Cruzamos la puerta del motel. La habitación está en penumbra. Una cama doble los espera, así que tomo su mano mientras con la otra tomo la de él. Ella tiene aún la inocencia, sus besos son cálidos y cortos, sin profundidad, aún por las comisuras, con un poco de miedo detenido en sus labios. Los míos responden a los suyos con dulzura, quiero dejarla intacta, quiero dejarla porque deseo verla. Sus ojos cerrados, los míos abiertos. Él nos mira con incredulidad. Es un triángulo inesperado y excitante. Los miro mientras se besan. La suelto y me alejo esperando que olviden mi presencia. Me recuesto contra la pared. Ella le besa con los ojos abiertos, pareciera que no sabe qué hacer, el miedo puede ser un arma de doble filo. Así que vuelvo a ocupar mi arista. Beso su cuello uniendo mi cuerpo al de él para que ella sienta que es el mío. Tomo las manos de él y acaricio el cuerpo de Iris. Sus senos, su cintura. Hasta que ella vuelve a cerrar sus párpados y entonces se que está aceptándolo todo. La abandono y ocupo un sillón que se encuentra cerca a la ventana. Enciendo un cigarrillo y me preparo para ver el resultado de mi obra.
Iris siente curiosidad, pero no abre los ojos. Teme encontrar parte de su destino en mis manos. Él empieza a quitarle la camisa, le besa el vientre y el ombligo. Desapunta el botón de su pantalón y baja la cremallera. Ella se deja hacer, de pie, estática en medio del cuarto. Desabrocha su sostén permitiéndome la vista de sus senos, piel blanca conquistada por una aureola rosa, hermosos senos de la candidez. La lleva hacía la cama y la recuesta. Se quita la camisa, se acerca y acaricia sus pezones. Ella responde aspirando como si el aire fuera poco y tuviera que conservarlo. La besa de nuevo, mientras veo cómo aprieta sus párpados en una mueca de dolor, que sólo demuestra su impaciencia. Él pasa sus dedos por su cuerpo y sigue acariciándola. Se acerca mucho más y respira junto a su pecho, los sopla y el poco aire que existe en la habitación se concentra en sus senos. Un frío la recorre haciéndola temblar sobre la cama. Lame. Una. Dos. Tres. De afuera hacia adentro como el perro que toma leche. Acabo mi cigarro y me siento en la esquina más lejana de la cama. Entonces él me mira y se detiene. Pasa un segundo, o tal vez dos, en que siento cómo nuestras humedades consumen el poco aire que existe, nos hundimos en el líquido de nuestras pasiones. Entonces ella, que mantiene sus ojos cerrados, se siente abandonada. Despega sus párpados y me busca. Me acerco por el lado libre de su cuerpo y acaricio con mi lengua su oreja, beso su pómulo izquierdo y la miro.
-Quítate los pantalones- le digo.
Ella se consume en carmín desde la frente hasta la cintura. Obediente a mi deseo se levanta para mostrarnos a los dos la belleza de su blancura y la tibieza de sus carnes. Se agacha y se quita los zapatos, las medias y baja sus pantalones. Pongo mi mano sobre la cama y doy unas palmadas. Ella vuelve a su sitio. Humedezco mis labios y paso mi lengua por los suyos, intentando colarme dentro de su boca. Abre ligeramente, el espacio apenas necesario para sentir lo sonrosado de su cuerpo. Me detengo, me acerco a su cuerpo, acarició su vientre y me deshago de lo que queda de su ropa. Abro sus piernas. Y lo miro. A él no hace falta hablarle con palabras. El sexo oral es nuestra mayor alianza. Así que vuelvo a besarla y la calmo con mis manos, mientras el placer la invade y el oxígeno se le va acabando. |