Ella prepara un atado con un poco de ropa vieja y un poco de comida con mucho afán y su respiración denota que está muy nerviosa, sus ojos castaños claros se encuentran muy exasperados por la premura con la que preparaba todo, su mirada muestra temor y desesperación pero detrás de todo también refleja alegría, osadía y esperanza, sus cabellos largos la acompañan en sus movimientos apurados por conseguir su objetivo, estar preparada para el momento decisivo. Ella viste un vestido azul empobrecido por el tiempo y una capa negra que le cubre del aire frío que sopla en el lugar en esa época del año. No quiere olvidar nada, debe llevar lo necesario.
Al parecer todo está listo, da vueltas por la pequeña habitación buscando a ver si no se le olvida algo, busca en sus muebles rústicos, rotos y viejos que junto a las frías paredes de piedra de su miserable habitación son los mudos testigos de su espera y su angustiante búsqueda.
El momento ha llegado...Por la puerta, tempestivamente ingresa él, vestido de un fino terciopelo negro, su rostro esta enmarcado por sus cabellos oscuros que llegan hasta los hombros, sus ojos negros y profundos se ven igual de asustados que los de ella, pero al encontrarse se llenan de alegría pues el momento había llegado. Al verla, él parece preguntar sin pronunciar palabra, sólo con la mirada: “¿Estás lista?”. Ella de la misma forma responde asintiendo con la cabeza, sin emitir ningún sonido, que ya estaba preparada.
Él toma el ato que había preparado ella, ambos se toman de la mano y salen de la habitación, los dos llevan los rostros cubiertos con una capa que también les protege el cuerpo del frío de las primeras horas de la madrugada. Todo está oscuro, no se siente movimiento alguno de ningún ser vivo, todos en el castillo duermen. Al caminar despacio sobre las frías piedras del suelo, tratan de no hacer sonidos de ninguna naturaleza, hasta su respiración está controlada, no deben despertar a nadie pues sus planes se verían frustrados.
Mirando siempre a todos lados atraviesan cuidadosamente la construcción del viejo castillo. Con sigilo llegan a la gran entrada, el guardia está profundamente dormido, gracias a la pócima que la vieja hechicera del reino les había proporcionado para ayudarles a conseguir su máximo anhelo, huir.
Logrando evadir la vigilancia salen del castillo que parecía una ciudadela guarecida por una alta y gruesa muralla de enormes piedras que la circundaba.
Los próximos minutos, corren, corren sin pronunciar palabra como en todos sus actos aquella madrugada, solo corren...sin mirar atrás, sin oír nada, solamente los latidos de sus corazones que palpitan con un sentimiento confundido entre temor y valentía, esperanza y amor.
El tiempo corre con ellos, ya corrieron bastante y se ven atrapados por las primeras luces del alba, están ya muy lejos de su punto de partida, al parecer ya no hay mucho que temer, bajan el ritmo a sus pasos, sólo tienen que llegar al bosque para estar completamente seguros.
Ya los pies de los fugitivos pisan la hierba del bosque. Se detienen. Muy lentamente se dan vuelta. Corrieron mucho, atrás, a los lejos, se quedó el castillo... Junto a él quedan todos los recuerdos tristes y a veces alegres.
Ahora son libres, el gran castillo y todas sus presiones son sólo recuerdos. Ya no los ata nada. Con paso firme y decidido avanzan hacia el interior del bosque que los recibe con una agradable fragancia a aurora, con una dulce caricia de rocío en sus cansados pero felices rostros y con alegres melodías entonadas por las coloridas aves que pueblan el bosque.
Atrás, con el castillo quedan todos los momentos vividos, generalmente tristes, los tontos prejuicios y todos los complejos que traen el poder y la riqueza.
Los recibe un nuevo mundo, donde ambos, príncipe y plebeya, formarán un hogar lleno de esperanzas, alegres y tiernas caricias, sacrificio y mucho trabajo, tienen un arduo trabajo pero ya nadie decide por ellos, ni son juzgados por el dedo acusador de la gente que no comprende su amor. Su nuevo mundo es libre.
|