la miserable empresa donde trabajaba. Renunció amenazándolos con un juicio millonario por explotación laboral. Antes de salir de la oficina arrancó el ranking de vendedores y confeccionó un avioncito de papel que clavó en el peluquín de su jefe. Nunca había estado tan bien vestido ni tan contento.
A las 15 horas, también corriendo se acercó hasta la casa de Claudia, que justo estaba saliendo. Con un rápido movimiento arrancó una rosa que sobresalía del jardín vecino y clavándose alguna que otra espina se la entregó en mano a la dama diciendo:
- Hola, Soy Raúl y nací hoy. ¿Querés ir a tomar un café conmigo?
Claudia algo sorprendida agarró la rosa que dejaba ver un fino hilo de sangre. Con un gesto amable ella tomó de su cartera una cinta adhesiva y amorosamente la colocó en donde Raúl se había clavado las espinas.
-Me encantaría ir a tomar un café con usted Raúl. Pase hoy a las 18 horas, después de que barra la vereda- dijo ella mientras le terminaba de curar la herida sin dejar de mirarlo intensamente a los ojos.
Raúl trotó velozmente las dos cuadras y 23 metros hasta su casa. Rápidamente buscó la carta que le había escrito su padre antes de morir y que decía: “A cada mañana deja que nazca un nuevo Raúl”. Con su mano encintada tomo una lapicera y con la cara inundada por las lágrimas y la alegría, bajo la frase de su padre se dispuso a escribir lo siguiente: “gracias por el regalo papá”.
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