Ahí están tus imágenes, mira que es caprichoso el recuerdo; han sido unas noches extrañas y sueños incomprensibles.



Todo empezó en aquel sueño, estabas tú en él, los recuerdos de éste son vagos, el único claro es tu imagen -de ella salió un poema-.



Han pasado varios días del sueño y aún más desde nuestro último desencuentro; pero pienso en ti cada día, es extraño, te has vuelto un Zahir para mí, como dice Borges “notorio, visible; en tal sentido, que un Zahir es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; el Zahir es la sombra de la Rosa y la rasgadura del Velo”.



Al ver en una moneda el Zahir pensó que ya no percibiría el universo, tan solo el Zahir, donde vivir y soñar son rigurosamente sinónimos; vivir miles de apariencias, pasando de un sueño muy complejo a un sueño muy simple. Pensando que otros soñarán con un Borges loco mientras el esté solo con el Zahir. ¿Será posible perder la realidad cuando tu vida gira en torno a la imagen de un Zahir, sea este una moneda o tu imagen?.



El también nombra a los Sufíes, que para perderse en Dios, repiten su propio nombre o los noventa y nueve nombres divinos hasta que éstos ya nada quieren decir, y buscó gastar su Zahir a fuerza de pensarlo y repensarlo, pensando que talvez detrás de la moneda pudiera estar Dios.



Para mi es inútil repensarte, nombrarte pues eres imborrable, recurrente, inolvidable, tu imagen acabará por enloquecerme, eres visible donde ya no quiero encontrarte.



Busco tu presencia y no la encuentro, es más no se por donde buscarte, aunque la verdad no lo hago, simplemente espero un encuentro casual, esos encuentros en los que nuestros ojos se buscan y se separan al encontrarse, ese juego casi infantil de miradas y disimulos, ese vaivén en el cual no encuentro coraje para acercarme y hablarte como antes.



Estoy ya cansado de esta mi medrosa actitud, de vivir de este recuerdo exiguo, de este laberinto inextricable, aunque sé que en el centro del mismo lo que encontraré inevitablemente serás tú, como un Aleph al cual convergen todos mis puntos.



Borges aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo, la enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito.



En un Aleph, según escribió, vio millones de actos deleitables o atroces y todos ocupaban el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Todo ocurrió en un instante inmenso y simultáneo. Todo lo vio en una esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor, el diámetro de ese Aleph, relata, sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño y pudo ver desde todos los puntos, la tierra, su rostro y sus vísceras, vio el rostro de un amor difunto, en suma vio el inconcebible universo.



Sí como un Aleph, así te he convertido, mi Aleph, el de mi propio universo, de mi microcosmo; un Aleph que es mi Zahir y no lo dejará de ser hasta encontrar nuestras miradas y descubrir dos universos detrás de ellas, dos universos que al encontrarse -esta vez de verdad- lleguen a engendrar uno nuevo, más allá de ti y más allá de mí; donde dejemos de ser nosotros y podamos ser uno, yo en ti y tu en mí.