Siendo un talentoso alumno y bravo para las matemáticas, Jorge Blanco Nieves se ponchó en la única ecuación que no podía fallar; la de la vida.
Eso lo sabe, muchos años después de que dilapidara una fortuna y de que echara por tierra un gran futuro que le esperaba con su familia. No le es fácil admitirlo, e incluso, en tono reflexivo, sostiene que si bien las calles le quitaron algo, no es nada que no se pueda recuperar.
Qué dirán sus hijas Keyla y Ana Elvira, a las que dejó solitas con su esposa Raquel, cuando ellas apenas tenían 7 y 8 años de edad.
Él, que lo tuvo todo, sólo anda ahora con equipaje de peregrino para reconquistar el amor de los suyos. Lleva, un arrepentimiento por lo que hizo con su vida y un corazón más sano, afirma. También un libro de Anthony de Mello, profeta de la auto superación y uno de Fernando Savater. El valor de educar.
Pero no se flagela. Más bien sostiene que, el camino que ha pasado fue el que Dios bondadoso le dio a elegir, así haya sido equivocado en muchos aspectos, también lo ha enriquecido, pasar por estas cosas fortaleciéndole la parte humana.
Lo dice porque tal vez antes no era así, porque si a los dieciséis años tuvo su primera derrota, pronto la superó con triunfos que le llegaron en cascada. Después, triunfos y derrotas importaron nada y juntos se fueron al infierno cuando el bazuco tomó posesión de su cuerpo y ya sólo importaba envenenarse con el letal alucinógeno.
A los catorce años, Jorge ya fumaba marihuana, pero era un duro para las matemáticas. Cuando cursaba noveno grado en el Colegio Juan Jacobo Rousseau de Cartagena estaba pendiente la aprobación de los grados diez y once. Entonces llegó un visitador de la Secretaría de Educación y puso a prueba a varios estudiantes para detectar si el colegio merecía el derecho de graduar bachilleres.
Cuenta que el funcionario dibujó en el tablero un triángulo y les pidió a varios alumnos señalar la hipotenusa. Todos la señalaron y el visitador se fue, pero él lo alcanzó y lo jaló y le dije: usted sabe que los estudiantes erraron, porque ese triángulo no tiene hipotenusa, la hipotenusa es el lado opuesto al ángulo recto de un triángulo rectángulo y ese triángulo no es rectángulo. Con eso, el colegio ganó la prueba.
Ya de bachiller, se presentó al examen de admisión para ingeniería civil en la Universidad de Cartagena, pero a la prueba llegó en medio de una fuerte traba y su intención de dedicarse a construir grandes puentes y estructuras se fue el traste. No pasó.
Hoy, cuando se para junto a puentes como el del puente Román o edificios como el del Banco Popular, se lamenta de no haber estado ahí dirigiendo las obras, el ve los programa de mega estructuras en Discovery y le da esa nostalgia tan enorme de no haber estudiado. Comenta.
Así es. Y aunque más tarde fue un asesor pedagógico estrella de varias editoriales y consiguió dinero para montar fábricas de calzado, una mala conexión lo sacó de carrera y le electrocutó la vida.
Se fue para la Guajira donde le pintaron un buen negocio y construyó unas cabañas. Se llevó a la esposa e invirtió el dinero que tenía en Cartagena, pero conoció un cultivador de marimba y se asocio con él. Después la DEA montó la operación Pez Espada, capturaron al guajiro y todo el dinero se esfumó.
Vino la ruina. Vino la desazón y Jorge había incrementado los consumos de drogas y alcohol, pasó lo que suele suceder cuando el demonio se toma la voluntad de los humanos, perdió el hogar de sus hijas y esposa, también el de su madre. Y se tiró al pavimento, a ingerir sin límites hasta tocar el fondo.
Tal vez quince o veinte años estuvo hundido en ese mundo. Con su ropaje de indigente, con costal a la espalda y barba larga, habitó las ollas. Aprendió lo doloroso del desprecio, el que ni a su propio barrio España pudiera entrar porque lo expulsaban como rata.
De cuando en cuando, se metió en procesos de resocialización. Dice que más de diez veces lo intentó antes de llegar al centro de acogida de Bienestar Social de Drogadictos y Alcohólicos, donde está hace año y medio sin consumir ninguna sustancia alucinógena.
“Les digo con honestidad, he tenido más tratamientos que el río Magdalena y la ciénaga de la Virgen", afirma. Pero pocos le valieron como el actual. Su decisión de retornar al mundo de los sueños la tomó cuando descubrió que era un ser despreciado al que nadie le creía y sobre todo cuando vivió un encuentro inesperado.
Estaba caminando por el centro amurallado frente al reloj publico de la heroica, vio una parejita tomando gaseosa y les pedio el sobrado, el muchacho le dio la Coca Cola y la joven el perro. Se fue a comerse eso a un lado, pero la pareja se le acercó. Los miré y la niña le dijo: 'papá, ¿por qué no me saludó?' Yo no sabía que era ella, pero ella sí me distinguió y en vez de avergonzarse le dijo al novio: 'este es mi papá'. Eso para mí fue una cosa muy grande, que lloré incansablemente y mi hija con su pañuelo me secaba las lágrimas, me entró una tembladera en el cuerpo de la emoción.
Tan grande, que hoy Jorge se siente firme. Tiene de nuevo contacto con sus hijas ya profesionales y con su esposa, que las sacó adelante. No les pide nada. Con paciencia, espera reconstruir su pasado, si no de esplendor económico, sí de amor, reparar todo ese tiempo que dejó solas a sus niñas, ahora de 25 y 26 años.
Tal vez se pueda. La vida le pasa factura por las cosas que hizo. El puente de su vida, aunque tiene grietas, está extendido y él va ahí, en algún punto, intentando corregir la ecuación del dolor. Dios nos tiene grandes cosas, después de semejante martirio, dolor y pena que hasta la inocencia del alma le duele. Gracias Dios por brindarme una nueva oportunidad y no defraudaré a mis hijas, esposa y familia.
|