Ya es de cada día ver a ese niño sentado bajo la lluvia, viendo sin perder la concentración hacia un cerro en donde plantó sus emociones, las ve
esperando una respuesta, como si de eso
dependiera su existencia, no puedo asegurar que es lo que siente, ni tampoco sé si su avión volará con el tiempo, solo sé que cada día que veo a ese niño, un pétalo cae sobre su cuerpo, y lo va tapando lentamente, lo aleja de las miradas, ya nadie sabe si es feliz, también el cerro se va tapando, creo que empezó el otoño, las hojas marchitas van dejando su recuerdo y se resignan a perecer en el asfalto. El lugar que contiene todas las emociones de ese niño, se ha convertido en una isla, y con el viento se va alejando, mientras que todas las esperanzas de una sobrevivencia no son más que dulces sueños, plasmados en la imaginación de una criatura que no aprenderá a sentar cabeza, que a pesar de toda esa lluvia que ha formado un diluvio en su propio ser, no correrá sus ataduras, que prefiere ahogarse con gotas de agua viendo sus emociones irse, antes de vivir la realidad, de ponerse un traje y madurar. Cada vez su rostro se va desvaneciendo, su sonrisa ya no es más que un simple gesto, sus ojos no se pueden mantener abiertos, y no logra entender que la isla que guarda todas sus expresiones y emociones ha sido robado por un mundo egoísta que no perecerá hasta verlo ahogado en los pétalos que son venerados como falsos ídolos.
Poco a poco el sol vuelve a retomar su rutina, a secar el diluvio que se llevó al otoño, el maldito ciclo no deja víctimas, aunque vuelvo a ver a ese niño, que ya no es mas que un árbol, siendo que su único pecado fue depender de sus
emociones, un árbol que brilla con su propio amor, un árbol que no puede sentir, ni tampoco pudo ver que sus emociones volvieron y crecieron, por su desconfianza, porque su amor lo guardó en el lugar más preciado que pudo encontrar.
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