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Rosa María es una mujer joven, nacida y criada en uno de los barrios populares de la histórica Cartagena, amante del estudio y de enseñarle a los niños, desde pequeña se le vio la inclinación por ser maestra, entró a la normal donde se graduó de maestra, profesión que le permitiría rápidamente hacerse cargo de toda su familia, una de las más pobres del entorno.
Rosa María, afortunadamente para sus familiares, encontró rápidamente trabajo en una vereda lejana del sur del departamento, a la que se accede luego de 11 horas en vehículo, tres por agua, dos por carretera destapada y cuatro horas a lomo de mulo, a caballo, o a pie. Llena de esperanzas inició su labor como maestra, esperanzas que se irradiaron sobre su señora madre, una hermanita y un hijito que ya tenía. Era la garantía de supervivencia familiar.



Rosa María, llega a la vereda e inicia su trabajo, se da a conocer a toda la comunidad por su preciosa labor, el día del amor y la amistad es invitada a una fiesta, se encuentra con el campesino que siempre la molestaba y se enamora, este se convierte en su acompañante en la soledad de la montaña. Posteriormente resulta embarazada y con la discreción y la dignidad del caso, lleva su nueva relación afectiva, que se ve reforzada con la alegría de esperar un hijo.

El día 15 de Mayo día del educador, la comunidad, alumnos y padres de familia le preparan una fiesta a Rosa María para congratularla por ser una excelente maestra y persona, pero el día anterior, ella, ve aparecer unos síntomas preocupantes de una enfermedad que la lleva a la cama. La fiebre es alta y con escalofríos, la cefalea, las náuseas, el vómito la hacen preocupar, lo mismo que a su compañero y a los pocos habitantes del lugar. Los lugareños deciden improvisar una camilla y buscar el centro médico del pueblo, distante a muchos kilómetros por un camino de herradura transitable solamente a caballo o a pie. De allí es remitida a un centro clínico de mayor nivel en la capital. Una pielonefritis, que por las circunstancias del lugar de trabajo no se trató a tiempo, amenazaba su vida y la de la criatura que esperaba, ya tenía 30 semanas de embarazo. Rosa María permanece una semana hospitalizada hasta que la infección es erradicada.

De regreso al pueblo recibe una certificación médica que a la letra dice: “Paciente con embarazo de 31 semanas, fue hospitalizada una semana por pielonefritis. Por estado de embarazo no se recomienda montar a caballo”. Rosa María busca a su jefe inmediato y este le responde: “Nosotros tenemos que garantizar la educación de esos niños, bréguese a conseguir la incapacidad para poder mandar otro maestro”. Ante la insistencia de la educadora el burócrata sentencia: “Usted debe cumplir con su deber, entre a la vereda así se demore dos o tres días”. Evidentemente que Rosa María no tenía sino dos maneras de entrar a su escuela: a pie o a caballo, impredecible cuál de las dos era más preocupante frente a su embarazo de alto riesgo y a su reciente enfermedad.

Temerosa de perder su trabajo, angustiada por su situación, incomprendida por sus superiores, se ve coaccionada a ir a su lugar de trabajo. No tiene alternativa. El sustento de los suyos dependía exclusivamente de sus ingresos. “La necesidad tiene cara de perro” afirman las abuelas. Humillada, pisoteada en su dignidad, viaja a la vereda y sucedió lo que tenía que suceder: Apenas baja de su cabalgadura, Rosa María inicia el proceso de parto, atendida por las comadronas de la región. Su niño sobrevive cuatro horas y luego fallece. Mientras unos vecinos del lugar preparan una fosa improvisada frente a la escuela donde labora Rosa María para enterrar a su bebé, otros preparan una camilla para sacarla de urgencia a buscar atención médica por una hemorragia que amenaza su vida. Como pudieron los campesinos hicieron saber al centro de salud del pueblo, de las angustias de su educadora. Médicos y paramédicos salieron en la búsqueda de la enferma que tuvo que ser remitida a un hospital especializado para su curación física, las curaciones del alma seguramente nunca las logrará Rosa María frente a tanta indolencia, e ignominia. Los derechos de esta humilde maestra fueron pisoteados y vulnerados por muchos, que seguramente no responderán ante la justicia humana. A tal extremo la maestra, que después de este doloroso drama le pidieron regresar a la vereda donde enterró a su niño o como alternativa a una escuela más retirada que en la que servía. Su niño muerto no tuvo siquiera una sepultura digna. Afanados por sacar a la madre moribunda, los vecinos no tuvieron más catafalco que un costal de fique fue su ataúd, fue el dolor inmenso que jamás se la ha borrado de su mente, quedó marcada para toda la vida. La suerte de los desgraciados, la humillación de los pobres, la realidad de los de abajo.

Después de tantos vejámenes, Rosa María decide contar toda su historia a los funcionarios de la Secretaría de Educación. Conmovió su drama a todos y la orden perentoria del doctor, jefe de la misma, fue trasladarla inmediatamente a un lugar acorde con la situación y brindarle todos los apoyos médicos y sicológicos requeridos. Hoy recuerda los momentos indescriptibles que le toco pasar y se siente feliz al lado de su compañero y sus tres hijos de ser una educadora.



Texto agregado el 12-06-2011, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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