En la mesa hay cuatro botellas vacías, una cajetilla de cigarros y un par de novelas de Virginia Wolf; hace ya varios minutos que la música dejó de sonar, el silencio espejea la calma calurosa y soporífera como si el tiempo permaneciera estático entre los vórtices de una dura calina, el cuarto de poner la música está vacío, el bar está solitario, sólo una chica con un semblante enfermizo, un rostro pálido y cabellos enmarañados se amanceba en el gris fumandose un cigarrillo con la vista perdida en el bar sepulcral.

De pronto afuera se derrama la lluvia, la chica respira otra bocanada de humo, mientras la sopla, una gotera comienza a descolgarse en el suelo cerca de su regazo, y su golpe se hace más frecuente y más intenso; ella mira impávida e infinito, la gotera se ha hecho más gruesa, ahora es un chorro, los ojos se le han blanqueado, el chorro ahora parece una cascada gigante, ella gira la cabeza de un lado a otro, su expresión es enfermiza como la de una energúmena, desde la techumbre por donde cae la cascada aparecen un par de pies con sandalias, después un cuerpo revestido de una túnica blanca, luego el rostro fuerte y arrugado y cubierto por una espesa barba canosa que no se ha ensopado, ni su túnica ni tampoco su largo cabello; el anciano que levita posee un aura que resplandece el ámbito, y ya no parece gris, está todo iluminado por una luz intensa como la de la mañana; empiezan a retronar los cielos y el suelo a temblar tumbando las botellas de la mesa, él la mira fijamente y ella lo mira sin inmutarse, relámpagos azules lo surcan, estalla un trueno y dice:
-Yo soy el Alfa y el Omega, el que fue, el que es y el que será, el Dios de Abrahán, de Daniel y de Jacob, el señor todo poderoso… he venido a encomendarte una labor que deberás hacer para dar salvación a tus hermanos- suena un relámpago-… hija mía, a esos hombres y mujeres tristes de la casa rebelde que me han maldito día y noche, a mis amados hijos de corazones duros que se han entregado en sus rituales de poesía y han negado que existo, te envío… ¡ve y cuéntales que me has visto!, ¡ya me has escuchado!, ¡tus súplicas se han cumplido!, ¡aquí estoy!, ¡yo soy!, ¡yo existo!- retruenan los cielos…
…La chica con sus ojos apagados calla, luego dice:
-muy bien… entiendo… sé lo que quieres y te propongo un trato: ¿ves ésta moneda?- se la enseña rápidamente- si cae cara, yo te creo, tú existes, tú estás aquí y yo haré eso que tú me pides; si cae sello, tú no existes y haré como si nada hubiera pasado, ¿estamos?
Lanzó la moneda y fue como si se hubiera suspendido en el aire, lentamente fue cayendo en la palma de su mano, luego la empuñó y la colocó con rapidez en el revés de su otra mano, allí la tapa, no la deja ver, afuera llueve con más vehemencia, retruena más, se saborea sus labios blancos, en sus muñecas relucen los taches de las manilletas, no aleja su mano diestra de ahí, tal vez sonríe, la mira, la extasía; de pronto quita su mano y deja ver la moneda, la mira y todo se silencia, menos el rumor de la lluvia que cae a cántaros, el piso está totalmente seco, las botellas están en la mesa...

Por el vano de la puerta aparece un hombre flaco y con una bolsa plástica cubriéndole la cabeza, en su mano trae otra bolsa, las deja en la mesa y se sacude los largos cabellos mientras le habla a la chica:

- Cómo te sientes, ¿mejor?, te traje comida, ¿no querés?...
Iris, ¿qué te pasa?, ¿te sientes bien?...
nena, mírame, ¿te encuentras bien?...
linda, ¿querés que te lleve al psiquiátrico?...
Iris...
Iris...
Iris...