Yo soy, el guardián de esa mujer triste
La que pinta en su rostro siglos de amargura
Con pintura robada de los besos que ha regalado
Como si las charlas de nuestros dedos
Hablaran por nuestro corazón
Empaquetando cada sonroje que le saque en mis brazos.

Sigo rondando con el lienzo de nuestro cuento
Esperándola en la torre del castillo
Con un lápiz para sellar el fin de un capitulo
Para escribir el resumen de la historia de nuestro encuentro
Anteponiéndola sobre la integridad del mundo
Creándole el altar para saber que vuela alto.

Yo soy, el guardián de esa mujer triste
Que deja sus ojos en un pedestal de cristal
Sacándose el vestido con el que reveló su amor
Tratando de sacar de su cabeza lo que ha florecido
En un campo de azulejos que no mancha con sus labios
En un campo en donde acuesta los mil perdones de una estrella.

Envidiando rechaza la vuelta de su sueño arrugado
Procreando la esperanza y dándosela al vagabundo
Que la admira con algo más allá de gratitud
Conformándose con un simple y afilado silencio
Que desgarra su corazón tapado en papel
Empapándolo en la fuerza de su coraje.

Dándole un sentido a su partida
Recrea los deseos de un nuevo atardecer
Mojados con la brisa que palpitaba ante la luna
Que salió a observar el desenfrenado sollozo
De dos jóvenes sentados en sus propias mentes
Que llegaron más lejos viéndose a los ojos que arriba de cuatro ruedas

Con un puñado de arroz me enterró en sus dedos
Salpicando la belleza que regalamos al mundo
Comparándonos con Dios cuando estábamos felices
Soltando la esencia que dejamos en el parque
Dejándola volar que lograra ser libre
Y morir solo con un lindo recuerdo de su rostro.